Mas allá de los hechos, lo que cuenta son las lecciones que nos dejan 40 años de democracia. Por la experiencia vivida, ya sabemos que no podemos aferrarnos al liberalismo a ultranza ni tampoco al socialismo estatista. Según el filósofo francés Edgar Morin, necesitamos un concepto que supere esas dualidades, no una visión intermedia, sino, una visión superior y conjugadora donde quepan ideales y pragmatismo, modernidad y tradición, globalización y nacionalismo, espíritu y ciencia, ideología y tecnología para hacer valer los principios y buscar, sin prejuicios, soluciones prácticas a los problemas comunes.
Los partidos políticos deben esforzarse y reforzarse en esta búsqueda. Las universidades deben profundizar la investigación y acrecentar el conocimiento.
También aprendimos que la dictadura y el populismo son fórmulas desechables. Oídos sordos para esos cantos de sirena. Y que la independencia de la administración de justicia es vital para acabar con la corrupción.
Hemos tenido logros importantes en materia legal en favor de los niños y los adolescentes, de la mujer y de la familia. En materia económica, la dolarización va camino de convertirse en una política de Estado porque allí converge la estabilidad básica para seguir creciendo. Está bien reformar las leyes laborales para ampliar las posibilidades de empleo, no para restar derechos. El capital y el trabajo son inseparables.
Hay que rescatar al IESS de manos de la politiquería y hay que trabajar a fondo en la lucha contra la delincuencia. Son apenas algunos desafíos de la nueva democracia. Que los líderes políticos aumenten esta lista.