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Agusto De la Torre

Subsidios y el eslabón perdido

martes, 25 septiembre 2018 - 11:53
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    Para avanzar en el debate sobre  subsidios hay que distinguir  entre varios objetivos de política  pública que entran en tensión.  Solo así es posible una solución razonable.  El primero es fiscal: una reducción  de subsidios mejora la viabilidad  de las finanzas públicas y reduce las  necesidades de endeudamiento del  gobierno, lo cual ayudaría a bajar la  prima de riesgo del país, incentivando  la inversión privada. El segundo objetivo  es ambiental: el subsidio a los  combustibles fósiles es un subsidio a  las emisiones de carbono, las que empeoran  el problema de cambio climático.  Además, el subsidio a combustibles  que contienen plomo exacerba  la contaminación del aire con graves  consecuencias para la salud.
     
    El tercer objetivo es distributivo y está lleno de complejidades. Por una  parte, hay argumentos que cuestionan  la equidad social de los subsidios a los  combustibles. Lo que el Estado gasta  ahora en subsidiar los combustibles  podría más bien destinarse a mejoras  en los servicios de educación y salud  pública. Además, de cada dólar que sale  para financiar el subsidio, más de 70  centavos van a grupos poblacionales de  ingresos medios y altos. Por otra parte,  es cierto que una reducción de subsidios  castiga más duramente el bolsillo de los  pobres, pues ellos gastan una proporción  más alta de sus ingresos en bienes  y servicios (incluyendo transporte  público) afectados por los precios de la  gasolina extra, diésel y gas de cocina.
     
    El cuarto objetivo es el eslabón perdido  en la actual discusión, a saber, el  mejorar la eficiencia en la producción,  exportación, y refinación del petróleo.  El subsidio coarta el espacio  para gastos de mantenimiento  en la refinería estatal, la  cual, al no enfrentar competencia  y con un mercado doméstico  cautivo, baja sus costos  produciendo gasolina de  mala calidad (bajo octanaje).  Además, dado que los precios  internos del petróleo y sus derivados no reflejan los precios internacionales,  Petroecuador se ve forzado  a vender el crudo a la refinería estatal  a un precio mucho más bajo del que  podría obtener si lo exportase. Y como  la producción de la refinería estatal se  queda corta frente a la demanda de  combustibles en el país, el Estado se ve  forzado a importar nafta, gas y diésel  a precios internacionales para venderlos  en el país a precios subsidiados.  La brecha entre precios domésticos e  internacionales atiza el contrabando.
     
    Los dos primeros objetivos (el fiscal  y el ambiental) están alineados: para  alcanzarlos hay que reducir el subsidio  a los combustibles fósiles. Pero ello  entra en tensión con el tercer objetivo  (evitar un golpe duro a las familias más  pobres y redirigir los escasos recursos  fiscales hacia gastos de mayor impacto  positivo sobre la equidad social). La  manera racional de manejar esta tensión  pasa necesariamente en que hay  que focalizar el subsidio.
     
    Pero la focalización por sí sola no  nos acerca al cuarto objetivo (mejorar  la eficiencia en la producción, exportación  y refinación del petróleo).  Para alcanzarlo es necesario separar  el subsidio del precio. Al momento, el subsidio se canaliza a través de los  precios de los combustibles, distorsionándolos.  Lo ideal sería transferir  el subsidio de manera focalizada a los  pobres, por un lado, y dejar que los  precios domésticos se alineen a los  precios internacionales, por otro. Ello  requeriría abrir a la competencia el  mercado doméstico de combustibles.  En ese contexto, se producirían cinco  cambios fundamentales: Petroecuador  vendería el crudo a la refinería estatal  al precio de exportación; la refinería  estatal vendería los combustibles a las  gasolineras al precio de importación;  las gasolineras decidirían libremente si  compran los combustibles a la refinería estatal o en el mercado internacional;  los precios en la bomba estarían alineados  a los precios internacionales; y el  Estado otorgaría el subsidio en dinero  contante y sonante directamente (de  manera focalizada) a los pobres.
     
    Para avanzar en la conversación  sobre subsidios es preciso distinguir  entre los cuatro objetivos mencionados  y entender sus complejidades. De  lo contrario, la tendencia es adoptar  soluciones parche, como la de elevar  el precio de la gasolina Súper sin tocar  los precios de otros combustibles.  Esa decisión es bastante mala frente a  los cuatro objetivos: no genera recursos  fiscales significativos, empuja la  demanda hacia los combustibles más  contaminantes, no ayuda a mejorar  la equidad social y fomenta el contrabando.  Focalizar el subsidio en los más  pobres es parte de la solución. Debe ir  acompañado de la apertura del mercado  de combustibles a la competencia.  Ello separaría el subsidio del precio,  con enormes ganancias de eficiencia  para la economía, lo cual nos ahorraría  el gasto fiscal que implica el contrabando  y evitaría el desperdicio de recursos  públicos en refinerías ineficientes. 
     
    Abrir el mercado de combustibles  a la competencia revelaría con claridad  si la planeada Refinería del Pacífico  (potencial elefante blanco que  implica una inversión de por lo menos  ocho puntos del PIB) tiene sentido.  El no abrir ese mercado a tiempo, sin  embargo, no exime al gobierno de la  urgente obligación de convencerle al  país que ese colosal gasto se justifica  no solo políticamente, sino también  social y económicamente. Ello requiere  demostrar que la Refinería del Pacífico  sería financieramente viable incluso si  tiene que comprar el crudo a precios de  exportación y vender productos refinados  a precios de importación.

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