La palabra rebelar(se), según la Real Academia de la Lengua, se puede usar para expresar acciones que buscan la total oposición frente al poder. En ocasiones, esa intención de rebelarse pasa de ser un deseo individual hacia un sentir colectivo, el cual puede terminar generando efectos que ponen en jaque a todo un país, y en muchos casos, cambian el curso de su historia. Para algunos grupos, esta acción es el camino de transformaciones que generan progreso, por ello requiere un mayor análisis dentro del contexto de la pandemia.
En la noción de rebeldía se encuentra una de sus principales herramientas: la protesta social. El ejemplo reciente en pandemia lo tenemos con nuestros vecinos: Las protestas en Colombia van a cumplir dos meses, dentro de los cuales se estima que la cantidad de heridos se pueden contar en miles y los muertos, más personas desaparecidas, podrían contarse en centenas. Esto se suma a más de cien mil personas fallecidas producto de la epidemia de SARS-CoV-2. Ambas complicaciones (pandemia y caos social), no disponen de caminos visibles de salida.
Las razones que justifiquen (o no) las protestas sociales en plena pandemia generan, hasta el sol de hoy, un amplio debate, incluso en las esferas académicas. Por ejemplo, mientras un estudio realizado en el 2020 por la universidad de Oxfors -sobre las protestas del movimiento Black Lives Matter en Estados Unidos- encontró una correlación entre el aumento de contagios y las protestas en seis ciudades, otro estudio sobre el mismo tema de la Universidades de Harvard y Northwestern decantó hacia resultados totalmente opuestos. No existen entonces, a la fecha, resultados que nos señalen si las protestas se vuelven caldos de cultivo de contagios.
Volviendo a la realidad de nuestro vecino: es indiscutible que el estallido social colombiano se da como el fruto de una crisis acumulada, en donde la gente siente que está más empobrecida y no puede más, tal como lo describe Francia Márquez, activista ambiental de ese país reconocida internacionalmente.
Otra reflexión que surge de la catarsis en la sociedad colombiana es que la crisis que viven al momento, poniendo al país en tercer lugar en número de muertes por COVID-19 a nivel planetario, pudo ser evitada, si tanto la clase política, como los líderes de opinión de distintos sectores sociales hubiesen podido tener la capacidad de dialogar y buscar puntos que les permitan hacer un solo frente en contra de la crisis de salud y social que se vive.
En nuestro país, a pesar de encontrarnos apenas un mes dentro del mandato del nuevo gobierno, probablemente podemos reconocer en la situación de Colombia como algo que nos puede pasar, más aún cuando encontramos muchos líderes políticos y de opinión en el país –de lado y lado– que intentan mantener el ciclo de polarización y odio en el que vivimos, y ese camino solo llevará a puntos de quiebre y caos, en medio de la peor crisis, tal cual como en el hermano país de Colombia.
Quizás el rebelarse en pandemia deba evolucionar desde la protesta social hacia el rechazo firme a los líderes de opinión y políticos que siguen dedicándose a satanizar a otras personas, por el simple hecho de pensar diferente, o incluso a violentar a personas por su etnia o género. En estos tiempos de causas, el rebelarse ante quienes promueven la discriminación, es sin duda algo digno de perseguir, más aún cuando lo que requiere el país es que arrimemos el hombro, a pesar de nuestras diferencias.