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BlackPink: ¿que hay detrás de la aparente perfección en la industria de K-pop coreano?

martes, 27 octubre 2020 - 06:47
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En el documental de Netflix BlackPink: Light Up The Sky, las integrantes del fenómeno del K-Pop, BlackPink, describen cómo cómo pasaron todos sus años de adolescencia internadas en una academia. Sin apenas contacto con el mundo exterior, ensayaban 14 horas diarias con un solo día libre cada dos semanas. 
 
Jisoo, Rosé, Jennie y Lisa son las cuatro integrantes de esta banda femenina que ha conseguido reventar tanto las listas de éxitos como las reproducciones de sus videoclips en Youtube y se han convertido en un fenómeno global. 
 
Sin embargo su éxito viene de la mano de una industria que intenta  proyectar una imagen moderna, sana y positiva de Corea del Sur, pero esconde contratos abusivos, explotación de sus empleados y trabajo en condiciones infrahumanas.  
 

La crisis económica de 1997 obligó al gobierno surcoreano a neoliberalizar su economía, abriéndose al extranjero y a la cultura occidental. Con una mezcla de influencias y géneros, desde el hip hop, rock, eurodance, funk, reggae, techno, disco, hasta  country con sonidos africanos, árabes y asiáticos, nació el K-Pop. Poco a poco ha llegado a ser el género protagonista en el país y un enorme ingreso monetario para la industria musical. 
 
A partir de este cambio nació también el concepto de “tecnología cultural” ideado en 1998 por Lee Soo-Man, fundador de la discográfica SM y arquitecto del k-pop.
“La era de la tecnología de la información dominó los noventa. Yo predije que después vendría la era de la tecnología cultural”,  explicó Lee al semanario New Yorker.
 
La primera estrella lanzada por Lee, el rapero Hyun Jin-young, estaba a punto de triunfar cuando fue arrestado por posesión de drogas. Lee se juró a sí mismo que no volvería a embarcarse en el arduo proceso de desarrollar a un artista que pudiera fallarle. Así que combinó sus conocimientos como ingeniero con su pasión musical y su ambición empresarial para elaborar un manual que él mismo bautizó como “Tecnología Cultural”. 
 
Todos los empleados de SM deben memorizar sus pautas: en qué momento del proceso hay que incorporar compositores, productores y coreógrafos extranjeros; qué progresiones de acordes usar en cada país; qué color de sombra de ojos funciona mejor en cada región; cómo deben moverse las manos al saludar según la cultura; o qué ángulos de cámara aplicar para los vídeos.
 
Según esta estrategia, las estrellas musicales pueden construirse como se construye un teléfono móvil o un ordenador y el resultado es el mismo: influencia cultural, transformación social y crecimiento económico. En 2010 la revista de negocios japonesa Nikkei sacó al grupo Girls' Generation en portada definiéndolas como “el nuevo Samsung”. 
 
En Corea del Sur las estrellas no nacen, se fabrican.  Según El País, las academias de ídolos instruyen a los aspirantes en canto, baile, idiomas, ejercicio, buenos modales, uso de redes sociales y trato con la prensa. El grupo surcoreano más exitoso de la historia, BTS, presume de practicar entre 12 y 15 horas al día. Los alumnos empiezan su formación en torno a los 11 años y, gracias a un software de simulación, la discográfica puede estimar cómo sonará su voz y qué aspecto tendrá su cara una década después.
 
Pero graduarse en una academia no significa el final de la explotación sino el inicio de otra. Según los contratos de siete años (el gobierno tuvo que regular los denominados “contratos esclavistas”, que hasta 2009 eran de 13 años), el artista no puede expresar opiniones políticas que no sean de patriotismo, ni tener relaciones sentimentales, ni acudir a ningún sitio sin supervisión de la empresa. No puede negarse a asistir a ningún evento ni a patrocinar un producto (las Girls' Generation llegaron a ser imagen de pollos asados). Y por supuesto, no debe cometer ni un solo desliz que corrompa su imagen pura e inocente. 
 
Además existe una inmensa presión para proyectar una imagen perfecta y delgada. En las academias los alumnos se pesan cada mañana y cada noche, y un profesor va diciendo su peso en voz alta. Si sobrepasa su peso ideal le darán agua en vez de comida. Las chicas se someten a regímenes como la dieta del vaso de papel (solo pueden comer alimentos que quepan en un vasito de papel), la del pepino (alimentarse exclusivamente de pepino hasta que alcancen su peso deseado) o la del hielo (no comer en absoluto y, cuando les entre hambre, masticar un hielo).
 
La obsesión de la nación con el K-Pop se está extendiendo al resto del planeta. Es el sexto mercado musical del mundo y lleva una década creciendo en torno al 15% anualmente. Solo en 2019 los beneficios aumentaron en un 50% gracias, sobre todo, a BTS y a BlackPink. 
 

Sin embargo, Prince Mak declaró que los artistas solo reciben un 10% de sus ganancias, a dividir entre los integrantes de la banda, y que de ese 10% hay que descontar los gastos por su formación que están obligadas a pagar con carácter retroactivo: clases, manutención, alojamiento, ropa, dietas y operaciones estéticas. 
 
El documental de BlackPink termina con las cuatro chicas comiendo en un restaurante mientras especulan si a los 40 años, tras haberse casado y tenido hijos, estarán en condiciones para afrontar una gira de regreso. A pesar de que se estima que la vida comercial de un ídolo del k-pop nunca supera los siete años y ellas son perfectamente conscientes de cómo funcionan los ciclos del pop. 
 
 
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