Cuando pensamos en cómo es ese futuro en el que quisiéramos vivir en diez años, parecería casi obvio que esa realidad sea de paz, en donde todas las personas puedan prosperar, sintiéndose seguras e incluidas.
Pero para millones de personas en el mundo entero, este anhelo suena cada vez menos alcanzable. Para millones de personas en el mundo, el sueño es regresar a casa sin correr peligro, poder dejar a atrás los recuerdos desgarradores del desplazamiento.
Hoy, 20 de junio, conmemoramos el Día Mundial del Refugiado en un contexto en el que las imágenes de guerra y sufrimiento humano resuenan en todo el mundo. Imágenes de desastres, inundaciones y horror. De constantes y nuevos desplazamientos forzados. Un día detrás del otro, lleno de dolor y desasosiego.
Desde Europa, el medio oriente y África, hasta aquí en las Américas, somos testigos de conflictos, guerras, hambrunas, el devastador efecto del cambio climático. Todo, provocando niveles altísimos de desplazamientos forzados de personas de todas las edades, diversidades y nacionalidades.
120 millones de personas en el mundo viven esta realidad: huyeron de sus hogares porque era la única manera de sobrevivir.
Ecuador no es del todo ajeno a esta realidad. No es solo hogar de uno de los números más altos de personas reconocidas como refugiadas – con una cifra histórica de más de 77.000 personas –, de la comunidad de refugiados colombianos más grande del mundo y del quinto número más grande de personas refugiadas y migrantes de Venezuela.
Por aquí también transitan miles de personas con necesidades humanitarias y de protección críticas, además de estar presenciando el desplazamiento de sus mismos nacionales por, entre otras razones, el aumento de la violencia e inseguridad.
Aquí, en Ecuador, a pesar de las dificultades, hemos visto materializado el poder de la solidaridad, esa solidaridad que le ha salvado la vida a personas desplazadas. Ellas han encontrado aquí un lugar en donde rehacer su vida, en donde aportar sus talentos y habilidades. Un lugar en donde crear comunidad y un nuevo hogar. Un santuario donde encontrar protección, aún con las dificultades en las que vivimos.
Estas personas, y las muchas más que están siendo afectadas por la violencia en el país, necesitan nuestra solidaridad más que nunca.
Por eso hoy quisiera hacer un llamado a tomar acción y construir un mundo que acoja a todas las personas.
No es tan descabellado imaginarse un mundo en donde vivamos en paz, en donde los desplazamientos no existan y las personas no tengan que verse forzadas a irse de casa.
No sería tan descabellado imaginarse un mundo en donde prevalezca la solidaridad y el apoyo a toda persona, independientemente de su nacionalidad, raza o religión. Pero para lograr tener ese mundo que todas y todos nos imaginamos, tenemos que trabajar y ponernos mano a la obra. A diario, asegurarse de interactuar con la humanidad desde el respeto, la solidaridad y la comprensión. Tenemos que ponernos en el zapato del otro. Porque para crear un mundo posible, todas y todos debemos participar.