La crisis económica venezolana empezó siendo una bola de nieve y está convirtiéndose en una bomba de tiempo. Y como dice The Economist: “La mera mención de Venezuela debería hacer temblar a la mayoría de los inversionistas”. Pero, en mi opinión, los inversionistas son los menos perjudicados en toda esta debacle.
Lo grave y, al parecer inevitable, es que además de que la producción económica del país se ha reducido en más de un tercio desde 2014, y está sufriendo una grave escasez de alimentos y medicinas, el país de Chávez y Maduro está sobre endeudado y a punto de entrar a una etapa de default que, a mi criterio, podría desatar una catástrofe humanitaria de proporciones.
El default financiero no es más que el es tado de impago de la deuda o suspensión de pagos que surge cuando una persona u organización no puede afrontar el pago de los intereses o del principal de una deuda cuando llega el vencimiento.
Y esto es exactamente lo que está pasando en Venezuela. La deuda total venezolana a sus múltiples acreedores rebasa los 100 mil millones de dólares, que difícilmente podrá solventar y que traerá como consecuencia (y me asombra que esto haya demorado tanto) que estos bloqueen activos como refinerías, tanqueros y cuentas de la estatal petrolera PDVSA.
Lo que pasa en Venezuela es de locos. Y si hasta ahora el desastre no se ha desarrollado en su total dimensión ha sido porque en los últimos 10 años, China le ha prestado a Venezuela más de 50 mil millones de dólares a cambio de pagos en petróleo. Otro “benefactor” ha sido Rusia, quien también ha realizado una serie de préstamos de emergencia a PDVSA, que le ha salvado de las sanciones, en el momento justo. Cuando los pagos de los bonos soberanos estaban a nada de vencerse.
En abril, Rosneft, una compañía petrolera cuyo propietario mayoritario es el gobierno ruso, prestó a PDVSA 1 billón de dólares. A cambio, según una investigación publicada por Reuters, se le ha ofrecido la propiedad parcial de hasta nueve proyectos petroleros venezolanos. Como diría alguien por ahí: Venezuela se está quedando desnuda y con las manos en los bolsillos.
El manejo de la economía por parte de Nicolás Maduro no puede ni siquiera definirse como doméstico. Porque en la economía doméstica suele primar el sentido común por encima de otras consideraciones. El Presidente venezolano desconoce del tema y si se ha dejado asesorar parece que se ha rodeado de enemigos en lugar de rodearse de asesores.
Maduro confió en que la recuperación del precio del petróleo, que ahora supera los 50 dólares por barril, podría retrasar el estallido de la bomba. Pero la situación es tan complicada y la deuda tan grande que ya no será posible buscar la comprensión de los acreedores. Su mayor bien: PDVSA está prácticamente convertido en una prenda y alrededor de esta se prevén batallas legales enormes y difíciles para establecer qué activos pertenecen a qué entidades. Una bola de nieve que se volvió explosiva.