“El revolucionario más radical se convertirá en conservador al día siguiente de la revolución”. (Hanna Arendt, filósofa judía autora del libro “Orígenes del Totalitarismo”. Eso debieron sentir los 120 mil cubanos que entre 1959 y 1962, decidieron salir de la isla ante los excesos del régimen de Fidel Castro. La élite económica y política había apoyado el levantamiento de los barbudos de la Sierra Maestra, con la esperanza de derrocar al dictador militar Fulgencio Batista y establecer un régimen democrático.
No obstante, nada estaba más lejos de la realidad. El régimen que nació de una insurrección popular se eternizó en el poder: lleva 62 años en manos de la familia Castro. Y aunque en un reciente Congreso del Partido Comunista, Raúl Castro, el hermano menor de Fidel, ha dicho que cede el poder a un hombre seleccionado con su dedo (Miguel Díaz Canel, 61 años), muy pocos creen que se ha producido un relevo efectivo.
La caída del régimen de los hermanos Castro es un sueño inacabado para los exilados cubanos dispersos por el mundo, pero concentrados en Estados Unidos, donde se estiman que han llegado en cuatro oleadas (1959-1962; 1965-1974; 1980 y 1993-1995) hasta completar cerca de un millón y medio de personas, según los datos de la migración norteamericana. Las primeras generaciones de inmigrantes se organizaron con ese propósito, presionando políticamente a los dos partidos, Republicano y Demócrata, para cortar al régimen de un tajo. No obstante, el primer intento militar por hacerlo, la invasión de Bahía de Cochinos, resultó un fiasco y Castro se convirtió en socialista y se alineó con el gobierno de la Unión Soviética, durante varias décadas de la denominada Guerra Fría.
Fidel Castro actuó como una punta de lanza en la región, marcando el devenir de las relaciones de América Latina y Estados Unidos. La Unión Soviética fue pródiga con el régimen de Castro, le facilitó subsidios entre cuatro y cinco mil millones de dólares anuales para sobrevivir a un embargo económico impuesto por Estados Unidos. La caída del Muro de Berlín en 1989 y el fin de la Unión Soviética en 1991, abrió la esperanza nuevamente en los cubanos exilados sobre la cercanía del fin del régimen.
El comunismo europeo se había desmembrado por la incapacidad de una economía basada en el todo poderoso Estado para satisfacer las necesidades de su población y por el hartazgo de las poblaciones con las penurias económicas y con la constante violación de los derechos chos humanos de sus habitantes. El fin de la Unión Soviética fue para Cuba el fin de los subsidios. Su Producto Interno Bruto cayó de ocho mil cien millones de dólares a dos mil doscientos millones.
Según explica el catedrático de Harvard Jorge Domínguez, a pesar de las carencias el régimen de Castro gozaba de legitimidad entre los habitantes de la Isla. De acuerdo a una encuesta hecha en Cuba durante esa crisis, apenas 20% consideraba al desabastecimiento de alimentos como un problema grave, pero 75% sostenía que la salud pública era de calidad y un 80% que la educación pública igualmente. “Era un país andrajoso, pero con un pueblo orgulloso”. Además, existía dificultad para derrocar a Fidel: la oposición interna a su régimen era dispersa y débil y en cambio, un ejército disciplinado, controlado al milímetro por su hermano Raúl, impediría un viraje político.
EL ETERNO NÚMERO DOS
La relación política y humana de los hermanos Castros, Fidel y Raúl, ha sido tema de numerosos libros. En algunos se pinta como una relación desigual en poder y afecto, donde Raúl llevó siempre la peor parte. El menor de los Castro no lograba llenar las expectativas de su hermano, indistintamente de sus esfuerzos.
Sin embargo, fue Raúl quien convirtió en comunista a Fidel. Según varios biógrafos, Fidel fue nacionalista y antinorteamericano, pero nunca comunista. Por mantenerse en el poder, dio el giro hacía la Unión Soviética. Sin el carisma de su hermano, Raúl fue un hombre disciplinado y organizado, en contraste con Fidel.
Desbandado el ejército de Batista, Raúl creó una fuerza militar entrenada, que combatió en varios frentes, sobre todo en África y que desarrolló un poderoso servicio de inteligencia. Estuvo al frente de esa institución durante más de cincuenta años, cuando por enfermedad Fidel se retiró del gobierno en 2011.
Fidel enfermó de gravedad con diverticulitis, que se complicó por una serie de operaciones quirúrgicas. No obstante, Fidel se desvivió en elogios por otros, no por su hermano. Una comparación evidente es el trato que dio a Hugo Chávez, a quien lo distinguió como un hermano y pupilo. En especial, cuando Chávez también enfermó de un grave cáncer. Sin embargo, quien hizo la conexión para asegurarse del suministro efectivo de combustibles y los subsidios que le permitieron a Cuba superar la crisis de los años noventa, cuando se disolvió la Unión Soviética, fue Raúl.
La boya de salvación de la economía cubana fue la Venezuela gobernada por Hugo Chávez. Por más de una década, Cuba recibió cien mil barriles de petróleo por día, a cambio de ayuda cubana en medicina, educación y el ejército. Ramiro Valdés, el poderoso jefe de servicio secreto cubano, se instaló en Venezuela como jefe de la Policía y de los espías de Hugo Chávez. Por esta razón fue imposible para la oposición venezolana primero ganar elecciones a Chávez y después derrocar a Maduro.
