Hace exactamente dos siglos, en la mañana del 24 de mayo de 1822, empezaba la batalla de los independistas liderados por el mariscal Antonio José de Sucre, contra los realistas, muchos de ellos nacidos en estas tierras, quienes eran comandados por el presidente de la Real Audiencia de Quito, el español Melchor Aymerich. Luego de varias horas de una extenuante batalla librada cuerpo a cuerpo, a más de 3.000 metros sobre le nivel del mar, los sobrevivientes del ejército de Aymerich arriaban la bandera española, ubicada en el fortín del Panecillo para no volverla a izar nunca más. Empezaba así el camino de nuestro país hacia la libertad del reinado ibérico y subsecuente creación de la República del Ecuador, luego de la posterior separación de nuestro país de la Gran Colombia.
El nuevo camino forjado por nuestros antepasados, que nos ha permitido el poder tener la libertad de definir nuestros destinos como país, y que hoy rememoramos fruto al bicentenario de la batalla de Pichincha, aun mantiene ciertas secuelas de la época colonial. Entre muchas de ellas podemos reflexionar por ejemplo sobre la aún persistente inequidad entre lo rural (de donde antes solamente lucraban los latifundistas creados durante el modelo monárquico) con las regiones urbanas. La pobreza multidimensional alcanza la horrorosa cifra del 70.7%, es decir, 7 de cada 10 ecuatorianos libres viven en condiciones de enorme escasez.
Otra particularidad que heredamos de los tiempos del dominio trasatlántico fue una visión extremadamente machista, que venía desde la visión de la religión católica europea desde aquella época, la cual se impuso a la fuerza por sobre la cosmovisión local y continúa siendo la causa de incontables injusticias en nuestro país. A pesar de que las crónicas sobre el rol de la mujer en las sociedades precoloniales son escasas, varios estudios concuerdan en que el rol de la mujer previo a la conquista española era mas equitativo e inclusivo.
También heredamos un sistema en total desequilibrio y desconexión con el ambiente. Previo a la colonia, nuestros antepasados inventaron una amplia diversidad de técnicas agrícolas que buscaban minimizar el impacto a la diversidad ecológica, que a la vez que permitían el abastecimiento de alimentos, siendo esta su principal actividad económica.
Entre muchos de ellos se pueden destacar procesos innovadores como los Andenes, las cuales eran una suerte de terrazas de cultivo, recreadas en las laderas montañosas, que se encontraban contenidas por muros de roca, los cuales evitaban la erosión de los terrenos. Mediante este sistema, se aprovechaba de forma mucho más eficiente el uso del agua, la cual circulaba por gravedad desde los Andenes más altos hacia los más bajos. Esta técnica fue perfeccionada hacia andenes circulares, semejantes a los anfiteatros europeos, pero ideados para la producción de una diversidad de hortalizas y legumbres, puesto que cada nivel disponía una suerte de microclima frente al resto. Estas invenciones permitían producir hasta 3 veces por año.
Todas estas técnicas fueron reemplazadas por el arcaico método del monocultivo, que produce una degradación en la capacidad del suelo para poder producir. Fue impuesto en la región fruto de esa visión de que el ambiente era algo que se debía dominar y explotar.
Los nuevos procesos productivos surgieron de igual forma con una total desconexión de su entorno, como si los humanos pudieran beber metales fundidos o comer monedas, afectando a uno de los sectores más megadiversos del planeta.
Es de orgullo de todos los ecuatorianos el recordar que hace 200 años, nuestros antepasados ganaron una de las batallas más importantes que lograron nuestra libertad. Lo hicieron con su propio ingenio, sumado a su capacidad de colaboración con países vecinos y hermanos, entre ellos por ejemplo el Reino Unido, que envió más de 400 soldados para esta batalla. Cuanta falta nos hace ahora ese espíritu de unidad para enfrentar problemas modernos, como la violencia y el narcotráfico.
Así mismo, tenemos el reto de desaprender visiones erradas impuestas desde tiempos coloniales, que nos han limitado a desarrollar una sociedad aún injusta con compatriotas de sectores rurales, con las mujeres y con nuestro ambiente.