Hace algunas semanas dijimos que Alianza País estaba condenada a la ruptura, como todo movimiento populista que se aferra al caudillismo, cuando llega al poder. Con Assad Bucaram y Jaime Roldós ya lo vivimos.
Lo democrático hubiese sido que, tras el ascenso de Lenín Moreno, Alianza País hubiese liberado al nuevo presidente de la disciplina partidista, para que enfrente sin ataduras la difícil situación que heredó.
Esta es una práctica que se aplica en todos los países democráticos porque es un mandato de la “realpolitik”, sobre todo cuando se heredan problemas económicos y sociales de magnitud, como la rampante corrupción.
La ideología personal es una orientación válida, pero, cuando el candidato se transforma en presidente, atarse a la ideología puede ser la camisa de fuerza que le conduce al fracaso.
El estadista gobierna para todos, no solo para su partido, escucha a todos, escoge a sus colaboradores más allá de las fronteras partidistas, pone énfasis en la capacidad más que en la ideología, ajusta sus pensamientos y decisiones con convicciones realistas.
El esquema de la Revolución Ciudadana pareció funcionar mientras su mentor tenía dinero suficiente y quería convertirse en un faraón dadivoso y autoritario. Ahora, se nos propone el mismo esquema económico del modelo estatista reforzándolo esta vez, con nuevos impuestos.
La camisa de fuerza anula la imaginación, el antifaz de siempre enceguece la visión de colaboradores rezagados.
Entiéndase que la subsistencia de Alianza País depende del éxito de Moreno y no del discurso de Correa.