Los desafíos sociales y económicos de nuestra región requieren cada vez más de mejores decisiones técnicas y políticas. Estos desafíos se están volviendo más complejos (calidad de educación, superación de la pobreza, equidad regional) y las inversiones son cada vez más limitadas (el crecimiento económico sigue “entre paréntesis”), por lo tanto, ante la pregunta de cómo invertir mejor o efectivamente, la respuesta está en la toma de decisiones de inversión basadas en aquello que conocemos que funciona, en la evidencia recopilada de manera seria y sistemática, abandonando intuiciones, ideologías que sesgan, entusiasmos tecnocráticos sin mayores fundamentos y las presiones populistas que tanto nos rodean.
Decisiones por ejemplo de cómo mejorar que los niños y niñas aprendan más, no deben pasar por la fantasiosa idea de hacer inversiones millonarias de infraestructura. Si bien todos sabemos que una sala de clases adecuada es requisito básico y habilitante para una buena educación, no hay evidencia que indique que aulas hipertecnologizadas, con equipamiento caro y mayor espacio en términos de metros cuadrados sea más efectivo (en costo y resultado) que contar con profesores bien preparados para poder entregar una adecuada retroalimentación a sus estudiantes.
Toda la evidencia internacional recopilada a través de cientos de análisis y evaluaciones en el tiempo, nos indica que una buena capacidad de retroalimentar por parte del profesor a sus estudiantes para guiarlos sobre lo aprendido, sus espacios de mejora, etc., tiene un impacto cuatro veces más efectivo que unas aulas hiperequipadas.
De la era correísta hemos heredado la falsa idea de que los tomadores de decisiones, al ser altamente capacitados y técnicamente con credenciales de universidades de alto prestigio internacional, eran factor suficiente para imponer una supuesta verdad sobre hacia dónde debían ir nuestras inversiones.
Lo cierto es que la capacidad técnica, sin evidencia y movida por los egos, las ideologías y sentidos de superioridad intelectual, tornan las inversiones en poco efectivas, pero en algunos casos en verdaderos elefantes blancos como lo fue Yachay, con una inversión de mil millones de dólares, recordado por ser un derroche de recursos, sin sustentos técnicos reales que aseguren el impulso del conocimiento científico y económico del país.
El camino hacia una cultura de decisiones basadas en evidencia requiere por un lado, acercar de manera más amable y didáctica los hallazgos de las investigaciones a los tomadores de decisiones. Básicamente sacar a la academia de su caja de cristal y hacerla cercana a quienes están en la primera línea del diseño de políticas públicas. Esto implica, traducir de manera fácil los hallazgos, contextualizarlos a las realidades locales y no creer en balas de plata o soluciones únicas que resuelven los problemas de la misma forma en todos los contextos.
También implica aceptar que difícilmente las decisiones políticas van a ser totalmente técnicas, pero que en la medida en que logren un justo balance entre ambos polos, mejores resultados se obtendrán. Los tiempos y recursos son limitados, intentar reinventar la rueda versus priorizar la evidencia, puede resultar muy caro y poco efectivo.