Ante un evento traumático hay que tomar medidas que contribuyan a que las personas retomen en algo el sentido del control, condición indispensable para seguir aprendiendo.
En una edición anterior, escribí sobre la importancia de atender las necesidades emocionales de las personas afectadas por el terremoto del 16 de abril. Y con esto no me refería únicamente a los habitantes de Manabí y Esmeraldas, sino a los de otras provincias, que aunque no lo vivieron con la misma fuerza, se vieron afectados también. Al fin y al cabo, un movimiento de esta magnitud nos recuerda, a quienes vivimos en Ecuador, el poco control que tenemos sobre nuestra existencia y lo vulnerables que somos; sensación de fragilidad que revivimos con cada nueva réplica. El miércoles 18 de mayo hubo una fuerte, que se sintió cuando aún muchos chicos estaban en la escuela. Esto ocasionó angustia en los padres, quienes se volcaron a las instituciones a recoger a sus hijos, temerosos de que algo les pudiera suceder.
A propósito de esto, semanas atrás dos psicólogas de la Universidad Católica de Chile, Andrea Machuca y Ana María Aarón, compartieron sus experiencias y proporcionaron sugerencias (Chile vivió en 2010 un terremoto de 8,8 grados de la escala de Richter) a psicólogos, docentes y actores sociales, en el Centro de Convenciones y convocados por la Universidad Casa Grande. Entre sus sugerencias a los centros educativos estuvieron:
1. Nombrar un vocero responsable de comunicarse con los padres, pues ante un evento de esta magnitud, estos pueden estar angustiados, sensación que se exacerba por los mensajes alarmistas que se suelen transmitir por las redes sociales. Una oportuna intervención de parte de un vocero, que tenga credibilidad, puede bajar los niveles de tensión.
2. Informar a los miembros de la comunidad educativa sobre las acciones que ha tomado la institución para manejar este tipo de situaciones (planes de evacuación, simulacros, etc.) y si el colegio tiene una infraestructura antisísmica, compartirlo también.
3. Consultar entre los docentes si hay alguno que, por su temor a los sismos, se considera poco apto para mantener la calma y guiar a los estudiantes en una situación como esta. Al conocer esto previamente, se puede asignar a algún otro docente que colabore con la tarea.
4. Evitar decir a los estudiantes: “no tengan miedo”. El miedo es una respuesta innata, más bien, los adultos deben decir: “comprendo que tengas miedo, pero yo estoy aquí para ayudarte y protegerte”.
5. La mayor cantidad de personas son resilientes, y pueden elaborar por sí solas la angustia producida por un evento traumático, pero alrededor del 30 por ciento necesita ayuda para lograrlo. Ciertos psicólogos u orientadores deben estar disponibles para proporcionar un espacio de escucha a docentes y estudiantes.
Nombrar un vocero, informar a la comunidad de los planes de acción ante futuros incidentes, ubicar a los docentes que puedan necesitar ayuda en el momento de evacuar a los estudiantes, hacer sentir al alumnado que está protegido y proporcionar un espacio para que los miembros más afectados puedan verbalizar su angustia, son medidas que pueden ayudar a aligerarla y contribuir a que las personas retomen en algo el sentido del control, condición indispensable para seguir aprendiendo.