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Ana María Raad

¿Cuánto pesa la evidencia?

jueves, 22 marzo 2018 - 02:59
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    Los desafíos sociales y económicos de nuestra  región requieren cada vez más de mejores  decisiones técnicas y políticas. Estos desafíos  se están volviendo más complejos (calidad de educación,  superación de la pobreza, equidad regional)  y las inversiones son cada vez más limitadas (el crecimiento  económico sigue “entre paréntesis”), por  lo tanto, ante la pregunta de cómo invertir mejor o  efectivamente, la respuesta está en la toma de decisiones  de inversión basadas en aquello que conocemos  que funciona, en la evidencia recopilada de manera  seria y sistemática, abandonando intuiciones,  ideologías que sesgan, entusiasmos tecnocráticos  sin mayores fundamentos y las presiones populistas  que tanto nos rodean.
     
    Decisiones por ejemplo de cómo mejorar que los  niños y niñas aprendan más, no deben pasar por la  fantasiosa idea de hacer inversiones millonarias de  infraestructura. Si bien todos sabemos que una sala  de clases adecuada es requisito básico y habilitante  para una buena educación, no hay evidencia que  indique que aulas hipertecnologizadas, con equipamiento  caro y mayor espacio en términos de metros  cuadrados sea más efectivo (en costo y resultado)  que contar con profesores bien preparados para  poder entregar una adecuada retroalimentación a  sus estudiantes.
     
    Toda la evidencia internacional recopilada  a través de cientos de análisis y evaluaciones  en el tiempo, nos indica que una buena capacidad de  retroalimentar por parte del profesor a sus estudiantes  para guiarlos sobre lo aprendido, sus espacios  de mejora, etc., tiene un impacto cuatro veces más  efectivo que unas aulas hiperequipadas.
     
    De la era correísta hemos heredado la falsa idea  de que los tomadores de decisiones, al ser altamente  capacitados y técnicamente con credenciales de  universidades de alto prestigio internacional, eran  factor suficiente para imponer una supuesta verdad  sobre hacia dónde debían ir nuestras inversiones.
     
    Lo cierto es que la capacidad técnica, sin evidencia  y movida por los egos, las ideologías y sentidos de  superioridad intelectual, tornan las inversiones en  poco efectivas, pero en algunos casos en verdaderos  elefantes blancos como lo fue Yachay, con una inversión  de mil millones de dólares, recordado por ser un  derroche de recursos, sin sustentos técnicos reales  que aseguren el impulso del conocimiento científico  y económico del país.
     
    El camino hacia una cultura de decisiones basadas  en evidencia requiere por un lado, acercar de manera  más amable y didáctica los hallazgos de las investigaciones  a los tomadores de decisiones. Básicamente sacar  a la academia de su caja de cristal y hacerla cercana  a quienes están en la primera línea del diseño de políticas  públicas. Esto implica, traducir de manera fácil  los hallazgos, contextualizarlos a las realidades locales  y no creer en balas de plata o soluciones únicas que resuelven  los problemas de la misma forma en todos los  contextos.
     
    También implica aceptar que difícilmente  las decisiones políticas van a ser totalmente técnicas,  pero que en la medida en que logren un justo balance  entre ambos polos, mejores resultados se obtendrán.  Los tiempos y recursos son limitados, intentar reinventar  la rueda versus priorizar la evidencia, puede  resultar muy caro y poco efectivo.

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