LA SEGUNDA FRUSTRACIÓN
En el libro Sin Fidel, Ann Louise Bardach menciona que el exilio cubano había esperado la muerte de Fidel Castro como el punto de quiebre para la caída del régimen. En realidad, a pocos líderes como Fidel les han aparecido tantos rumores sobre su muerte. El primero ocurrió en los tiempos mismos de Fulgencio Batista, quien convenció a un corresponsal de la agencia UPI de que tanto Raúl como Fidel habían muerto en combate. Al leer la información, Castro hizo traer al corresponsal Herbert Matthews del New York Times a la Sierra Maestra para que le haga una amplia entrevista y reportaje, desmintiendo al corresponsal de UPI.
Durante el periodo de la enfermedad de Fidel, por lo menos en dos ocasiones en que sufrió quebrantos en el extranjero, como un desmayo en Buenos Aires y una caída en una Cumbre de las Américas, se rumoró de su precaria salud y su cercano fin. En realidad, sobrevivió cinco años a su retiro público en 2011. Su frágil salud había limitado sus compromisos y de hecho de manera interina desde 2006 gobernaba su hermano Raúl.
La primera misión de Raúl fue garantizar una sucesión ordenada y sin traumas. No compartía con Fidel la forma de ejercer el poder. Fidel era personalista y disperso. Raúl alejó del día a día el manejo personalista y trabajó para que imperen las instituciones. Limitó también a dos mandatos el ejercicio del gobierno. Estuvo una década al frente del Consejo de Ministros y en 2018 eligió a su sucesor, Miguel Díaz Canel, pero mantuvo el puesto de secretario del Partido Comunista, cargo que hoy ha dejado a Díaz.
Pese a que en su juventud fue comunista, Raúl vio que los países comunistas que hicieron grandes progresos después de la caída del Muro de Berlín lo lograron con una mayor participación privada. En sus primeros años eliminó prohibiciones absurdas como no poder comprar casas, necesitar de una “tarjeta blanca” para salir del país, no tener acceso al internet, a los teléfonos celulares. También batalló contra las gratuidades “indebidas”, quitó subsidios y ayudas a empresas ineficientes. Aseguró que en el Estado cubano sobran más de un millón de burócratas y aumentó el número de microempresarios que en Cuba se conocen como “cuentapropistas”, de 150 a 600 mil, es decir pasaron a constituirse en el 13% de la economía.
EL TERCER EVENTO
A los 89 años, Raúl ha vivido en el poder más que los jerarcas de la Unión Soviética, que por permanecer en el cargo más allá de su competencia y vigor físico, originaron el descalabro de ese sistema. ¿Con su salida, se marca el comienzo del fin de una era? A los exilados cubanos les gustaría que finalmente el régimen ceda paso a otro tipo de gobierno. El cambio, no obstante, encuentra a Cuba en una situación tan grave como la que ocurrió cuando se disolvió la Unión Soviética. La economía venezolana ha colapsado y los subsidios han sido recortados; la pandemia mató, por ahora, la otra fuente de ingresos que es el turismo y el internet ha agitado el descontento social, sobre todo en las generaciones más jóvenes, para quienes la revolución y la espera de una utopía no son aceptables. Esa generación quiere ver las mejoras ahora y no está dispuesta a tanto sacrificio.
Según un artículo de Marcel Felipe, de Inspire American Foundation, publicado en el Wall Street Journal. “La transición es una transición falsa…Hay figuras claves, poco conocidas internacionalmente que tienen el poder real”. Entre estos están dos familiares muy cercanos a Raúl, el primero es Luis López Callejas, su exyerno y padre de sus nietos, quien maneja GAESA, el emporio de empresas militares que controla el 75% de la economía cubana, que incluye hoteles, constructoras, navieras y casas de cambio. “Hay denuncias en el Senado de Estados Unidos, que López tiene vínculos con el tráfico de drogas de Venezuela”, escribe Felipe.
Otra persona clave es su hijo Alejandro Castro Espín, general que dirige los sistemas de inteligencia del ejército. A él se lo responsabiliza de los ataques “sónicos” (de zumbido en los oídos) que han sufrido diplomáticos norteamericanos y canadienses. Es por esta razón, y apoyado en información del senador cubano americano Bob Menéndez, que el presidente Biden ha mantenido las duras sanciones que el presidente Trump impuso a la isla.
En realidad, para Marcel Felipe, en la Cuba de hoy “No hay Fidel, no hay comunismo ni ideología ni socialismo. Todo lo que queda es una dictadura militar”. Ante esto, él plantea tres escenarios. El primero, y más probable, es que cuando muera la vieja guardia militar y le suceda una generación más joven harta de los Castro, impediría que los nuevos lleguen a tomarse el poder. Ese relevo militar puede alinearse con los disidentes y el exilio cubano americano, lo que determinaría grandes cambios para la Isla.
Otro escenario posible es que se agudicen los disturbios civiles, como lo que ha ocurrido con músicos y otros manifestantes, lo que degeneraría en caos y en consecuencias impredecibles, lo cual sería el escenario más grave, aunque poco probable.
Un último escenario puede ser que estando la economía sin salvavidas y por la presión de los disidentes y el exilio, ocurra una negociación con el régimen para evitar un final violento. Este es el escenario menos probable para Felipe. Estos cambios no son inminentes. Por ahora, la Cuba continúa “al ritmo del tambor de la familia Castro”, concluye el artículo.