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Alfredo Borrero revela los síntomas "graves" del sistema de salud de Ecuador

El vicepresidente de la República, Alfredo Borrero Vega, a casi cien días del inicio del gobierno, revela los síntomas que le llevan a diagnosticar como un enfermo muy grave al sistema de salud pública del país, repasa el plan de vacunación y prescribe que él no es ni será un “conspirador a sueldo”.

lunes, 6 septiembre 2021 - 15:34
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“Yo estaba a las 07h19 de la mañana en el Metro de México. Era el 19 de septiembre de 1985...”. Así, el vicepresidente de la República Alfredo Borrero Vega nos empieza a contar sobre la primera gran crisis sanitaria de la que fue parte: el terremoto de México que ocasionó más de 10 mil muertos y el colapso de una de las ciudades más grandes del mundo.

“Usted me hace recordar una experiencia que yo tenía medio bloqueada en mi memoria. Estaba haciendo mi cuarto año de Neurocirugía en el Centro Médico del Instituto Mexicano de Seguridad Social”. Borrero tenía 29 años y le faltaban 12 meses para culminar sus primeros estudios en el exterior. Le siguió un diplomado en Administración de Salud en Harvard, Estados Unidos.

“Salí del Metro, subí las gradas y era una locura. Andaba con un uniforme blanco que se llamaba hawaiana. De pronto alguien me dice: Borrero. Era una enfermera. Ella me contó que hubo un terremoto, abajo no supimos porque estábamos en el Metro, llegando a la estación. Los hospitales que no se cayeron, pero hubo la necesidad de inhabilitarlos. Teníamos que sacar a los pacientes. Como yo rotaba por Neurocirugía pediátrica, llevamos a los niños a un estadio de béisbol. Ahí comenzamos a ver lo que llegaba y lo que llegaba, fundamentalmente, eran cadáveres. Eso devino en una crisis sanitaria por la descomposición. Esto creo que fue miércoles, el viernes hubo una réplica donde se terminaron por caer los edificios. Muchos de mis compañeros perdieron a sus familias. Fue una experiencia muy fea la que me tocó vivir”.

—Fue su primera crisis sanitaria, entonces como actor de reparto, hoy como protagonista...

—El 16 de marzo de 2020 hubo una disposición que no podíamos ni pisar las veredas de las calles. Ahí comenzamos a vivir una tragedia porque dejamos de sonreír. Dejamos de encontrarnos con la gente. Muchos han perdido seres muy queridos. Ha sido una batalla desigual para combatir el coronavirus.

—Una batalla que se libra ahora en hospitales llenos de pus...

—La salud está enferma. Los hospitales están destrozados. Para mí quedó grabado el hospital de Ventanas que lleva el nombre de un ilustrísimo guayaquileño, expresidente de la República, Jaime Roldós Aguilera.

Tengo una forma peculiar de visitar hospitales. Primero me voy a la cocina, luego a la lavandería y subo las gradas. No uso los ascensores porque en las gradas me voy encontrando con la gente que me dice ‘doctor le quiero contar mi historia’. Y voy solo porque cuando voy con los directivos, ellos generalmente no cuentan la plena, como dicen los jóvenes. Luego voy a la farmacia de insumos, a la farmacia de medicamentos y a la consulta externa. De paso voy a emergencia. Tuve la oportunidad de ser director de un hospital muy conocido en el Ecuador y por eso conozco cómo se deben hacer las cosas.

—¿Qué pasaba en Ventanas?

—En el pasillo me encontré con una joven de 23 años, que estaba en su semana 16 de gestación y me dice ‘necesito hacerme un eco y me mandaron con esta orden al frente’. Fui al laboratorio y le digo al jefe de esa área, señor doctor, ¿qué exámenes hace aquí? ‘Ninguno’, me respondió. Luego paso a ver los equipos. El común denominador es que el tomógrafo no funciona. El ecosonógrafo no funciona en Ventanas.

