El juicio a los tres tripulantes de un narco-submarino que encalló en Galicia en 2019, dos de ellos ecuatorianos, llegó a sentencia. Los tres deberán pasar 11 años en prisión. Un periodista español ha reconstruido el tenebroso viaje en un libro que ha sido llevado por Amazon Prime a la televisión y que se estrenará en marzo.
Veinte meses después que un narcosubmarino que partió del Amazonas llevando tres toneladas de cocaína, avaluadas en 140 millones de dólares a través del Atlántico, sus integrantes Agustín Álvarez, un marino español, y sus dos tripulantes ecuatorianos, Luis Tomás Benítez Manzaba y Pedro Delgado Manzaba, recibieron una sentencia de 11 años por tráfico de estupefacientes, mientras que quienes los esperaban en tierra e intentaron desembarcar el alijo, recibieron una sentencia de siete años como cómplices.
Fue el epílogo de un viaje suicida por el cual el marino español esperaba recibir 500 mil dólares y los ecuatorianos 55 mil dólares. El periodista español Javier Romero, especializado en el crimen organizado, acaba de publicar el libro “Operación Marea Negra”, una investigación meticulosa que en 313 páginas narra la aventura épica pero fallida de este viaje.
El interés de Romero surgió cuando una fuente policial le pasó el dato de que por primera vez un narcosubmarino había encallado en una cueva marina en las costas de Galicia, siendo el primer submarino narco en llegar a las costas europeas.
Entonces, ni la Policía ni Romero conocían mucho sobre el viaje. El submarino que debía entregar la cocaína en alta mar había encallado porque se quedó sin gasolina y los botes narcos que debían recibir el alijo en alta mar no acudieron a rescatarlos. El viaje, que duró 27 días, el doble de lo programado hizo que en su desesperación Álvarez se comunique por señal satelital dos veces.
La primera con sus contactos narcos para decir que por mal tiempo la operación estaba demorada y la segunda con tres compañeros de su infancia para que acudan a socorrerlo. Esas llamadas fueron detectadas por la Marina portuguesa y originaron una operación conjunta de agencias antinarcóticos de Gran Bretaña, España, Portugal y Estados Unidos, que detuvo a los tripulantes y sus cómplices y sacó al submarino encallado en las costa de Galicia.
El viaje se había iniciado en la ciudad selvática de Macapá, en el Amazonas brasileño. El submarino había sido construido en esta ciudad y fue bautizado como “Che”, en homenaje al guerrillero argentino. Los hombres pasaron casi un mes en un espacio hediondo pequeñito, de apenas dos metros cuadrados por dos donde hacían sus necesidades físicas en una funda plástica, que compartían los tres, detrás de las toneladas de cocaína y de 5.000 galones de combustible, comiendo sardinas, arroz y galletas. Al periodista le interesó conocer a fondo cómo fue el viaje.
“Es espantoso y cruel, claustrofóbico, lo que refleja cuán poco interés tienen los barones de la droga por sus hombres. Era una trampa mortal”, le dijo en una entrevista al periódico The Guardian. “Me interesaba conocer cómo vivieron, quiénes eran los hombres que se arriesgaron en esta empresa temeraria, qué había sido de sus vidas antes y porqué se arriesgaron a la travesía”.
TECNOLOGÍA SOVIÉTICA
La fabricación de embarcaciones en fibra de vidrio para transportar la droga es una demostración de cuán organizado está el tráfico de drogas.
Según el libro de Romero, los carteles han descentralizado sus operaciones y tienen astilleros para construir los submarinos en puntos recónditos de la selva sudamericana. “Son organizaciones con alianzas surgidas para perdurar en el tiempo: unos asumen la construcción del artefacto, otros producen la cocaína y la transportan, y otros la requieren desde algún punto del mundo donde es factible transportarla. Nada queda ya de los grandes carteles que asumían el proceso”.
La fabricación de estos submarinos precisamente se inició con los primeros grandes carteles de la droga colombianos de los años noventa.
Ingenieros soviéticos que habían perdido su trabajo cuando se desmembró el imperio “abrazaron el capitalismo más asilvestrado y deshonesto. Convencieron a esos carteles que los submarinos, ya fueran sumergibles o semisumergibles, eran el maná a corto, mediano y largo plazo. Se los vendieron como un medio garantizado para seguir cebando, aún más, las rutas que finalizaban en Estados Unidos”.
