Alfredo Pinoargote

Cenepa

jueves, 30 enero 2020 - 11:46
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    En estos días se ha conmemorado  25 años de la valerosa gesta del  Cenepa, patrióticamente cumplida por nuestras Fuerzas Armadas. Héroes de extracción popular injustamente olvidados, cuyo mérito fundamental  fue el sacrificio de hasta su propia vida  por amor a la patria.
     
    Sin embargo, también se han olvidado los antecedentes y las consecuencias políticas para el estado de derecho.  Como antecedente está la dedicación  casi exclusiva de los estamentos militares, durante 16 años, a sus funciones  específicas, después de siete años de la  dictadura castrense más prolongada de  nuestra historia. Y como consecuencia  una década de inestabilidad de gobiernos democráticos, con la solicitud de  renuncia a un vicepresidente de la república y el derrocamiento de tres presidentes elegidos por el pueblo.
     
    No es el momento de juzgar la motivación, la licitud, y el momento, de esos  golpes de Estado pero sí el hecho histórico evidente de la década de inestabilidad, en el último período democrático de 40 años, antes de la dictadura civil más larga de la historia.
     
    Este es un hecho histórico que  invita a la reflexión y no a la conmemoración, ni de los golpes ni de  la dictadura. Porque es un período  sombrío, bendecido por la élite militar, que se sigue alumbrando con el  mechero del gatopardismo que todo  cambia pero nada cambia.  Este peso es enorme para las  convicciones cívicas de la ciudadanía que atónita observa el consenso de la clase política de gobierno y  oposición. En torno al fetiche del voto en plancha, practicado por la partidocracia y adoptado por el correísmo que lo denostaba, y la reverencia  unánime al déficit fiscal y el endeudamiento que solo podrá pagarse  con más impuestos.
     
    Lamentablemente la nueva generación recién se puso pantalones largos con una dictadura falaz que enarboló la adoración al becerro de oro  como ideología suprema. Estamos  a fojas cero divididos entre una clase política que se tragó el mayor auge económico y otra con un hambre  atrasada de 10 años. La república de papel está marchando sobre el mismo terreno con el aguamanil de acordar desacuerdos para no quemarse y  seguir incautando tragabolas.
     
    Pero las bolas son tan grandes  que ya no se tragan, las grandes como de básquet o de fútbol le gustan al pueblo y las pequeñas, como  de ping pong y de golf, enloquecen  a los pelucones. El resultado es que  se crea un sistema de autodefensa  que termina en una arquitectura del  robo colectivo. Al que deja crecer la  clase política para que nadie se sienta capaz de lanzar la primera piedra,  adonde parece haberse convertido  en una meta, por lo que se ve, el enriquecimiento ilícito.
     
    El Ecuador, después de 10 años  de una dictadura que trastocó valores cívicos y morales cambiándoles  de nombre, necesita un sacudón que  guarde proporción con el inmenso  daño que se causó. Pero vive secuestrado de un sistema, entre comillas  democrático, que valora los derechos  humanos de los delincuentes como si  fueran niños inocentes.
     
    Todo cambia pero nada cambia.

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