Uno de los problemas de los ecuatorianos es que pensamos que las soluciones están a la vuelta de la esquina y no trabajamos en planes a largo plazo. Así lo piensa Ana Patricia Muñoz, directora ejecutiva del Grupo FARO, centro de investigación en varios campos que aporta con evidencia para incidir en la política pública.
Durante años, esta organización ha aportado con informes sobre, entre otros temas, la desigualdad y las condiciones estructurales del país que se necesitan debatir y resolver, pero en Ecuador la coyuntura supera cualquier debate en el largo plazo.
Espera que el proceso de diálogo después del paro sea la oportunidad para construir un país mejor. En esta entrevista, Muñoz analiza lo que se pudo evitar y lo que hay que hacer a futuro luego del paro, para no repetir la tragedia.
Ustedes convocaron al diálogo en los primeros días. Si los líderes indígenas y el Gobierno aceptaban, nos habríamos evitado mucho dolor. ¿Qué pasó?
Había muchas organizaciones tratando de hacer algo para evitar que se repita un octubre de 2019. Al ver eso, decidimos unirnos. Éramos más de 300 organizaciones. Lo que se quería es que las dos partes tengan una conversación discreta hasta que se encuentren puntos de acuerdo y luego organizar mesas de trabajo por cada tema. Pero lamentablemente no funcionó: el Gobierno aceptó, pero la Conaie creyó que en ese momento no era el canal adecuado.
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Luego se dio el diálogo en la Basílica, que no dio frutos y finalmente en la Conferencia Episcopal de la que al fin salió humo blanco.
El diálogo en la Basílica no tenía metodología. Para quienes creemos que la metodología, la rigurosidad, saber que los roles tienen que ser claros, se podía prever que eso no iba a llegar a un buen puerto. Es muy difícil si no tienes vocerías claras, moderación, veedores, garantes. La mediación de la Conferencia Episcopal, afortunadamente, dio frutos para resolver los problemas urgentes y plantea un plazo de 90 días para marcar la ruta a los pedidos más complejos. Esperemos que eso dé paso a procesos sistemáticos de diálogo y apertura.
¿Era previsible un paro de esta magnitud que nos trajo los recuerdos de octubre de 2019?
Creo que hubo errores de ambos lados y que nos llevaron a una situación de caos total durante el paro: hubo muertes y violencia. Que se pudieron haber hecho las cosas diferentes, yo creo que sí. Creo que como ecuatorianos nos tenemos que enfocar en ver hacia el futuro. Aquí piensan que dos errores pueden volverse un acierto. Y no funciona así: dos errores nos alejan más. Sin reflexión y autocrítica de ambas partes, tendremos una sociedad más fracturada, más clasista y más racista. Esos procesos serán difíciles de sellar. También como sociedad debemos tener la madurez de comprender que esos problemas estructurales son complejos de resolver.
¿Qué errores ha cometido el Gobierno y el movimiento indígena?
Uno de los errores del Gobierno es que no aceleró la inversión social. Veníamos de una pandemia que retrasó en 10 años los indicadores sociales. Había que atender con seriedad estos problemas. No es incompatible tener equilibrio fiscal, ser responsable con las finanzas públicas y tener políticas públicas que contribuyan a la equidad. No porque digas lo uno estás en contra de lo otro. Eso aplica a muchas otras conversaciones.
Otro error fue la falta de apertura al trabajo con las organizaciones de la sociedad civil. Esperamos que esto sea un punto de inflexión para que selo haga de aquí en adelante. Y por parte de la Conaie, me habría gustado ver una respuesta mucho más rápida a estos canales de buena fe que se pusieron a disposición para un diálogo al segundo o tercer día del paro. Había un clamor de diálogo. Yo creo que le faltó más responsabilidad al movimiento indígena para atender al llamado.
¿Eran viables las 10 demandas dela Conaie?
Esos 10 puntos requerían una reflexión más profunda que no se resolvían con un decreto. El tema del empleo, por ejemplo, es fundamental, pero no puedes decretar cero empleo; hay que trabajar para tener las condiciones. En combustibles: los estudios indican que los subsidios son regresivos. Es decir, benefician más a quienes más tienen. Pero los estudios indican que, al eliminar completamente los subsidios, las poblaciones de más bajos ingresos, serían afectadas. ¿Cómo solucionar eso? Con un sistema de focalización o compensación directa a los más afectados.
Si bien el tema combustibles fue el más visible hay condiciones de desigualdad que nos llevaron a este punto de ebullición social.