El precursor fue Pablo Escobar quien se ufanaba de poseer dos. El primer submarino fue descubierto en 1993 en el Caribe, no poseía el diseño de los actuales. Desde 2011, solo la Armada colombiana ha decomisado más de 158 narcosubmarinos requisando en sus bodegas más de 154 toneladas de droga.
Una de las estrategias de las organizaciones propietarias de los submarinos entre las cuales están los carteles del Golfo, las FARC y después de la firma de la paz sus disidentes, era arrojar los alijos en el mar para que desaparezca la prueba del delito. Por ello, la justicia colombiana hizo reformas a la Ley para incluir la navegación y fabricación de los submarinos narcos como delito.
El submarino que quedó varado en Galicia pertenecía al Cartel del Golfo de Colombia. El capitán de la nave fue contratado por una suma que se estima en 500 mil dólares, nunca confesó en el juicio ni al periodista Romero el monto. Agustín Álvarez, de 29 años, el capitán, tenía una amplia experiencia en el transporte terrestre y marino de droga. Era un excampeón de boxeo, con antecedentes penales y amante de la buena vida y los negocios rápidos.
A diferencia de los dos tripulantes ecuatorianos, conocía el Atlántico. Originalmente, Agustín no era el piloto a contratarse, sino otro capitán también de Galicia, que tan pronto llegó a Brasil tuvo un problema con los documentos. Como Álvarez había transportado en otras embarcaciones la droga e hizo más de un viaje con cargamentos por el Atlántico, fue la segunda opción.
De su parte, los ecuatorianos Luis Tomás Benítez Manzaba y su primo Pedro Roberto Delgado Manzaba eran los encargados de la parte mecánica y de ayudar a su patrón (Álvarez) en la nave. Se relevaban por turnos en el timón para garantizar su descanso. Luis Tomás, de 42 años, y Pedro Roberto de 44 años, son oriundos de la ciudad de Esmeraldas, el primero, y de Manta el segundo.
Son marineros de profesión, con “conocimientos, experiencia y hambre, también de dinero. Se los relaciona con el transporte de alijos de cocaína por barco a lo largo del Pacífico, pero no en semisumergibles ni en embarcaciones artesanales”, narra el libro “Operación Marea Negra”.
Un mes después de su detención en España, la DEA informó que otro hermano de Benítez también estaba encarcelado en España por transporte de narcóticos. “Todo indica que la organización contratante era la misma y que la estrategia era conseguir mano de obra muy barata, dispuesta a jugarse la vida por casi nada”. Los primos habrían recibido 5.000 dólares antes del viaje y esperaban 50 mil una vez entregada la carga.
Después del vuelo a Sao Paulo, con boletos con su segundo apellido, pasaron encerrados en la fortaleza donde se construía el “Che”, durmiendo en el suelo y vigilados por pistoleros que cuidaban el astillero.
En el sumergible, el capitán los trató inicialmente con desprecio porque además pensaba que podían ser infiltrados. El viaje se volvió suicida porque la travesía en el Atlántico es muy diferente de la del Pacífico. “Cruzar el Atlántico supone jugar en otra liga, requiere planes más complejos, el área de tránsito es mucho más larga y las condiciones del mar y la navegación se vuelven insufribles”. Esto hizo que el viaje tome más tiempo del estimado.
ATLÁNTICO SALVAJE
El submarino inició la travesía desde el delta del Amazonas hacia el Atlántico el 29 de octubre por la noche y salieron al Atlántico a través de Surinam. De ahí, el capitán enfiló la nave hacia las aguas frías del mar, evitando ir por los corredores que transitan los buques de alto calado que podrían destrozarlos si se llegaran a tocar. Los primeros siete días, con un mar en calma no hubo otro inconveniente que la comunicación escueta en un espacio en que todos compartían como sardinas en una lata.
Inclusive el buen tiempo permitió que ocasionalmente el submarino, que viaja a pocos metros bajo el agua, suba a la superficie y el capitán y los tripulantes tomen algo de sol y recarguen baterías para su encierro. Adentro, se turnaban en el manejo de la nave y la dormida. Sin embargo, todo estaba por cambiar. El Atlántico empezó a demostrar su lado negro. Una tormenta de varios días los desvió del curso, hizo goteras en el techo y dañó el cárter del aceite que comenzó a filtrarse al pequeño espacio que compartían.
El resto del viaje irían como sardinas en agua salada y aceitosa. Esto impregnó sus trajes de neopreno y ese olor sería lo que primero convenció a los policías que los detuvieron más tarde de que eran los tripulantes del submarino.
