Por Alfredo Pinoargote
La tragedia colectiva del coronavirus extrae del alma de las gentes bellos gestos de solidaridad social que empiezan a aterrizar en campo baldío, cuando el estado pretende imposiciones a lo que generosa y voluntariamente sale del corazón.
Antes del colapso estábamos mal como sociedad, que durante 10 años se tragó el cuento del país de las maravillas, cuando simplemente la había refrescado el auge del petróleo y las materias primas sobre la autopista de la dolarización. Especialmente trágico ha devenido comprobar que la salud integral solo era membrete de propaganda tapando una turbia corrupción.
Ese gran cuento de magia comiéndose reservas dejó a la sociedad desnuda y sin defensas contra el coronavirus. Y aunque el sucesor designado por el tirano exhibe el mérito histórico de haber desnudado al más grande fraude de la historia, sin embargo, sigue navegando por las mismas aguas rodeado de una legión de quienes se ganaron el apelativo de borregos.
De allí que pese a las buenas intenciones, y a los cambios en el equipo, hasta ahora no se ha visto un paquete de urgencia económica que no se incline, selectivamente a babor o estribor, por timoneles emergentes de generación espontánea. Esto nuevamente surge de forma patética en el proyecto de ley humanitario y de reactivación productiva, nombrecito sobrenatural que garantiza un final amargo.
Gran impacto causó ver en televisión a 500 km del 70 por ciento del brote a un hospital de emergencia con decenas de camas vacías, por si acaso llegaba el contagio, mientras se veía desesperado al ministro de la salud en el sitio de mayor contagio sin camas suficientes, con hospitales que enviaban a morir en casa a quienes no aparecían con un certificado que los declaraba enfermos. Y después a las morgues saturadas porque no había quien certifique que estaban muertos.
El proyecto de ley aprovecha y mata la solidaridad social esparcida voluntariamente en empresas y en personas, y el estado se cura en salud transfiriendo la responsabilidad de su administración cuando por mandato legal no puede traspasarla a nadie. Sino que embolsica en la cuenta única del tesoro nacional que paga despilfarros de un fisco que no reduce elefantiasis.
Este sesgo aparecido en un documento oficial, revela el borde del suicida sálvese quien pueda, es una filtración que ya asomaba orejas y se dejaba pasar porque la solidaridad perdona errores, pero que debe ser parado a raya. El estado por maltrecho que esté es el soberano que representa a todos y no puede buscar vías de escape que van a ningún lado.
Más bien su cabeza está convocada por la historia a soldar unión y solidaridad porque solo a un prófugo de la justicia se ha oído querer sustituirla. Para el efecto debe desaparecer el rescoldo ideológico de creer que la crisis causada por una peste y el latrocinio deben pagarla trabajadores y empleadores del sector privado, que necesitan liquidez para consumir y producir como única forma de reactivación económica conocida.