Analía Hernández y Bertha Pilco, madre e hija oriundas de la ciudad de Quito, son devotas de la Virgen de la Asunción; como todos los años, cada mes de octubre acuden fielmente a los talleres de mantos en el Centro Histórico para adornar con nuevas galas a su Santa, imagen que lleva con ellas más de 23 años y a la que atribuyen todas las bendiciones en su familia.
Madre e hija ya tienen su lugar predilecto para realizar esta tarea, se trata del local Los Ángeles, ubicado en las calles Rocafuerte y Venezuela, donde María Luisa Gonzáles, de 40 años, sigue el oficio enseñado por sus abuelitas hasta el sol de hoy. Entre ella y su esposo sacan adelante el trabajo, confeccionan capas y vestidos bordados con hilos plateados o dorados, coronas y complementos con realce.
Diseños que nacen de la inspiración y el amor de María Luisa por Dios y en el que también participan sus pequeñas, “mis dos niñas que me acompañan siempre, ellas saben ya adornar, nos ayudan en los cortes, en temporada de vacaciones hacen las pelucas para las vírgenes”, nos cuenta la hábil artesana que todos los años crea colecciones nuevas para su fiel clientela.
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A quien también encontramos acompañado por sus dos hijas es a Luis Gerardo López, el cual desde hace más de 50 años se dedica al diseño y elaboración de sombreros de todo tipo, desde paño hasta paja toquilla. Él es la tercera generación en el oficio y feliz nos cuenta que la cuarta ya está preparada para continuar con el legado familiar; pues fue su abuelo, Alejandro López, el que inició con el taller en 1920 y del que aún conserva herramientas que continúan funcionando desde hace más de un siglo.
A pesar de las diferentes crisis que ha atravesado en el tiempo, Luis Gerardo se mantiene positivo. “En la pandemia vimos la oportunidad de pasarnos a este local y nos ha resultado muy bien porque estamos ubicados en la calle de las 7 cruces, una de las calles más transitadas de Quito”, nos motiva el artesano, quien reconoce que la innovación es el camino para sostenerse, “lo importante es el aporte y lo que han hecho mis hijas utilizando la tecnología, precisamente estamos terminando un curso de IA, hemos renovado la página web, donde pueden comprar por internet”.
Y es que precisamente esta es la clave para que los oficios tradicionales, que han configurado la memoria histórica y cultural de la capital, no desaparezcan. Según Alfredo Santillán, sociólogo y antropólogo, “no se trata que los pasados se queden congelados como si no hubiera pasado el tiempo, las dinámicas cambian y en una forma de conservar necesitan también innovar, porque si no tienden a volverse anacrónicos”.
Ocupaciones que marcaron al Quito colonial y republicano como la elaboración de juguetes tradicionales, lustra botas, capariches o zapaterías lentamente han ido disminuyendo el número de sus protagonistas, como el caso de Gerardo Zabala, conocido como el Rey del Trompo, quien lamentablemente falleció el año pasado.
No obstante, existen profesiones que se resisten a desaparecer, como Myriam Velásquez, en las calles Bolívar y Cuenca, dedicada a la restauración y curado de imágenes. Empezó desde muy joven en distintas fábricas hace ya más de 30 años, aprendiendo técnicas de pintado y manualidades.
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No sabe bien si es que antes el negocio era más rentable, si la economía ha decrecido o si la fe ha decaído... lo que sí está segura es que ya no es como antes. “Sigo aquí porque me gusta, segundo porque ya estoy en esto y ahorita ya tengo mi local propio, a cierta edad usted sabe ya no se puede trabajar ni siquiera en esto, porque ahora para este negocio también piden que sean jóvenes”, acota la hábil mujer que también hace encarnes para los lastimados de las personas.
Luis Banda de 65 años, famoso por las colaciones quiteñas, es otro guardián de los oficios tradicionales, que sigue en su profesión por cariño y agradecimiento a los pasos de sus abuelos y sus padres, a pesar de contar con un título universitario. Nos relata que hasta hace 4 años el negocio estaba muy bien, muy estable, hacía de 2 a 3 paradas diarias, mezclando ingredientes como azúcar, agua, maní y limón en pailas gigantes.
“Ahora solo hago una vez en la mañana. Preparo la colación de las bolitas blancas de maní y de repente hago la colación de las bolsitas de anís que son para las misas que hacen en los pueblos. La gente de los pueblitos míos que siguen todavía con las misitas a sus santos son los que me han dado bastante aguante a la colación”, menciona el colacionero con una experiencia de más de 40 años, revelándonos entre risas que su madre nunca quiso que continúe en la labor.
“Yo creo que hay que activar el compromiso de los ciudadanos en dos vías, uno en reconocerse en ese pasado y reconocerse desde nuestras necesidades actuales”, nos expone el sociólogo sobre esta dura situación que se debe en parte a la industrialización e importación de productos que llegaron con la modernización.
Es decir, fijar un decisión ética y política de qué compramos, sabiendo que nuestras compras activan diversos circuitos económicos. Debemos replantearnos, “partiendo desde el compromiso de posicionamos como ciudadanos que activamos desde la lógica y no desde el consumo cómodo.
Tomar conciencia de nuestro rol. Quizás puede tomar más tiempo ir al Centro Histórico, pero eso puede activar otra economía, que en el fondo nos beneficia colectivamente y eso es tiene que ver con el incentivo de políticas públicas, fomentos de instituciones”, sugiere Santillán como una vía para rescatar los oficios de época.
En La Ronda, el Plateresco Colonial, herencia de la Escuela Quiteña, sobrevive desde hace 45 años gracias a Germán Campos Alarcón. En su taller, figuras como mariolas, pulseras, sarcillos, entre otras creaciones, se moldean con oro y plata que se derrite en diferentes técnicas de orfebrería.
“Aquí hacemos la técnica de la forja, le sometemos a fuego en el yunque con el martillo, le damos la forma que queremos, le pulimos, le probamos y volvemos a templar para que tenga consistencia”, nos explica Germán, confesándonos que el secreto está en crear tus propios cinceles: “es tradición que el artesano haga sus propios cinceles. Los clavos, pistones y válvulas de motor se han transformado en cinceles. Como son materiales nobles de buen acero entonces resisten”.
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Y es que, así como la creatividad del orfebre puede ser un regalo o un recuerdo magnífico que combina tradición, talento e innovación. María Magdalena Moya y su hermana Adriana Moya nos invitan a impulsar los oficios tradicionales de la capital de una manera rica.
En sus más de 50 años endulzando la vida de la gente con espumillas, han innovado con una fórmula sin azúcares añadidos, experimentando con un puré de frutas uniendo guayaba con frutillas.
Estas hermanas atienden alegres y gustosas a sus comensales, “yo me emociono mucho cuando piden las espumillas. Para nosotras este es nuestro corazón, nuestra vida, hemos nacido y hemos envejecido haciendo espumillas y aquí estamos” y así seguirán decreta Magdalena, deleitando a los transeúntes en la Plaza Chica, en el corazón de Quito.