San José de Cerotal es una pequeña comunidad rural indígena ubicada en las faldas del volcán Imbabura. Y aunque este lugar es considerado como un verdadero paraíso natural por sus lagos, volcanes, valles y páramos, también tiene estrictas normas y tradiciones que rigen a sus habitantes.
La historia de Leticia Lisseth Tituaña es un claro ejemplo de eso. Ella es la mayor de seis hermanos. Su papá es albañil y su mamá se dedicó toda la vida a la agricultura, una de las principales actividades económicas de esa zona.
Estudiar no estaba en sus planes, hasta que un día eso cambió. “Mi papá no tenía un trabajo fijo. Iba de casa en casa y las personas que lo contrataban, generalmente, eran arquitectos o profesores. Él veía que los hijos de sus empleadores se estaban formando y hablaban de temas que él no podía hablar. Así que me sacó de la escuela rural y me metió a una escuela parroquial”, recuerda Leti, como le llaman sus amigos.
Ese fue solo el inicio. Sus padres hicieron un esfuerzo mayor y la enviaron a un colegio en Ibarra. No fue fácil. Era 2007 y la Constitución todavía no reconocía al Estado ecuatoriano como plurinacional e intercultural, así que fue rechazada de varias instituciones por ser una niña indígena.
Después de un año de intentar, consiguió finalmente un cupo. “Lo que más me conmocionó fue no ver a más mujeres indígenas, a más ni-ñas o niños disfrutando libremente de sus derechos..de acceder a la educación”, destaca.
Cuando acabó el colegio, Leticia se fue a Guayaquil para estudiar Ingeniería Química en la Espol. Como ni ella ni su familia tenían suficientes recursos para costear los estudios y su estadía, aplicó a una beca para personas indígenas.
Necesitaba un certificado que avalara su etnia, pero nunca lo consiguió. Su líder comunitario no se lo dio. ¿Por qué? Los hombres eran los únicos que podían estudiar hasta el colegio y la educación, en el caso de las mujeres, no era bien vista.
“Toda la comunidad estuvo en contra porque fui la primera persona que salió a estudiar. Mientras estaba en Guayaquil vendiendo carne de cangrejo y empanadas de aula en aula para costear mi educación, mi mamá me llamaba llorando porque le decían que no estaba estudiando, que en realidad estaba casada y tenía un hijo”, comenta.
Leticia se graduó de ingeniera a los 24 años. Tuvo una experiencia internacional y ganó varias becas académicas. Pero tener su título universitario no era lo único que anhelaba.
Quería cambiar las perspectivas de su comunidad y lo logró . Cuando visitó la escuela de San José de Cerotal, notó que los niños dejaron de creer que la educación era inútil y la empezaron a ver como una inversión a largo plazo. En el caso de las niñas, el panorama no era muy talentoso: seguían limitadas por sus padres.
Después de esa visita, no la dejaron volver a su comunidad, más que para visitar a su familia. Pero, no todo fue malo porque así nació Warmi Stem, una iniciativa que busca aumentar el porcentaje de mujeres indígenas en carreras STEM (Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas por sus siglas en inglés).
¿Cuál es la situación actual? Según datos del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC), en 2022, un poco más de 2.000 mujeres estudiaban alguna carrera ligada a la tecnología. Es decir, cuatro veces menos que los hombres. Pero eso solo es una parte de la realidad, porque no existen cifras exactas de cuántas mujeres indígenas están en los campos Stem o cuántas están cursando la educación superior en el país .
Para entender cómo manejar la iniciativa, Leticia estudió Relaciones Internacionales, aprendió inglés y fue voluntaria de varias organizaciones no gubernamentales.
Así fue como en 2020 se encontró con la Fundación Kisth. “Conocí a más mujeres indígenas que salieron de la ruralidad para estudiar y nos hicimos un equipo muy fuerte. Al poco tiempo, WarmiStem se convirtió en parte de la fundación”, comenta.
¿Qué hacen? Hoy, el equipo se dedica a visitar las comunidades rurales indígenas de la Sierra y dan talleres de mentoría, charlas de liderazgo y conversa-torios para que se conozca más sobre las carreras STEM.
Uno de sus programas más recientes es el Cine científico, con el que le explican a los niños de qué se tratan las carreras ligadas a la ciencia a través de películas o cortometrajes.
Hasta el momento, Warmi Stem ha ayudado a más de 300 niñas, mujeres y adolescentes indígenas. Pero su historia de lucha no es un hecho aislado. Las mujeres indígenas en Ecuador que van tras un título universitario o buscan un puesto de trabajo todavía se enfrentan a la discriminación, falta de apoyo o falta de recursos económicos.
Según datos de Naciones Unidas, se calcula que hay 370 millones de indígenas en el mundo. Si no se garantiza el acceso a la educación y la creación de datos estadísticos sobre esta población, estos problemas seguirán invisibilizados y sin una solución.