Solo por poner una cifra de desigualdad: el 10 por ciento más rico concentra cerca del 80 por ciento de todo el patrimonio del país. La pobreza en general en Ecuador es del 27 por ciento y en la ruralidad se incrementa al 42 por ciento. Y tenemos desigualdad entre regiones: el acceso a alcantarillado en Pichincha está por sobre el 92 por ciento, y en provincias amazónicas como Orellana está bajo el 30 por ciento. Es decir, en algunas provincias, dos tercios de la población no tienen acceso a los servicios básicos. Esa es una foto del Ecuador en el que vivimos. Al crecer en una familia de bajos ingresos, tus oportunidades están limitadas para siempre. Obviamente, eso no justifica la violencia. El mecanismo es el diálogo. Es importante que los problemas de exclusión, falta de servicios, idealmente se resuelvan integrando a las personas en la solución.
Aquí tenemos un problema de redistribución de la riqueza. ¿Cómo superarlo?
FARO fue unas de las pocas instituciones que estuvo de acuerdo con la reforma tributaria que le puso un impuesto al patrimonio. La mayoría de la gente la rechazó, pero yo creo que fue positiva. Es muy progresiva: tienen más efectos en quienes más tienen y era necesaria en ese momento. Entonces, para redistribuir necesitas que el país tenga un sistema tributario progresivo, que el Ecuador lo tiene y no hay mucho que hacer ahí. Sin embargo, sí hay ventajas tributarias que benefician a pocos sectores y a esos hay que ponerles ojo. Hay que asegurar educación de calidad, sobre todo para quienes son más vulnerables, y servicios básicos como salud, que es lo mínimo que se requiere en una sociedad para poder avanzar.
En momentos se avizoró el escenario de la caída del Presidente, como sucedió con Bucaram, Mahuad y Gutiérrez. ¿Por qué es importante mantener la institucionalidad?
Uno de los valores fundamentales es el respeto a la democracia y al Estado de derecho. Es la base para que el resto de cosas se produzcan. Lo preocupante es que, en Ecuador, según la encuesta de Latino barómetro, la mayor parte de la población ya no confía en el sistema democrático. Hay mecanismos en el marco de la Ley que permiten hacer los reclamos justos y viabilizar las demandas sociales y, del otro lado, se espera que el Gobierno responda. Pero debe hacerse por las vías que establece el marco jurídico ecuatoriano.
¿Y si no?
Una vez que se cae la institucionalidad, después podríamos caer en un escenario en el que más y más derechos se infrinjan: la libertad de expresión, libertad de protesta... Una vez que uno se cae, es muy complejo dar marcha atrás.
A nivel institucional el correísmo lanzó la figura de la muerte cruzada que no tuvo el respaldo de la mayoría en la Asamblea. Al gobierno le quedan tres años, y es posible que utilicen la figura de revocatoria de mandato.
Es un mecanismo que demanda muchos requisitos: la calificación del CNE, la recolección de firmas. El mecanismo está ahí para quienes quieran utilizarlo; tienen todo el derecho. Pero más allá de eso, creo que lo saludable es luchar porque se tomen medidas para un Ecuador más justo. Existen canales para pasar las inconformidades, prioridades y demandas de la ciudadanía. Creo que Ecuador merece una estabilidad institucional que tanto le hace falta.
¿Pero esos canales parece que no funcionan?
Los partidos políticos deberían ser en parte ese canal. Se supone que están representando las voces de los ecuatorianos. Es ese fortalecimiento institucional que al Ecuador le hace falta. Las causas justas por más justas que sean, que requieren un levantamiento de las voces, no justifica que se genere violencia. Eso no es compatible con un proceso social que busca acuerdos y mejores políticas públicas. Si a nivel nacional, los partidos políticos no tienen estructuras sólidas, a nivel local es una locura: hay alianzas entre polos opuestos, movimientos que nacen y mueren en una elección, candidatos que se cambian de partidos. Eso hay que componer.
¿Hay ganadores y perdedores después del paro? Hay quienes dicen que tal o cual ganó. Cada uno asume un relato en oposición al otro, como ocurrió en octubre de 2019.
En el paro ha perdido el país. Hay muchas cosas que lamentar. Luego del proceso de diálogo hay que saldar esas heridas que quedan abiertas. Necesitamos paz social y eso requiere resolver temas políticos, económicos y de relaciona-miento de capital social y tejido social. Es súper difícil reconstruir.
¿Qué pasa si no sanamos las heridas?
Creo que es muy peligroso sentarse en uno de los bandos y decir que tiene la razón. Porque si hacemos eso, negamos al otro y no sanamos, no enfrentamos y no solucionamos. Tenemos que hacer un proceso de reflexión. Admitir un error no es debilidad. No hay que dedicarnos a apuntar el dedo de lo que hizo mal el otro, sino reflexionar en los propios errores como sociedad.