Saliendo de la Semana Santa o fiesta de Pascua, una de las palabras que más se repite, talvez, sin el peso que le atañe, es el perdón. Un término que hasta hace unos años se lo asociaba a cualidades netamente morales o espirituales, pero hoy la neurociencia le ha puesto especial atención tanto como a la gratitud, dado los múltiples beneficios del perdón en la salud física y emocional del ser humano.
Sin embargo, en la práctica pareciera que mucho más asequible es aprender a ser grato, mientras que el perdonar se convierte en todo un desafío. El resentimiento por ejemplo, obstruye al perdón y alimenta la ira, una emoción que aunque es natural, si no se la conduce correctamente, lleva a nuestro cerebro a "la zona de no-pensamiento”, un estado cognitivo en el que nuestras facultades mentales se ven seriamente limitadas: no podemos pensar con claridad y menos encontrar soluciones favorables y creativas a nuestros problemas cotidianos.
Un estado de ira puede generar todo un bombardeo en nuestro interior: hormonas como el cortisol (la llamada hormona del estrés), la adrenalina y la norepinefrina recorren cada espacio y órganos del cuerpo. Nuestra presión arterial y frecuencia cardíaca aumentan dramáticamente y con ello el riesgo de sufrir enfermedades coronarias. La tensión muscular y la actividad, las glándulas sudoríparas se disparan y todo el cuerpo se encuentra en modo ataque, como si estuviera físicamente en un campo de batalla. Todo ese coctel venenoso lo ingiere nuestro organismo cuando no creemos en el perdón como una opción necesaria y sobre todo conveniente.
La comunidad científica internacional ha desplegado a lo largo de estas últimas décadas importantes estudios y métodos, sus hallazgos coinciden con las antiguas palabras de Buda: “Aferrarse a la ira es como aferrarse a una brasa candente con la intención de tirársela a otro; el que se quema, eres tú”.
Uno de los trabajos que mayores evidencias ofrecen a la hora de vincular el perdón y la salud es el presentado por el doctor Frederic Luskin, cofundador del Stanford Forgiveness Project. Sus estudios demuestran que el perdón eleva el estado de ánimo y aumenta el optimismo, mientras que no perdonar está correlacionado con estados de depresión, ansiedad, hostilidad y amargura.
Dicha investigación sugiere que el perdón probablemente evolucionó como un mecanismo biológico que nos permite superar el dolor y aliviar el sufrimiento humano, es decir, resulta un mecanismo de supervivencia encontrado para no morir lentamente a causa del veneno de la venganza y el resentimiento. Cuando perdonamos, este desbalance nervioso vuelve a su punto de equilibrio por el proceso de homeóstasis o autorregulación: la presión arterial y el ritmo cardíaco descienden, los neuroquímicos del estrés son reabsorbidos y el sistema nervioso activa el modo parasimpático, la llamada respuesta de relajación o sensaciones de liberación.
Realmente el perdón es la llave que abre la puerta que nos lleva a la libertad del pasado, del dolor y de aquella persona o circunstancia a la que le adjudicamos nuestro sufrimiento. Es importante entender que el resistirse a la oportunidad del perdón es activar la zona más primitiva o arcaica del cerebro, llamado también cerebro reptiliano, cuya función esencial es reaccionar para el ataque-huida, actualmente adaptados a través del odio y la rabia, mientras que elegir el perdón pone en marcha todas las bondades de la corteza prefrontal, que es donde se fabrica la resolución de problemas, el desarrollo de nuestra inteligencia emocional, el uso de nuestros valores morales, pero sobre todo la maravillosa posibilidad de cambiar la interpretación a una más justa y merecedora para sí mismos, a través de la empatía, cuyos resultados redundan en nuestros estados de ánimo, autoestima, incluso en nuestro valor y sentido de vida.
La pregunta clave: ¿es fácil perdonar? No lo es, representa un desafío como todo lo elevado en nuestras vidas, pero que por supuesto nos deja en un lugar de mayor tranquilidad y trascendencia. Y básicamente no es tan fácil dada la cultura social que promueve lo opuesto al perdón, ya que lo ha concebido erróneamente como debilidad o sumisión. El desafío es grande, pero también lo es la recompensa. Quien perdona se sale del lugar de víctima para volverse protagonista de su historia, sin pesos, sin dolores, pero sí con memoria de haber aprendido lo necesario de las situaciones difíciles, que solo son trascendidas y resignificadas a través del perdón.
Que esta vida en bienestar que todos queremos tenga a la mano este recurso del perdón, entendiendo que: perdonar no es favorecer al otro, sino que el practicarlo de forma consciente trae múltiples beneficios a el cuerpo, alma y espíritu.
Si quiere empezar a practicarlo, les comparto estos pasos que al realizarlos continuamente pueden regalarle la libertad que merece:
1. Desistir: Soltar el tema de manera activa, desapegarse de la situación. Tomar la decisión consciente de trabajar en los resentimientos, lo que incluye renunciar a la venganza.
2. Resistir: Abstenerse de castigar, emocional y sentimentalmente. Tener paciencia, canalizar las emociones de tal modo que eviten también el autocastigo.
3. Aceptar: Se trata de un empeño activo, no pasivo. Abandonar voluntariamente los pensamientos obsesivos. Tomar distancia sin mirar atrás.
Recuerda que el perdón es sacar de tu casa emocional a quien sigue viviendo en ella, sin pagar renta y destruyendo lo que has construido.