Carlos Rojas Araujo

Una alcaldía en soletas

lunes, 19 abril 2021 - 05:17
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    POR CARLOS ROJAS
     
    A Jorge Yunda le asiste el derecho a exigir un proceso judicial transparente en los casos  donde es investigado (paro de octubre, pruebas COVID-19 y Geinco).  Lo mismo pide para su hijo Sebastián  quien, al revelarse el contenido de sus  chats telefónicos, hundió la reputación del primer personero municipal.
     
    Los tiempos en que transcurre  una causa penal, por más lapidarios que sean sus resultados, permiten al funcionario en aprietos  tener un margen de maniobra para intensificar su clientelismo y garantizarse el control de las instancias de fiscalización.
     
    Difícilmente, el alcalde de Quito  será removido por el Concejo Metropolitano. No hay los 14 votos para su destitución, pues los argumentos que se esgriman (escándalos de  corrupción, mal desempeño administrativo, etc.) siempre tendrán una  connotación subjetiva y Yunda apelará al debido proceso. 
     
    Incluso, si este 26 de abril la Corte provincial lo llama a juicio y dispone su prisión preventiva, por peculado en el caso de las pruebas  COVID-19, tendría 60 o 90 días para  seguir en el cargo como ocurrió con  la prefecta Paola Pabón, a punta de  vacaciones y licencias sin sueldo. Está claro, entonces, que la política no  solucionará la crisis de gobernabilidad y transparencia del Municipio  de Quito que ha dejado a la ciudad  en un frustrante abandono.
     
    Si Yunda fuera consciente de la  traición de su hijo a la ciudad, al asumirse como el gestor de una (presunta) administración paralela y corrupta, no tendría que esperar a que otro  juicio así lo determine, o a que los  concejales desbloqueen las causales y  votos para su remoción.
     
    Estamos hablando de un golpe  moral y lo que menos esperaba Quito en estos días eran las explicaciones y disculpas de un Alcalde cuyo  hijo fracturó su entereza para administrar la Capital sobre los principios del bien común.
     
    La posibilidad de que Yunda renuncie como consecuencia de las andanzas de su hijo Sebastián es remota. La discusión de si estas fueron  consentidas o no por su despacho o  de si Yunda se equivocó como alcalde o lo hizo como padre, no es algo que  carece de connotación pública, pues  él permitió que su familia -hermana  y sobrino- entraran a gobernar.  Es fácil sugerir que Quito está en  soletas porque tiene un municipio  quebrado en lo financiero, ineficiente, sobreburocratizado y, según la Fiscalía, con serios indicios de corrupción. Lo difícil será tasar el ímpetu  político que su sociedad, al parecer,  recobró con la victoria de Guillermo  Lasso, voto castigo para quienes incendiaron Quito en 2019.
     
    Los barrios, las universidades  (tantas y tan fuertes antes), las cámaras productivas, los colegios profesionales, las fuerzas políticas, los  clubes deportivos debieran exigirle  al Alcalde que responda por el desbarajuste de su gestión. Pero a muy  pocos sectores parece importarles el  deterioro integral de la ciudad, pues  muchos se acostumbraron a que la  prensa denuncie y ponga a la Fiscalía a trabajar y otros, a construir  edificios de relumbrón y a patrocinar los videos musicales de Sebastián, cuyo único mérito cultural es  ser el hijo del Alcalde.
     
    Si los capitalinos no quieren que  los chats y las intrigas del Concejo Municipal sigan humillando a la ciudad  van a tener que actuar… y pronto.
     

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