El desarrollo tecnológico, devela cada vez más lo crucial que es la creatividad para las sociedades del futuro. Ante la duda de cómo avanzamos en nuevos modelos de desarrollo, aparece con fuerza la denominada “economía naranja” que basa su motor en las industrias creativas, es decir, en sectores en los que el valor de sus bienes y servicios se asocian a la arquitectura, artes visuales y escénicas, artesanías, cine, diseño, editorial, investigación y desarrollo, juegos y juguetes, moda, música, publicidad, software, TV y radio, y videojuegos.
Si queremos ponerle número a la economía creativa (o naranja), esta representa el 6,1 por ciento de la economía mundial. Específicamente en Latinoamérica es una economía que contribuye con 175 mil millones de dólares anuales, aproximadamente 10 millones de trabajadores y en términos de exportaciones representa 18 mil millones de dólares. Es decir, son ámbitos en los cuales su valor simbólico y cultural no es lo único que reditúa en la sociedad, sino que tienen una directa relación con el desarrollo económico.
La dificultad que enfrentamos para que la economía creativa se potencie, se debe a factores multidimensionales. Por un lado está la invisibilización y poca valoración de sus aportes. Existe poco reconocimiento de estas actividades como un trabajo legítimo y muchos carecen de una remuneración adecuada (nada menos rentable que un artista o un músico en nuestra tradicional forma de ver la economía). A eso se junta el hecho de que la relación entre cultura y economía no es evidente y a que las lógicas del mercado y de producciones artísticas/ creativas son distintas (pero no contradictorias). Existe mucha más claridad sobre el rol de la cultura en el bienestar y capital intangible de las sociedades, que su contribución al desarrollo económico en sí. Adicionalmente, existe un déficit en la preparación de profesionales y eso se traduce en situaciones como que una misma persona termina asumiendo roles comerciales, de difusión, además de los creativos como tales.
Según el BID entre los pilares que la política pública debe robustecer está el apoyo financiero tanto a quienes ofertan como los que demandan estos bienes y servicios; la formación de capital humano con programas que incentiven la conexión de disciplinas conocidas por sus siglas STEAM (ciencia, tecnología, ingeniería, arte y matemáticas); lograr una regulación que fortalezca los derechos de autor y finalmente mecanismos para mejorar la circulación de información, así como la tecnología y el desarrollo de un mercado más avanzado. La inclusión de la creatividad y la cultura en las políticas de desarrollo económico (no solo cultural) han demostrado resultados muy positivos en países con mayor conciencia de ello, tanto en la calidad de vida, como en la diversidad de sus economías, así como en la inclusión digital y una mayor interconectividad y sinergia entre ámbitos tradicionalmente distantes. La cultura y la creatividad son una compuerta clara para el desarrollo, y el punto central es cómo darles la prioridad y valor que requieren.