Santiago Roldós

El crimen de la Directora de la cárcel

viernes, 6 abril 2018 - 01:05
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    Dicen que no hay muerto malo, al menos mientras dure el velorio. Pero en el caso de  la ahora exdirectora de la cárcel de mujeres  de Guayaquil, acribillada con 12 balazos a quemarropa  en plena Vía Perimetral –siniestro anillo periférico  del puerto principal del Ecuador–, la dificultad de  encontrar a alguien crítico o que hable mal de Gavis  Moreno no se relaciona a convencionalismo social alguno,  sino al reconocimiento de sus empeños: tratar  de colocar a los derechos humanos de las reas y a su  efectiva rehabilitación por encima de todo.
     
    Al menos desde Nietzche sabemos que la realidad  no es un conjunto de hechos puros y duros, sino sobre  todo el debate de sus interpretaciones, un campo  de batalla semiótico, razón por la cual siempre fue  tan impertinente, propio de un cuento de Borges,  que una Ley de Comunicación pensara la posibilidad  de erigir un tribunal capaz de deliberar tajantemente  lo que los mensajes mediáticos significaban “en realidad”.  Una estupidez y un infierno.
     
    Afirmar que los hechos no existen como tales no  es salirse por la tangente de las durísimas y extremas  condiciones de ese vértice de la sociedad que es la  cárcel como mazmorra, encargada de naturalizar  la explotación, el hacinamiento y la esclavitud de  presos y presas reducidas, especialmente a estas últimas,  en su doble condición marginal de rea y mujer  –cada vez más si son extranjeras, afrodescendientes,  lesbianas o trans, etc.–, carne de cañón de los ejércitos  de las mafias efectivamente gobernantes.
     
    Es inevitable pensar que a Gavis Moreno le costó  la vida el posicionarse en las antípodas de dichas  concepciones y modos de actuar. Las imágenes de  su sepelio, a través de las cuales nos enteramos de  que vivía en la humilde Isla Trinitaria, apuntalan  preguntas sobre la propia Gavis como una anomalía  del sistema, como de las condiciones de vida de celadoras  y autoridades carcelarias en general.
     
    En medio de esas incógnitas, es obligatorio  inquirir si la justicia ecuatoriana, tan incapaz en  tantos órdenes –por su servilismo manifiesto a  criminales ampliamente conocidos–, será capaz  de identificar y perseguir a los asesinos de Gavis  Moreno. Quizás sea ingenuo, ¿estará esa justicia  realmente interesada en hacerlo?
     
    El magnicidio de Gavis Moreno no sólo truncó  violenta e injustamente una vida comprometida con  el cambio, ni buscó únicamente quitar de en medio  a un incómodo obstáculo para las redes de corrupción  que edifican su poder desde el nuclear micro  sometimiento de cada cuerpo reducido a prisión; en  nuestra ley del oeste, se trata de una señal ejemplificadora.  Las cosas “son como son”, y todo aquel o  aquella que se oponga seguirá el mismo camino del  acribillamiento.
     
    Por supuesto, Gavis Moreno no es la primera  directora de prisión víctima de esa evangelización  relativa a la pedagogía de la crueldad de la que habla  la feminista Rita Segato. No se trata del crimen  como marginalidad, sino de lo que significa como  articulador del statu quo en general. El sicariato no  es sólo una herramienta del sistema, es la síntesis de  su ética y su doctrina.
     
    Pido disculpas a quienes esperaban que esta columna  terminara de hablar del fascismo progresista  del Hollywood reciente, problematizando el filme  “Tres anuncios en las afueras”. La violencia desatada  en Ecuador me empujó a posponerlo.

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