Entonces, una de mis asistentes me dice ‘doctor salga y cruce la calle’. Efectivamente, había un edificio muy bonito al frente que decía ‘Hospital del día, aquí tomamos rayos X, hacemos ecografías’ y para culminar tenía una farmacia y una funeraria. Y, ¿sabe quién era el dueño? Un exdirector del hospital. Esa es la realidad.

—¿Qué se necesita para ser un buen director de hospital?

—Pongámosle dos palabras, capacidad y honestidad. Y pondría primero honestidad.

—¿Por qué cree usted que hemos llegado a esta crisis?

—Es un problema que ha venido desde hace muchísimos años. Se construyeron hospitales con sobreprecios, se compraron ambulancias que eran camionetas adaptadas. Se compraron hospitales móviles de emergencia, también con sobreprecio.

El proceso fue creciendo hasta llegar a la pandemia donde se destinó el dinero a comprar fundas para cadáveres que costaban 14 dólares en 160. Hay un denominador común que se llama corrupción. Pero ojo, hay un problema de fondo: el modelo de atención de salud no es el adecuado.

—¿Qué modelo se debe aplicar?

—Ahora se tiene un modelo de tipo curativo. Necesitamos cambiar a un modelo de tipo preventivo. Debemos fortalecer el primer y segundo nivel de atención, donde se cura el 80 por ciento de las patologías. Yo siempre cito este ejemplo: si viene una señora con un Papanicolau que cuesta 12 o 15 dólares el examen, yo le evito que esa señora después tenga un cáncer cervicouterino que pone en riesgo su vida y le cuesta al Estado, entre quimio, cirugía y todo, alrededor de 80 mil dólares. Nosotros tenemos una misión en estos cuatro años, que es la de cambiar el modelo de atención.

—¿Es un modelo que impone el Ministerio de Salud o los directores de los hospitales?

—Viene del Ministerio. Recordemos que también se cambió la gestión. Anteriormente teníamos las jefaturas provinciales de salud, donde cada provincia tenía un presupuesto y una gestión administrativa. Y no se necesitaba que el que estaba en Morona Santiago viaje a Cuenca para pedir un permiso a la zonal. De 24 jefaturas provinciales pasamos a nueve zonales. La estructura misma tiene que ser revisada.

El estándar este rato en los hospitales es desabastecimiento sumado a una estructura física que no sirve absolutamente para nada. En el hospital San Vicente de Paúl, de Ibarra, había una fuga de agua y el techo estaba sin la celosía. Y pregunto ¿esas aguas que son? Me dicen: ‘No sabemos, doctor’. Puede que sean las mismas aguas negras que manejan los hospitales. Entonces toda la estructura de los hospitales está enferma.

—¿Aún se puede hacer algo?

Vamos a atacar varios frentes. El más importante ahora es que el ciudadano tenga acceso a medicamentos. Me duele el corazón cuando una señora que gana 50 dólares al mes, en el Hospital Carlos Andrade Marín de Quito, le han mandado a comprar una medicina por 4.500 dólares porque su madre estaba con cáncer. ¡Imagínese!

Entonces hemos planteado lo siguiente: la trazabilidad del medicamento, es decir, sé que a María le dan una Paracetamol y esa pastilla va a necesitarla durante cinco días. Eso va a quedar registrado y reducido del stock. Para que no ocurra, como ha sucedido, que compran demasiado medicamento que se caduca y botan a la basura.

El sistema de salud tiene dos tipos de farmacias, las hospitalarias y las de consulta externa. A las hospitalarias tenemos que surtirlas para que al familiar del paciente que se va a operar de una vesícula le pidan los guantes, los apósitos y las suturas. ¡No, no, no, no! Tenemos que nosotros dotar de eso.

Estamos viendo varias propuestas. Una es, por ejemplo, externalizar las farmacias, es decir, usted sale de la consulta externa con una receta y va a la farmacia Pepito. Puede ir a la misma farmacia de al frente, pero usted no tiene que sacar su billete para pagar.

