Quizás lo más rescatable de estos días de deterioro político es que el presidente Guillermo Lasso haya sincerado las condiciones en las que ejerce su mandato: solo en la Asamblea y sin ningún interés por tender puentes que faciliten la circulación de la agenda legislativa.
Es más, su relato de la trilogía de los mafiosos demostró que el Presidente prefiere dinamitar cualquier estructura que, tarde o temprano, le obligue a transar con correístas y socialcristianos a cambio de una desesperada gobernabilidad.
Es un convencido de la muerte cruzada porque, según su lectura, permitiría al país romper ese modelo de política extorsiva que exprimió a varios mandatarios desde 1979, convirtiéndolos en zombis... Basta con recordar la teoría del trapiche, descrita por León Roldós en sus columnas de opinión.
Lasso y su frente político hablan de negociar en el Parlamento sobre la base de conceptos, cifras y principios, lo cual suena muy bien en un país acostumbrado a ensalzar las mañas y la sagacidad de los ‘operadores’ cuando de tostar granizo se trata.
Pero esta vez el cálculo aritmético pudo más que el político. El oficialismo tiene 12 votos en un Parlamento de 137 sillas; completa 25 con la bancada jabonosa del Acuerdo Nacional y pare de contar. Para ajustar los 70 votos con los cuales se aprueba una ley, faltan 45 asambleístas y Lasso dice no estar dispuesto a manchar su gestión con el repetido escándalo del hombre del maletín o del ministro del reparto, prefiriendo, incluso, arriesgar su presidencia.
Es loable que un mandatario colegisle sobre la base de la decencia y los argumentos técnicos, pero también debe hacerlo con los pies bien puestos sobre la tierra.
Ecuador es un país proclive a la promesa fácil y tiene una profunda debilidad por los liderazgos carismáticos. Además, las encuestas cifran ya, con absoluta claridad, lo volátil que es el electorado en cuanto a preferencias.
En cuestión de días, las tendencias se fraccionan y todos los esfuerzos de Lasso porque la derecha se uniera en su torno en las pasadas elecciones, esta vez, no tendrían cabida. Jaime Nebot y Álvaro Noboa, con absoluta certeza, fraccionarán el escenario, mientras que el correísmo edulcorado, feminista y ambientalista de Marcela Aguiñaga, sin Yaku Pérez en el camino, podrá articular una alianza con el indigenismo radical que comanda Leonidas Iza, ante el desespero de Pachakutik por no perder su condición de segunda fuerza legislativa.
Por último, está el flanco interno. Desde las seccionales de 2019, CREO demostró ser muy vulnerable; prueba de ello es que la principal debilidad del Gobierno radica en los escasos legisladores elegidos el 7 de febrero. Una muerte cruzada, donde se pone a juego todo el poder, no es precisamente el espacio en el que se deba medir la ausencia de César Monge, gran arquitecto de este movimiento político.
Lasso no quiere terminar como un presidente zombi, pero debe ser consciente que su idea de gobernar solo, por más argumentos éticos que exponga, le obliga a cuidar la estabilidad de su mandato y minimizar el riesgo de que, ante cualquier error, el país termine en manos de un nuevo aventurero en el corto plazo.