Por: Alfredo Pinoargote
La tragedia mundial del coronavirus marca una conciencia colectiva que debe resetearse para recomenzar. Pues la memoria colectiva no la tenía registrada entre sus antecedentes inmediatos mientras se saludaba al surgimiento de los milénicos como la nueva generación capaz de escribir la historia por venir de la humanidad.
Más allá de que lo principalmente inédito será el final de EEUU y el nacimiento de China como primera potencia mundial, el Imperio dominante de una economía socialista de mercado. Un híbrido de la dictadura totalitaria comunista guiada por el pensamiento motriz capitalista de que ser rico es glorioso.
Ahora el mandato imperativo es la salud y las consecuencias de terror de la peste del coronavirus. Pues no solo el gobierno sino que la sociedad entera han sido desbordadas. Pero eso no exime del señalamiento de errores porque aún hay tiempo de enmendarlos, por consiguiente, es momento de puntualizarlos sin que esto implique posturas políticas.
En tal sentido hay que recalcar que el origen del caos es un modelo autoritario que olvida la subsidariedad de la sociedad civil a la que se entretiene con el diálogo en vez de tenerla en cuenta para ejecutar soluciones. Me refiero al problema sanitario que desde el comienzo se trató con el excluyente modelo centralista y concentrador que la república ha sufrido durante una década. Para empezar se aplicó un pobre sistema de control migratorio desde la primera persona que llegó infectada de Madrid. Luego cuando se decreta el estado de excepción se constituye un bodrio llamado comité de emergencia nacional que debió estar en Guayaquil. Comunidad que tuvo que sufrir la inoperancia de un caos parapetado en protocolos que podían tomar minutos pero su burocrática elaboración duraba días mientras la crisis se salía de madre.
Problemas simples cotidianos como la tramitología para enterrar o cremar un cadáver permanecieron inmutables desembocando en el apilamiento funerario que horrorizó a todos. Su solución era tan simple como dejar de aplicarlo para la cantidad diaria de cadáveres que produce una ciudad de tres millones de habitantes. Quedando solo los infectados para el informe médico legal. Pero ni siquiera todavía con vida estos infectados eran atendidos. Toda esta realidad se pretendió tapar con la desinformación de que en Guayaquil no acataban el toque de queda, pero resulta que el propio ministro de Defensa tuvo que insistir en la declaratoria de zona especial de seguridad, algo de cajón en todo estado de excepción que declara la movilización nacional de las fuerzas armadas. El COE nacional entre tanto se distraía discutiendo protocolos a 500 kilómetros del brote.
Eso si para bajar la cifra diaria de muertos por el virus nunca autorizó a los laboratorios privados a hacer pruebas rápidas de infección que facilitaran una atención oportuna de los afectados a fin de bloquear su crecimiento.
Todo esto ha tenido explicaciones muy dialécticas, hasta el crimen de la corrupción en el IESS. Puede ser y es explicable, pero totalmente inaceptable.