La hélice de la nave resultó insuficiente para poder fijar el curso en medio de esa borrasca, la nave viajaba como veleta arrastrada sin rumbo. Cuando paró la tormenta estaban en medio del corredor de los barcos mercantes. En un momento determinado casi son atravesados por un gigantesco buque mercante.
Ninguno puede explicar cómo se salvaron, si ellos giraron o fue el barco. Repuestos del susto que hubiera sido una muerte segura, coincidieron que no quedaba otra que acudir a los teléfonos celulares para comunicar que no llegarían al sitio de encuentro para descargar la droga, varias millas en línea recta a la ciudad de Lisboa, donde acudirían las lanchas rápidas para llevar la carga y ellos obtendrían su recompensa.
La decisión de usar los teléfonos celulares era un arma de doble filo, si bien se aseguraban de anunciar a los propietarios del alcaloide que tardarían en llegar al punto acordado, la comunicación podía ser interceptada por algunos de los servicios de las agencias internacionales antinarcóticos, como efectivamente ocurrió. El encuentro con los barcos en Lisboa fue nueve días más tarde de lo inicial. Pero la suerte no estaba del lado del “Che” ni de sus tripulantes.
Dos de las lanchas que debían recoger el alijo se averiaron por lo cual se les pidió que viajen hacia las costas de Galicia para realizar la entrega y que esperen ahí, dos días. Igual no llegaron y se quedaron sin combustible, cuando se desató una nueva tormenta y el capitán tuvo la certeza de que encallarían. De ese período oscuro, lo único positivo es que el capitán y los dos tripulantes “hicieron piña”, dice coloquialmente el autor de “Operación Marea Negra”. Había surgido una amistad al fragor de la desesperación por salvar sus vidas que peligraban por segunda ocasión.
Desesperado, Álvarez llamó a sus amigos de la infancia para que los socorrieran. Llevaban días encerrados en la oscuridad. Los amigos traerían provisiones y los ubicarían en una casa abandonada hasta que los propietarios de la droga lograran extraerla. Con las luces de un vehículo alumbrarían la playa para que ellos salgan del submarino y naden hacia la orilla. Al menos ese era el plan. Los primeros en saltar al mar fueron los ecuatorianos, aferrados a sus mochilas. No sabían nadar muy bien, aunque la distancia no era muy larga. El capitán fue el último, fiel a la tradición marina. Lo que ignoraban es que la policía de Galicia, en conjunción con la DEA y otras agencias internacionales, sabían de sus movimientos a través de los celulares y que los faros que alumbraban en una playa solitaria al mar, fueron la última pista para cerrar el círculo.
El primero en ser sorprendido cuando llegaba a las rocas, exhausto fue Luis Tomás Benítez, al preguntarle qué hacía mintió: “Nací en Ecuador y soy polizón de un barco español que me trajo hasta aquí. Vine con otros 10 polizones que visten trajes de neopreno, nos desembarcaron en la costa en grupos de a tres”.
Siete horas después su primo Pedro Roberto fue capturado por la Guardia Civil, por su traje de neopreno, manchado de aceite. El capitán Agustín Álvarez fue detenido varios días después. Conocedor de la zona, Álvarez se escabulló como un lince y se refugió en una casa abandonada, donde fue ubicado desorientado y deshidratado. En el juicio poco aportaron para llegar a los propietarios del alijo del “Che”, que en una gran operación policial subió a la superficie, donde se sacó las toneladas de droga.
Investigaciones policiales, los escuetos datos en el juicio dados por los detenidos, que por temor a que puedan atentar contra sus familias admitieron su delito pero sin hablar de quienes los habían contratado y datos de las agencias antinarcóticos internacionales y principalmente de Colombia permitieron establecer que el propietario del cargamento era el Cartel del Golfo, liderado por alias “Otoniel”, o Dairo Antonio Úsuga David, que por el submarino habría pagado un millón de dólares y que los gastos operacionales ascendían alrededor de otro millón, lo que dejaba una ganancia neta de 138 millones dólares.
“Otoniel” fue capturado dos años después y extraditado a Estados Unidos. Por ahora se desconoce quien asumió el mando de las operaciones. No obstante, todos coinciden que las grandes ganancias no atisban un final feliz: “pronostican una larga vida del negocio de la coca y de los narcosubmarinos construidos para exportarla en el mundo entero”, concluye el libro “Operación Marea Negra”.