Si de un lado la convocatoria al diálogo ha sido una decepción permanente, la certeza de que lo necesitamos es una ansiedad creciente. A pesar de que estamos en la época de mayor conectividad de la historia, curiosamente también vivimos en el periodo en el que hablar y comprendernos se ha vuelto más retador. Y Ecuador necesita hablar. Somos algo así como una familia que, distanciada por los vaivenes y colores de la política, de la economía y de la angustia de los retos diarios, ha perdido la capacidad de entenderse para abordar los asuntos más sencillos de la dirección social.
Pensemos que el Ecuador es un barco. Los ciudadanos somos pasajeros que hacemos nuestras vidas y, más o menos, estamos influenciados por el destino adonde nos lleva la tripulación -o sea, la política. Los consensos de sociedades maduras implican debatir sobre la maquinaria misma de la nave. Cómo está configurada, cuáles son sus bases sociales, sus grandes aspiraciones y, quizá lo más importante, los sacrificios y las carencias que está dispuesta a soportar para llegar a sus macro objetivos. Con esto claro la capitana o el capitán, ejecuta un plan de gobierno para navegar sobre la maquinaria preconfigurada por la sociedad.
Hay temas urgentes e incómodos sobre los que necesitamos bases de un consenso mínimo. La seguridad social, la metodología de ingreso a la universidad, la disponibilidad de las reservas en el extranjero, los subsidios a la gasolina, los derechos laborales de quienes no tienen empleo, la minería, la explotación de recursos no renovables, la política agraria, a la conectividad entre regiones, etc. No hablo de los temas regulatorios cotidianos que la Asamblea debe tratar -porque para eso existe y para eso les pagamos. Hablo de diez grandes asuntos que definen la identidad y la orientación general del país y que no pasan por los intereses del legislativo porque no son populares, no son políticamente redituables. No estamos frente a la decisión familiar de adónde ir de vacaciones, sino de dónde cortar gastos y qué sacrificios hacer para asegurar un futuro más llevadero. Son las conversaciones incómodas y agrias que la política en pleno tiene muchas dificultades para abordar, pues allí prima la búsqueda perpetua del agrado y la popularidad.
Precisamente, una sociedad joven y con tantas fisuras e injusticias sociales como la nuestra, necesita un mandato ciudadano alejado de la lid electoral. Necesita diseñar una metodología que permita que los sectores más diversos se sienten a pensar sobre los grandes objetivos nacionales. Cosas parecidas se han intentado en Colombia, Chile o Francia. Usualmente después de convulsiones sociales, nos despertamos con la certeza de que viviendo juntos y diciéndonos connacionales, no nos conocemos, peor nos entendemos.
Ecuador, tenemos que hablar es una serie de diez columnas que un simple ciudadano consciente de su práctica nula capacidad de incidencia publicará como una suerte de ‘autoterapia’ y con la única esperanza de que más personas puedan aportar cuáles son los diez puntos fundamentales sobre los que debemos hablar con Ecuador.