*OPINIÓN
Aunque muchos marcaban la fecha como un antes y un después por la lucha de los derechos humanos, lo cierto es que México cuenta con más de 100.000 desaparecidos desde 1964. Solo para finalizar el escalofriante dato, existe una particularidad todavía peor: el 97% de las desapariciones que cuentan con una fecha, sucedieron a partir de diciembre de 2006. Es decir, con teléfonos inteligentes, rápida comunicación, cámaras de seguridad, redes sociales, entre otros avances, desaparecieron 97.000 personas a vista y paciencia de autoridades, o bajo su orden como propone la última investigación de López Obrador.
Las Escuelas Normalistas, a las que pertenecían los 43 estudiantes desaparecidos, nacieron como un proyecto político-cultural que se pensó y desarrolló en gran medida como réplica al sistema francés de formación de profesores. México, a diferencia de otros países, encargó la formación de gran parte de los profesores de educación primaria y secundaria a la Escuela Normal Superior de México.
Las escuelas fueron un tipo de educación subsidiada que fue impulsada por el Estado mexicano luego de que la Revolución Mexicana se hiciera gobierno; un tipo de educación para llegar a las zonas rurales del país y brindar una opción de formación y/o empleo a los hijos de campesinos. Con el transcurso de los años, la aparición de la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México, que abiertamente compartían la posición política e ideológica antiimperialista de la Unión Soviética, daría claridad del tipo de profesores que emergían de sus aulas.
Algunas de las Escuelas Normalistas fueron desapareciendo paulatinamente por recortes presupuestarios. Aunque existen relatos días antes de la desaparición de los 43 sobre robo de gasolina, disputas por uso de camiones, entre otros, nada justificaría la violencia y descomposición social a la cual México llegó en esos días.
En un país donde el crecimiento económico no va de la mano con el desarrollo social, donde el crimen organizado está más organizado que el Estado, donde el narcotráfico tiene línea directa con el poder de turno, pueden suceder las peores catástrofes. Catástrofes que dejan huellas, que golpean directamente a generaciones, que ahondan la fractura que existe entre los unos y los otros y que facilita el camino para más caudillos y populistas en su ruta hacia el poder.
Las últimas investigaciones del caso Ayotzinapa, que pusieron nuevamente el nombre en los titulares, son impulsados por el presidente López Obrador y cuyos hallazgos se podrían resumir en: se ordenó a los militares seguir a los estudiantes, había elementos de la Secretaría de Defensa infiltrados en la escuela, las Fuerzas Armadas no compartieron información que pudo haber evitado la muerte de los 43, el Ejército realizó investigaciones paralelas a las oficiales, y por si fuera poco la Secretaría de Marina manipuló la escena del crimen, es decir el basurero de Colula.
Los detenidos por el caso de los 43 han narrado a detalle el plan macabro para desaparecer a los estudiantes. Diesel, árboles, llantas y un basurero donde se generó un incendio tan atroz que a la fecha solo ha sido posible identificar tres cuerpos. Comunicación directa y conocimiento entre grupos del crimen organizado y jefaturas políticas acabaron con la vida de 43. Cuyos hijos, esposas, madres seguirán clamando justicia hasta el último de sus días.
¿Por qué hacer una columna más sobre el tema? ¿Por qué ahondar en el discurso de “vivos los queremos” si es evidente que no regresarán? ¿Por qué dedicar energía a seguir investigando?
Porque estamos condenados a cometer los mismos errores si no hay memoria, porque con la indiferencia estamos relegando al silencio a los afectados por este crimen de Estado, porque todos los esfuerzos cuentan para acabar con un desarrollo social a medias.
Los 43 no volverán, pero todos los días son una oportunidad para reflexionar sobre la no existencia de verdades absolutas y sobre la necesidad de tolerancia en el marco del respeto hacia quienes piensan distinto. Y pensando en los políticos, solo es posible recordar la tan popular frase de “el poder es efímero”.