Internacional

Afganistán: Madres que buscan sobrevivir venden a sus hijas pequeñas para casamientos

Las niñas, Farishteh, de seis años, y Shokriya, de un año y medio, aún no saben que han sido entregadas a las familias de sus futuros maridos a cambio de dinero.

viernes, 29 octubre 2021 - 13:55
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En el oeste de Afganistan, varias familias tuvieron que ser evacuadas por la sequía. En muchas de ellas, como la familia de Fahima, los maridos tuvieron que decidir vender a sus hijas para no morir de hambre.

Las niñas, Farishteh, de seis años, y Shokriya, de un año y medio, aún no saben que han sido entregadas a las familias de sus futuros maridos a cambio de dinero. Sus compradores desembolsaron unos 3.350 dólares por la mayor y 2.800 dólares por la menor.

Una vez que se haya pagado la suma total, lo que podría llevar años, las dos niñas tendrán que despedirse de sus padres y de este campamento de desplazados internos en Qala-i-Naw, capital de la provincia de Badghis, donde la familia, originaria de una distrito vecino, ha encontrado refugio para salir adelante.

Miles de familias desplazadas, la mayor parte a causa de la sequía, de la región, una de las más pobres del país centroasiático, viven esta trágica historia.

En los campos de refugiados y pueblos, los periodistas de la AFP identificaron a por lo menos una quincena de ellas obligadas a proceder de esta manera por sumas de 550 a 4.000 dólares para sobrevivir.

La práctica está muy extendida. Responsables de campamentos y pueblos han contabilizado decenas de casos desde la sequía de 2018, cifra que ha aumentado con la de 2021.

La familia de Sabehreh, de 25 años, un vecino de Fahima, había pedido prestados alimentos de una tienda de comestibles. El propietario los amenazó con "encarcelarlos" si no pagaban.

Para saldar sus deudas, la familia vendió a Zakereh, de tres años, quien se casará con Zabiullah, el hijo del tendero, de cuatro años. La pequeña no sospecha nada. Entre tanto, el padre de su futuro esposo ha decidido esperar hasta que ella tenga la edad suficiente para llevársela con ellos.

"No estoy contento de haber hecho esto, pero no tenemos nada para comer ni beber (...). Si sigue así, (también) tendremos que vender a nuestra hija de tres meses", se desespera Sabehreh.

"Mucha gente está vendiendo a sus hijas", asegura otro vecino, Gul Bibi, que vendió a su pequeña Asho, de ocho o nueve años, a un hombre de 23 años a quien su familia también le debía dinero.

Bibi teme que este hombre regrese de Irán para llevársela lejos de su regazo. "Sabemos que esto no está bien (...), pero no tenemos otra opción", asevera.

UN CALVARIO INTERMINABLE

En otro campamento en Qala-i-Naw, Mohammad Assan se enjuaga sus lágrimas mientras muestra fotos de sus hijas Siana, de nueve años, y Edi Gul, de seis años, que se marcharon con sus respectivos maridos jóvenes lejos de la ciudad.

"Nunca las volvimos a ver. No queríamos hacer esto, pero teníamos que alimentar a los otros hijos", explica Assan.

"Mis hijas seguramente están mejor allá, con comida", intenta consolarse, antes de mostrar los pedazos de pan que le dan los vecinos, su única comida del día.

Assan, que también tiene que pagar el cuidado de su esposa enferma, sigue endeudado. Hace unos días, empezó a buscar un comprador para su hija de cuatro años.

"Algunos días me vuelva loco, salgo de la tienda de campaña y no recuerdo realmente adónde voy", cuenta su esposa, Dada Gul, sentada en la carpa hecha jirones.

Es un calvario interminable para las madres: la decisión de vender a su hija, la espera hasta su marcha, a menudo durante años hasta que las hijas tienen 10 o 12 años, y luego la separación.

Rabia, una viuda de 43 años también desplazada por la sequía, está haciendo todo lo posible para posponer el terrible plazo. Su hija Habibeh, de 12 años, vendida por unos 550 dólares, debería haberse ido hace un mes, pero la mujer rogó a la familia de su futuro esposo que esperara un año más.

"Quiero quedarme con mi mamá", susurra la menuda adolescente, con ojos tristes.

Rabia recompraría a su hija si "tuviera qué comer y beber". Pero ella y sus tres hijos apenas tienen para vivir. Su hijo de 11 años trabaja en una panadería por medio dólar al día, y el de nueve años recoge basura por 30 centavos.

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