El Arctic Sunrise, uno de los barcos de la organización ecologista Greenpeace, que llegó por primera vez a Ecuador para una misión científica en las Islas Galápagos, dejó atrás su oscuro pasado como buque pensado para la caza de focas en los años 70 y ahora navega en una incansable campaña para proteger los océanos y toda su biodiversidad.
Con medio siglo de vida, se trata del barco más antiguo de la flota de tres que tiene la organización ambientalista, contó Mike Finken, capitán de la nave que estudia los montes submarinos del archipiélago de las Galápagos, tanto dentro de las reservas marinas como fuera de ellas.
"Fue construido (con el nombre de Polarbjørn) para cazar las primeras focas en el Ártico, pero finalmente nunca se lo usó para eso", aunque sí apoyó la construcción de una pista de aterrizaje en la Antártida para la milicia francesa.
"Ahí fue cuando Greenpeace se involucró y realizó una protesta en contra de esta actividad, que iba a destruir una isla prístina de la Antártida", recordó Finken, quien ahora comanda la nave a la que un día la organización ecologista combatió.
Y aunque la construcción de la pista siguió, el capitán rescata que lograron dar visibilidad al suceso ante la opinión pública. Greenpeace relata que compró el Arctic Sunrise en 1995 usando como pantalla la compañía Arctic Sunrise Ventures Ltd., pues, de otro modo, los dueños noruegos no les hubiesen vendido la nave.
En los treinta años que ha servido a la organización, la nave ha tenido una vida "muy agitada": ha sufrido "diferentes abusos por parte de fuerzas que han reprimido sus protestas pacíficas", dijo Finken.
Los cambios más relevantes a la nave fueron en 2013, luego de que estuviese capturada por Rusia por más de un año, por una protesta pacífica contra la expansión de la industria petrolera "off-shore" (fuera de costa) en el Ártico.
"Cuando devolvieron el barco estaba en muy mala condición, en una zona muy fría del Ártico", por lo que lo repararon, agregaron comodidades, más capacidad para el transporte de personas y mejoras en la comunicación, instalando muchos equipos satelitales, detalló.
La nave pesa cerca de mil toneladas, con una eslora de 49,62 metros, una manga de 11,50 metros y un calado máximo de 5,30 metros.
Está reforzada en su casco para resistir el hielo, pero "aquí estamos, en el medio del ecuador con un rompehielos", comentó Finken al resaltar que eso muestra la versatilidad de la nave.
Con una velocidad máxima de entre 11 y 12 nudos, el barco puede albergar a 36 personas como máximo, y en el viaje para la misión científica sobre los montes submarinos -en el que participa EFE- estaban en la nave personas de 16 nacionalidades entre técnicos, científicos y activistas.
Dentro del barco la organización es minuciosa y todos participan en las tareas de limpieza. Las horas de comida están definidas, pero el comedor está abierto en caso de que alguien desee algún bocadillo.
En un primer momento, el barco parece un laberinto de escaleras, puertas y pasillos, pero luego la orientación del novato mejora y, si no, siempre hay gente amable dispuesta a ayudar.
Las medidas de seguridad son estrictas, pues no se permite el alcohol y generalmente se mantiene silencio porque siempre hay alguien estudiando, analizando o escribiendo.
En este crucero Greenpeace busca demostrar la importancia de la protección de los océanos. "Vemos muchísima vida en tierra, en la superficie, (pero) nuestra misión es mostrar lo que hay debajo del mar", anotó Finken.
"Lo que nos enfoca este momento -dijo- es la exploración de los montes marinos, que son como islas sumergidas en el mar, que generan una acumulación de vida que no se da en otros lugares en el océano".
Por ello, tratarán de documentar la biodiversidad a través de cámaras sumergibles y minisubmarinos operados remotamente, para llegar a donde los buzos no pueden hacerlo.
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"Queremos mostrar la relevancia de estos sitios para la biodiversidad y las especies migratorias", apuntó, y escogieron a Galápagos por ser una reserva de vida marina de alta prioridad.
Con ese ejemplo buscan impulsar la ratificación del Tratado Global de los Océanos, aprobado hace un año en el marco de Naciones Unidas, a fin de tener herramientas para crear áreas marinas protegidas en aguas internacionales, con el objetivo de lograr al menos el 30 % de los océanos salvaguardados para 2030.
"Hay muchas zonas en aguas internacionales que no tienen reglamentación y esto beneficia a potencias pesqueras", se lamentó. Y aunque prefirió no apuntar a ninguna nacionalidad al hablar de la pesca ilegal y las técnicas usadas, urgió en la necesidad de trabajar en conjunto para salvar los mares.