La situación económica del país y la desconexión entre el mercado laboral y la universidad están incrementando la frustración en los jóvenes.
Más de 150 mil profesionales se gradúan cada año, pero solo un 35 por ciento de ellos consigue un empleo adecuado. ¿Importa seguir una carrera universitaria en un escenario con pocas oportunidades?
José Choez tiene 19 años y vive en Posorja, parroquia de Guayaquil. Terminó el colegio hace poco y su sueño es ser docente. Sin embargo, no fue admitido en una universidad pública porque no logró los puntos suficientes en el examen de acceso a la Educación Superior.
Sus profesores de colegio y amigos le recomendaron buscar otras opciones para no estancarse. Así que intentó matricularse en una universidad privada para estudiar Administración de Empresas.
Él y su familia reunieron los 500 dólares que les dijeron costaba la matrícula para el primer semestre, pero, a última hora, el total ascendía a 700 dólares.
No tuvo otra opción que quedarse en casa para ayudar en el negocio familiar: una tienda de barrio. Sabe que con su edad y sin experiencia no conseguirá un buen puesto, pero no le importaría empezar con poco.
“Quisiera un trabajo fijo, así no me paguen el sueldo básico”, dice el joven, sin perder la esperanza de ingresar a la universidad el próximo semestre.
En cada convocatoria, alrededor de 190 mil bachilleres buscan estudiar una carrera en las instituciones públicas, pero solo hay unos 95 mil cupos para quienes logran los más altos puntajes en la prueba que toma la Secretaría de Educación Superior, Ciencia y Tecnología (Senescyt).
Quienes tienen o consiguen los recursos optan por la universidad privada, pero otros, como José, se quedan fuera y aplazan sus aspiraciones profesionales con el peligro de quedar rezagados.
Desde hace años, se cuestiona esta prueba como un limitante para los jóvenes que buscan una carrera, pero, sin la construcción de nueva infraestructura pública y privada, es imposible dar oportunidad a todos.
Lenín Moreno ofreció construir 40 universidades técnicas para suplir esta deficiencia. Debían estar distribuidas en las provincias del país donde no hay oferta académica, pero se acabó su período sin ningún resultado.
El presidente Guillermo Lasso, como una de sus prioridades, prometió reformar la Ley de Educación Superior para dar autonomía y garantizar el acceso total y sin pruebas a los más de 190 mil bachilleres que se postulan cada semestre. Su plan de gobierno no dice cómo ni con qué presupuesto. Ese será su primer reto con los jóvenes.
José espera que así sea porque no quiere caer en el círculo de desempleo como la mayoría de sus vecinos y amigos.
CRUDA REALIDAD
En Posorja, como en otras zonas deprimidas del país, las oportunidades son escasas para los jóvenes de entre 15 y 35 años. La parroquia tiene una tasa de subempleo que asciende al 30 por ciento, cuando la media nacional es 10 puntos menos. Y el desempleo causa más zozobra: 33 por ciento, mientras a nivel nacional es de apenas del ocho por ciento.
José es parte de esta última categoría, aunque también podría entrar en el grupo del empleo informal por ayudar en la tienda que tiene su familia.
Estas cifras se desprenden de una investigación realizada por la Escuela Politécnica del Litoral (Espol), en 2020. Son datos prepandemia. Ahora la situación puede haberse agudizado. Lo más crudo es que el 35 por ciento de quienes tienen trabajo lo hacen en ocupaciones elementales.
Un 28 por ciento se emplea en servicios y ventas de comercios y mercados. Apenas un seis por ciento opera máquinas y casi un tres por ciento son profesionales de nivel medio. Evidentemente, no es un escenario prometedor.
“El estudio se hizo por pedido de algunas empresas que conforman la Mesa de Trabajo de los Objetivos de Desarrollo Sostenible 8, que tiene que ver con el empleo decente y el crecimiento económico. La intención fue saber lo que está pasando y cómo se puede mejorar la empleabilidad de los jóvenes”, explica Paola Ochoa, directora de la Escuela de Negocios de la Espol.
La preocupación es que, en esta parroquia, además del nuevo puerto de aguas profundas, están al menos media docena de grandes empresas como pesqueras, empacadoras y de elaboración de harinas, lo que debería dinamizar y mejorar la empleabilidad.
Ochoa dice que son varios los factores que explican esto: el limitado acceso educativo que genera baja percepción o expectativas de oportunidades laborales en los jóvenes; escasa sinergia entre la universidad y la empresa privada que no permiten identificar qué profesionales se necesitan; y el ineficiente comportamiento de la economía y el mercado, que incrementa las inequidades y el poco aprovechamiento de la fuerza laboral. Eso lo viven los jóvenes de Posorja a diario.
Por ejemplo, a Amanda Villavicencio, de 23 años, le habría gustado estudiar la universidad cerca de su casa y no tener que ir hasta Guayaquil, que le significaba más de cuatro horas de viaje, entre ida y vuelta.
“Así no es fácil estudiar”, relata la joven. Al final alquiló un pequeño departamento en Guayaquil y, para solventar los gastos, se empleó en algunos trabajos temporales con salarios sumamente bajos, pero que le permitían sobrevivir.
