Ahora, la vicepresidenta Verónica Abad es el centro de conversación y especulación por la orden que le dio el presidente Daniel Noboa para que se vaya a Tel Aviv a trabajar por la paz entre Israel y Palestina. Incluso, por pedido de Noboa, Senplades y el Ministerio del Trabajo tienen que reestructurar institucionalmente la Vicepresidencia de la República, en amparo a las normativas de austeridad del gasto público.
En las últimas horas, Abad no se ha pronunciado públicamente sobre la decisión de Noboa. Entre ambos se hizo evidente su distanciamiento, en especial en la segunda vuelta, en la que no compartieron actividades. Desde el acto en el que recibieron las credenciales por parte del Consejo Nacional Electoral han sido pocas las oportunidades en que han compartido un mismo espacio.
Vistazo analizó para qué sirven la figura del Vicepresidente en octubre, cuando todavía no asumían funciones Noboa y Abad.
El artículo 149 de la Constitución dice: “Quien ejerza la Vicepresidencia de la República cumplirá los mismos requisitos, estará sujeto a las mismas inhabilidades y prohibiciones establecidas para la presidenta o presidente de la República, y desempeñará sus funciones por igual período”. Y a renglón seguido añade que “ejercerá las funciones que esta o este le asigne”. Es decir que no hará nada a menos que el Primer Mandatario se lo ordene o hará todo, si el presidente deja el cargo vacante.
El reemplazo podrá ser temporal o definitivo. Será temporal “la enfermedad u otra circunstancia de fuerza mayor que le impida ejercer su función durante un período máximo de tres meses”. Si es definitivo, lo será por el tiempo que reste para completar el período. Desde 1979 con el regreso a la democracia, 18 ciudadanos han ejercido la Vicepresidencia de la República al mando de 15 Mandatarios. Once de ellos fueron elegidos popularmente. Los siete restantes surgieron de la voluntad mayoritaria del Legislativo. Solo la presidenta Rosalía Arteaga que gobernó el país durante tres días, no tuvo vicepresidente.
Nuestro sistema es presidencialista, una condición similar a la que el francés Maurice Duverger llamó monarquía republicana. Todos los consultados, dos exvicepresidentes, un consultor político y un politólogo, coinciden en que, dentro de este esquema, la figura del vicepresidente es necesaria, sobre todo para una eventual transición constitucional.
“En cualquier gobierno presidencial, la Vicepresidencia es esencial. ¿Y por qué lo digo? Porque el principal rol del vicepresidente es reemplazar al presidente. Por supuesto que a veces la Constitución ha sido esquivada, como fue mi caso, pero indudablemente esa es la función fundamental de un vicepresidente de la República”, dijo Rosalía Arteaga quien fue segunda a bordo en los gobiernos de Abdalá Bucaram y Fabián Alarcón.
“Debe haber un sucesor, es fundamental”, asegura León Roldós, vicepresidente tras la muerte de su hermano Jaime que motivó a su vez la ascensión de Osvaldo Hurtado. En los regímenes constitucionales, añade Roldós, “el sucesor o es el vicepresidente o es el presidente del Congreso o es un designado por el presidente de la República. Entonces, el voto popular en una fórmula presidencial debería ser lo mejor. Lo otro es darle mucha fuerza a un Congreso pues tendría todo el poder político para que eventualmente un cambio de mayoría lleve a debilitar al mandatario. La última, que el presidente de la República designe a dedo al sucesor, sería muy autoritaria”.
Simón Pachano, doctor en Ciencia Política, analiza otra posibilidad de asignación de funciones: “Me parece bien que sean las que el presidente le asigne. Si no estaríamos frente a figuras como la que se usó en Ecuador durante algunas épocas y se usa en algunos países de América Latina: Que el vicepresidente presida el Congreso pleno, sobre todo cuando había bicameralidad. Cada una de las cámaras tenía su presidente, pero el Pleno, cuando se juntaban, estaba presidido por el vicepresidente. Eso si bien puede tener un elemento positivo como cierto grado de coordinación entre las funciones, también puede ser un factor que lleve a desestabilizar al gobierno porque el vicepresidente puede mover a ese Congreso en contra del presidente”.
León Roldós tampoco ve conveniente que el vicepresidente dirija una función del Estado. “Sin serlo, Fabián Alarcón fue un conspirador contra Bucaram”.
Antes de 1979, los electores votaban por separado para presidente y vicepresidente. Así, en 1968 ganó José María Velasco Ibarra y lo acompañó Jorge Zavala Baquerizo, vicepresidenciable del candidato contrario. Fue entonces cuando Velasco, quien además ya había sido reemplazado por su vicepresidente en su cuarto mandato, habló del “conspirador a sueldo”. Con esa experiencia se instituyó la elección de binomios presidenciales.
“Lo ideal o lo normal es que el liderazgo de quien encabeza la papeleta o del candidato presidencial sea tan fuerte que el vicepresidente pase a segundo plano”, observa Oswaldo Moreno, consultor político. “Se ha dicho siempre que el vicepresidente no necesariamente debe aportar votos, sino que no debe quitar votos. Entonces si se toma también en cuenta ese cálculo, se deja de lado en alguna medida otros valores como la lealtad o la afinidad ideológica”, complementa Pachano.
En esta elección se estrena la equidad de género. Ante esto, Rosalía Arteaga, la primera mujer en ocupar las dos más altas funciones del Estado afirma: “Yo no necesité este tipo de disposiciones legales ni para ser concejala, ni para ministra de Estado, ni para candidata a la Vicepresidencia. Las mujeres y los hombres tenemos que estar igualmente preparados para enfrentar los retos que se nos presentan en lo público como en lo privado”.
“Ser vicepresidente es una tarea hasta cierto punto incómoda. Si usted no hace olas dicen ¿para qué sirve el vicepresidente? Y si usted tiene una personalidad propia, le endilgan de conspirador. Entonces hay que mantener un equilibrio que no siempre es fácil hacerlo...”, finalizó la doctora Arteaga.