POR CARLOS ROJAS
A Jorge Yunda le asiste el derecho a exigir un proceso judicial transparente en los casos donde es investigado (paro de octubre, pruebas COVID-19 y Geinco). Lo mismo pide para su hijo Sebastián quien, al revelarse el contenido de sus chats telefónicos, hundió la reputación del primer personero municipal.
Los tiempos en que transcurre una causa penal, por más lapidarios que sean sus resultados, permiten al funcionario en aprietos tener un margen de maniobra para intensificar su clientelismo y garantizarse el control de las instancias de fiscalización.
Difícilmente, el alcalde de Quito será removido por el Concejo Metropolitano. No hay los 14 votos para su destitución, pues los argumentos que se esgriman (escándalos de corrupción, mal desempeño administrativo, etc.) siempre tendrán una connotación subjetiva y Yunda apelará al debido proceso.
Incluso, si este 26 de abril la Corte provincial lo llama a juicio y dispone su prisión preventiva, por peculado en el caso de las pruebas COVID-19, tendría 60 o 90 días para seguir en el cargo como ocurrió con la prefecta Paola Pabón, a punta de vacaciones y licencias sin sueldo. Está claro, entonces, que la política no solucionará la crisis de gobernabilidad y transparencia del Municipio de Quito que ha dejado a la ciudad en un frustrante abandono.
Si Yunda fuera consciente de la traición de su hijo a la ciudad, al asumirse como el gestor de una (presunta) administración paralela y corrupta, no tendría que esperar a que otro juicio así lo determine, o a que los concejales desbloqueen las causales y votos para su remoción.
Estamos hablando de un golpe moral y lo que menos esperaba Quito en estos días eran las explicaciones y disculpas de un Alcalde cuyo hijo fracturó su entereza para administrar la Capital sobre los principios del bien común.
La posibilidad de que Yunda renuncie como consecuencia de las andanzas de su hijo Sebastián es remota. La discusión de si estas fueron consentidas o no por su despacho o de si Yunda se equivocó como alcalde o lo hizo como padre, no es algo que carece de connotación pública, pues él permitió que su familia -hermana y sobrino- entraran a gobernar. Es fácil sugerir que Quito está en soletas porque tiene un municipio quebrado en lo financiero, ineficiente, sobreburocratizado y, según la Fiscalía, con serios indicios de corrupción. Lo difícil será tasar el ímpetu político que su sociedad, al parecer, recobró con la victoria de Guillermo Lasso, voto castigo para quienes incendiaron Quito en 2019.
Los barrios, las universidades (tantas y tan fuertes antes), las cámaras productivas, los colegios profesionales, las fuerzas políticas, los clubes deportivos debieran exigirle al Alcalde que responda por el desbarajuste de su gestión. Pero a muy pocos sectores parece importarles el deterioro integral de la ciudad, pues muchos se acostumbraron a que la prensa denuncie y ponga a la Fiscalía a trabajar y otros, a construir edificios de relumbrón y a patrocinar los videos musicales de Sebastián, cuyo único mérito cultural es ser el hijo del Alcalde.
Si los capitalinos no quieren que los chats y las intrigas del Concejo Municipal sigan humillando a la ciudad van a tener que actuar… y pronto.