Esteban tiene 60 años pero habla y escribe como un adolescente entusiasta y exagerado. Su lenguaje es cotidiano y popular, callejero y afectuoso. Sus héroes son salseros, futbolistas, delincuentes o victimas de haber nacido en el lugar equivocado. Hablan con gracia y desesperación, se rompen el lomo trabajando o sobreviviendo, a sus espaldas corre la sangre y silban las balas.
El estilo de Michelena se asemeja a un realismo trágico donde se pone en escena la vida, el amor y la muerte a través de audaces asaltos y sangrientos asesinatos. “Las pasiones en países como los nuestros han sido asaltados por sus propios custodios”, evoca el autor cuyos personajes han caído abatidos por falta de oportunidades y educación.
El “Miche” tiene el rostro alegre y sus camisetas de colores vivos revelan su gusto innato por impactar y dejar una huella. Si la vida es de momentos Esteban sabe dar relieve a cada uno de ellos.
Sus palabras son imágenes intensas que suele describir con metáforas creativas y jocosas. “Soy amante del cine y veo series para aprender a sostener una historia. Escribo en imágenes porque me encantaría hacer cine pero no tengo plata”, evoca entre risas el hombre cuya escuela de vida fue el barrio de Miraflores en Quito y la general sur del Estadio Atahualpa donde dolían las derrotas de su equipo El Nacional. “La victoria es como un perfume pero la derrota duele y permanece como una muela podrida”, evoca.
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Para Esteban la palabra siempre ha sido su salvavidas. “Cuando tenía conflictos con mi papi le escribía carta muy intensas. La palabra siempre me ayudó a salir del paso. Academia no tengo pero la calle sí me enseñó la urgencia de contar historias”.
El fútbol y la música son parte fundamental de la vida de Esteban. “En el futbol descubrí personajes imperfectos que pueden ser reclutados por el Independiente del valle o el cartel de Sinaloa, en la música me gustan las crónicas de Héctor Lavoe, Willie Colon o Ruben Blades y mi mundo creativo definitivamente se iluminó cuando empecé a escuchar jazz con mi hermano Xavier”.
Esteban se siente aliviado. Chico, Daddy, Níger, Ascensión Altman, el “barbero loco”, el “señor silencio” y los primos Harley y Kenwood ya cumplieron como personajes icónicos de una Esmeraldas mítica inmersa en la violencia y las drogas.
Después de dejar su casa llena de notas y su celular plagado de audios durante tantos años, Esteban cerró su ciclo de narconovelas iniciado con “Atacames Tonic” publicada hace 20 años y “No more tears” en 2018.
La última entrega de la trilogía “El pasado no perdona” (2023) narra la historia de primos Cangá que viven en Esmeraldas y que terminan siendo víctimas del pasado que no les perdona. “El contexto de violencia asociado a la delincuencia y el narcotráfico en el que se desarrolla la historia termina resonando en la realidad actual del Ecuador” dice Michelena.
El escritor se despide de sus héroes y nosotros de su talento para describir el origen de la marginalidad brutal de desamor. Si sus personajes no tienen lugar en el mundo, el “Miche” sí se ganó un espacio eterno en la narrativa ecuatoriana.
En esos tiempos de fake news, libros de autoayuda y películas con guiones insípidos, Esteban sigue escribiendo como si un libro pudiera salvar el mundo. Cada una de sus líneas es vital y estremecedora.
Personalmente sabía que Ecuador tenía talento, en cuanto a Esteban Michelena, tiene algo más, se llama genialidad. No le digan nada, podría perder el entusiasmo.