La situación en la Capital no puede ser más crítica. Jorge Yunda se aferra al cargo y al poder como un buzo a su tanque de oxígeno. No le basta con haber sembrado tempestades con la tolerancia frente a la corrupción de su hijo, no ha sido suficiente con hacer del Municipio una plaza de mercado de puestos, intereses y contratos. No ha bastado con la peor gestión de la que se tiene memoria por la ausencia de políticas públicas serias y coordinadas, por el descalabro del transporte público, por el Metro que, progresivamente, se va convirtiendo en una cueva de Alí Babá. Nada ha bastado, pues hoy el señor Yunda ha decidido llevar al Municipio a la peor crisis institucional en la historia reciente.
El vaivén de decisiones judiciales, las convocatorias a sesiones paralelas y esta obsesión con mantenerse, a ultranza, en el cargo, está llevando a que la ciudad llegue a un estado de verdadera indignidad que no merece. Los ciudadanos y ciudadanas que estamos en medio de la obsesión por el poder o el miedo a la justicia del Alcalde, no tenemos por qué soportar su delirio. La ciudad, que no es otra cosa que personas de carne y hueso, sufrimos a diario esta ausencia de liderazgo que en nuestras democracias es especialmente crítica.
Sí, Bélgica y otros Estados han pasado meses sin Gobierno sin mayor impacto, porque las instituciones funcionan más allá de quien ocupe un asiento. En Ecuador, en cambio, la incertidumbre se traduce en corrupción. La falta de liderazgo se entiende en Quito como “tierra de nadie” y, esto, a su vez, genera descontrol. Hoy, definitivamente Quito está perdida y necesita la coordinación urgente del Estado, de la ciudadanía y de los liderazgos locales para encontrar un camino en el laberinto que, de nuevo, construyen los políticos mesiánicos que prometen “hacernos grandes” otra vez.