El otro es un plan a largo plazo con hospitales piloto. Necesitamos tener una receta electrónica y una historia clínica única electrónica. Que eso podamos tener en el chip de la cédula de identidad. A eso se suma la telesalud que implica que en los sitios alejados exista la facilidad de consultar con un médico que pueda resolver patologías no complicadas y que el paciente no necesite viajar cuatro o más horas a una cita médica.

—Hablemos de la vacunación, ¿cuáles fueron las claves?Quisiera contarle cómo inició.

En septiembre de 2020 el candidato Guillermo Lasso me dijo: ‘Alfredo, ¿por qué no organizas un programa de vacunación?’. Reuní a gente nacional e internacional que sabía del tema y propusimos un plan que fue fermentándose, creciendo, incorporando ideas. Cuando ya estábamos en la segunda vuelta, viajé al exterior.

Estuve en Washington donde vacunaban a 4.500 pacientes al día en un solo centro. Fuimos a Vermont, a Florida, a Colombia. No pude llegar a Chi-le porque cerraron la entrada a extranjeros, pero nos comunicamos vía Zoom. Me reuní con los dueños de las compañías. Tuve una reunión en Washington con el BID para la financiación. Con todo eso fuimos donde el Presidente ya electo y dijimos este es nuestro plan. El señor Presidente pidió incorporar al CNE. Después incluimos al sector privado, a los municipios, a la Academia, a la Cruz Roja, a todos. Este momento ya no es un plan del gobierno, es un plan de vacunación de los ciudadanos.

Paralelamente el Presidente hizo la parte diplomática. Llevamos alrededor de 12 millones de inoculaciones. El gobierno de los Estados Unidos nos ha regalado dos millones de dosis de Pfizer. También el gobierno chino nos regaló Sinovac. Además, el Presidente habló directamente con el mandatario Vladimir Putin, de Rusia, por las vacunas Sputnik.

—No hay duda de que ustedes han hablado con tirios y troyanos...

—La salud no tiene ideología, no importa de donde vengan las vacunas. Lo importante es que tengan calidad para ser inoculadas. Se ha hecho una excelente negociación y eso significa que la vacunación va a reactivar la economía.

—¿Y tendremos tercera dosis?

—La tercera no tiene que venir ahora. Puede ser que comience a inocularse el próximo año. Cuando se tome la decisión y la Organización Mundial de la Salud diga que hay que inocular la tercera dosis, nosotros estamos listos.

—Pero, por ejemplo, países como Chile, República Dominicana, no están esperando a la OMS y han empezado a aplicar la tercera dosis a la población de riesgo.

—Así es. Yo creo que debemos tomar las experiencias de cada país más las regulaciones de la OMS. No podemos a tontas y a locas comenzar a vacunar porque necesitamos evidencia científica que nos avale los beneficios de la aplicación de una tercera dosis.

$!“AL PRESIDENTE le tengo un inmenso respeto y muchísimo cariño. Si toma la decisión de que el Vicepresidente vaya al banquillo, iré al banquillo”.

—Pero, hasta donde sabemos, aquí no se hacen esos estudios...

—Sí se están haciendo. El Plan Fénix contempla, entre muchas cosas, el seguimiento a los pacientes. Ahí vamos a tener bastante información. Nos preocupan también los pacientes que salieron de terapia intensiva. El paciente sale con problemas cardiológicos, neurológicos, de movilidad, de habla, una serie de secuelas que le llevan a cambiar su vida.

—Después de esto, ¿qué más piensa hacer en los cuatro años?

—Constituye un reto transformar la salud. Entonces creo que voy a tener trabajo para los cuatro años. Esto es lo que sé hacer y es lo que me encanta.

—El expresidente Velasco Ibarra decía que un vicepresidente es “un conspirador a sueldo”...

—¡No, no, no! Yo al Presidente le tengo un inmenso respeto y muchísimo cariño. Yo estoy a la disposición del capitán del equipo. Si toma la decisión de que el Vicepresidente vaya al banquillo, iré al banquillo. Le respeto mucho y le quiero.

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