Egresó de Química y Farmacia y ahora prepara su tesis. Espera encontrar trabajo pronto. No quiere ser desempleada y espera que las futuras generaciones de su parroquia tengan mejores oportunidades.
BOMBA DE TIEMPO
Según la última encuesta del INEC, hay unas 500 mil personas en edad de trabajar que están en el desempleo absoluto, pero lo trágico es que el 60 por ciento de este total son jóvenes.
Por eso, el desempleo tiene rostro juvenil y refleja una frustración que posiblemente se está incubando y puede detonar en estallidos sociales, dice Santiago García Álvarez, presidente del Colegio de Economistas de Pichincha (CEP). Del mismo modo, el subempleo es superior en comparación con los otros grupos etarios.
Pero, mientras la frustración aumenta por falta de oportunidades, no es fácil mejorar las condiciones en una economía de recesión prolongada, como la nuestra, desde que bajó el precio del petróleo y no hubo el cacareado cambio de matriz productiva.
En 2017, Lenín Moreno ofreció la creación de un millón de plazas. Pero hasta antes de la pandemia, se perdieron más de 300 mil empleos.
Ahora, Guillermo Lasso ofrece generar dos millones de empleos, por medio de reformas tributarias y laborales, inversión extranjera, apertura de mercado y otras medidas.
Sin embargo, García Álvarez refiere que no es tan sencillo y por eso los ofrecimientos desmedidos se los lleva el viento.
Según lo han estimado los economistas del CEP, Ecuador necesita una inversión de 6.500 dólares para generar un empleo. Es decir, que para tener al menos un millón de nuevos empleos se requieren 6.500 millones de dólares. Y eso tomando como referencia plazas para el salario mínimo.
La inversión extranjera que llega al país cada año es apenas la séptima parte de esa cifra. Difícil panorama.
Empleos más cualificados obviamente requieren mayor inversión. Cada año, se gradúan de la universidad alrededor de 150 mil profesionales, según los títulos que se registran en el Senescyt. Pero miles tienen que optar por trabajos fuera de su área.
Es el caso de Adriana Díaz, quien se tituló en Ingeniería Comercial hace cuatro años. Pasó por varios empleos informales, hasta que encontró una plaza en el sector público para el área de archivo. Ganaba el básico. Hace dos años, por los recortes estatales, Adriana quedó en el desempleo por casi ocho meses, hasta que la contrataron como secretaria en una empresa, igual con el sueldo básico.
Antes de la pandemia le comunicaron la posibilidad de un ascenso y pasar a un área donde podría aplicar sus conocimientos universitarios. Pensó estudiar una maestría a distancia para seguir ascendiendo, pero con la crisis todo se truncó e incluso le redujeron el salario a la mitad.
“Te toca aceptar un sueldo que apenas alcanza, además de no trabajar en lo que estudiaste. Tus sueños rotos. Es eso o nada”, dice.
SEÑALES EQUIVOCADAS
Todo este escenario adverso puede dar una señal errónea a los jóvenes. ¿Para qué invertir en una carrera universitaria y seguir preparándose si no hay oportunidades?, refiere Carlos De Domingo Soler, docente investigador de la Facultad de Derecho de la Universidad de los Hemisferios.
Junto a profesores de otras universidades, presentó un estudio sobre la vinculación entre academia y mercado laboral en 2020.
Revisando las estadísticas, determinaron que solo el 35 por ciento de los jóvenes con título universitario tiene un empleo adecuado. Es el mismo porcentaje que la media nacional. Es decir, tener títulos de tercer nivel parece no garantizar acceso a oportunidades laborales.
El problema, explica De Domingo Soler, estaría en la desconexión entre academia y el mercado laboral.
Según datos del INEC, el 29 por ciento de empleos se concentra en agricultura, ganadería y pesca. Contrariamente, los datos del Senescyt muestran que la mayor demanda de los postulantes a la educación superior está en Ciencias Sociales: 35 por ciento. Apenas un 14 por ciento apuesta por las ingenierías. Y solo el cinco por ciento postula para agricultura.
El estudio concluye que urge una reforma de autonomía a las universidades, para que puedan lanzar nuevas carreras acorde a las necesidades del país y en sinergia con la empresa privada.
Con la construcción de las 40 universidades técnicas que proponía el gobierno de Moreno, que era un plan trazado desde el gobierno de la Revolución Ciudadana, se pretendía la creación de cientos de carreras que suplirían este hueco.
Pero no hubo ni la inversión ni el despliegue para tener información adecuada, y se comprobó que la planificación centralista del Estado no genera resultados sin la participación privada.
Santiago García Álvarez, del CEP, dice que, además urge llegar a un acuerdo en reformas laborales que flexibilicen, pero no precaricen el empleo.
Anuncia que, junto a profesores y jóvenes de siete universidades, formaron la “Alianza por el empleo joven” que en las próximas semanas presentarán propuestas a la Asamblea.
Paola Ochoa, de la Espol, considera que los jóvenes no pueden perder el ánimo de seguir estudiando.
“Las necesidades actuales no terminan con una formación universitaria, se requiere de constantes aprendizajes y habilidades. La universidad debe conectarse con la industria y los jóvenes deben abrirse nuevos caminos”.
Encontrar esas sinergias para dinamizar el acceso a la universidad y al mercado laboral es uno de los retos del nuevo gobierno.