Playa de Oro es un pueblo al norte de la provincia de Esmeraldas. Para ellos, el cacao no es solo un fruto que crece en los árboles. Es su principal fuente de ingresos económicos y a la vez su forma de contribuir a la protección de las 10 mil hectáreas remanentes del Bosque Húmedo Tropical del Chocó. En el ADN de sus habitantes está, además de subsistir, el cuidado del entorno.
Martha Coroso tiene 50 años y esparte del grupo “Fuerza Femenina en "Pie de Lucha” de esa zona. Allí 30 mujeres se dedican a las tareas domésticas pero ayudan a sus esposos en las labores del campo, sobre todo en plantaciones de cacao y plátano. Así crearon un emprendimiento para vender miel de cacao donde no usan químicos ni endulzantes.
Negocios como este son catalogados como bioemprendimientos, por su modelo económico que no afecta ni agrava el cambio climático.
Para Édgar Salas Luzuriaga, director de Innovación y Sostenibilidad de la Universidad Ecotec, ya no basta con tener negocios “amigables con el medio ambiente” sino que deben existir prácticas menos contaminantes, con mitigación directa hacia el cambio climático.
Al reducir o eliminar el uso de combustibles fósiles o químicos, se previenen las emisiones de carbono a la atmósfera, las descargas de aguas y la generación de residuos. “Los negocios tradicionales no consideran las ventajas competitivas de un enfoque sostenible, y no consideran al sistema de la sostenibilidad (económico, social y ambiental) como la base para la maximización de recursos”.
Si bien esto podría suponer una ventaja para los bioemprendimientos, muchas veces no es así. Estos proyectos son desarrollados principalmente por pequeñas comunidades rurales para generar un ingreso adicional en su apretada economía, pero muchos no cuentan con los recursos necesarios para sostener sus negocios o se enfrentan a otros obstáculos que complican su subsistencia.
DESAFÍOS DESDE LA COMUNIDAD
Más allá de que los productos y servicios provengan de una diversidad cultural y territorial, la importancia de los bioemprendimientos está en dinamizar los medios de vida de las comunidades desde la conservación y re-valorización de los ecosistemas de los que dependen. Es decir, que no solo cuidan el medio ambiente sino que generan ingresos sin el impacto de un negocio que no cuida esto.
Ana María Varea, coordinadora nacional del Programa de Pequeñas Donaciones (PPD) articulado por el Fondo para el Medio Ambiente Mundial junto al Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, indica que lo esencial en estos pequeños negocios es la diversificación de la producción en las organizaciones comunitarias.
“No podemos pretender que esas comunidades sigan solo como proveedoras de materia prima; deben encargarse de dar ese valor agregado (productos). Eso les permitirá mejorar la calidad de vida de sus familias”.
Esto no es sencillo. Varea explica que la pandemia provocó que muchas cadenas de valor (relación entre empresas, proveedores, entre otros) se deterioren y que los bioemprendimientos que ya se comercializaban en tiendas de barrio y en locales especializados en productos ecológicos, detengan sus operaciones.
Esto evidencia lo difícil que es para las comunidades rurales acceder a oportunidades que mejoren su nivel socio-económico. Las cifras respaldan esta teoría; aunque la pobreza es un problema preocupante en las grandes ciudades, esa realidad se ahonda en el campo. Según el último informe del INEC de 2021, casi la mitad de la población del área rural vive en situación de pobreza y el 28 por ciento en pobreza extrema.
Por eso llegar a los compradores finales no es el único obstáculo de los bioemprendimientos. Transportar la mercadería, en algunos casos por la lejanía y en otros por los procesos que demanda esta logística, tienen un costo elevado. Eso es algo que palpan a menudo la Asociación de Mujeres Waorani de la Amazonia.
Para sacar sus artesanías, elaboradas con fibra de chambira, una especie presente en los bosques húmedos tropicales del país, tienen que caminar varios kilómetros hasta subirse a una canoa. Luego navegan casi cinco horas por el río hasta llegar donde puedan entregar la mercadería y lo mismo sucede con comunidades que están en los páramos.
Además, como no tienen grandes volúmenes de producción, no pueden abaratar costos de mano de obra; y es que el proceso de fabricación es a mano. Ya sean artesanías o alimentos, los productos de los bioemprendimientos están pensados desde la exclusividad y no en la producción masiva.
BUSCAR UN NICHO
Ser un bioemprendimiento en Ecuador es complejo porque desde su creación tiene un objetivo más desafiante. No solo deben ser rentables sino que en ese camino necesitan contribuir con la disminución del impacto ambiental.
Además, para tener espacios donde puedan comercializarse, deben comunicar cuáles son sus procesos; de esa forma pueden competir frente a otras alternativas similares o contra marcas tradicionales.
“Si estos negocios entran a competir por precios, van a perder. Por eso necesitan una propuesta que genere un diferencial. En estos casos se trata de la reducción de la contaminación”, explica Mariela Ortega, directora de la Unidad de Emprendimientos de la Universidad Casa Grande. Ortega considera que las nuevas generaciones son mucho más conscientes de las compras que realizan y el impacto que hay detrás. Por eso, al momento de elegir, estos bioemprendimientos pueden captar ese nicho de mercado.
Cree que para seguir fomentando estos hábitos de consumo, es necesario trabajar junto a la academia para proponer nuevas ideas de negocios y educar sobre la importancia de que existan proyectos con esta mirada “verde”.
Pero hay algo en lo que coinciden todas las fuentes consultadas para este reportaje: la falta de aprecio de los ecuatorianos por lo que se tiene y se produce en el país. Por eso es que destacan la importancia de seguir creando campañas de identificación y reconocimiento de los productos con identidad territorial.
“Detrás de cada bioemprendimiento hay un ecosistema que se conserva y una organización comunitaria que se fortalece. Los organismos internacionales tenemos una cuota de responsabilidad, pero también es importante contar con una política pública sólida que articule estas iniciativas a propuestas de turismo más amplias, de consumo responsable y de re-valorización”, detalla Ana María Varea del PPD.
Por eso surge la necesidad de tener espacios donde los pequeños y medianos productores puedan comercializar sus productos de una manera justa, como la Feria Bonaterra, que se desarrolla en Guayaquil y en cantones cercanos. Desde 2011 crearon un espacio de intercambio directo entre bioemprendedores y consumidores para que el 100 por ciento de las ganancias vayan directo a esos negocios, sin intermediarios.
Hoy en Bonaterra participan más de 10 productores agro-ecológicos y casi 45 bioemprendimientos de todo tipo y de todas partes del país. Muchos empezaron como una manera de aportar a su economía familiar, pero con el tiempo se convirtió en un negocio atractivo porque se trata de un nicho de mercado poco atendido.
PEQUEÑOS ENSAYOS
René Vela Lozano es ingeniero agrónomo. Cuando tenía siete años, sus padres René y Soraya decidieron dejar sus carreras de Arquitectura y Odontología para iniciar una nueva vida en Toacaso, una parroquia de Cotopaxi. Comenzaron con un huerto familiar que hoy es un negocio llamado Finca Orgánica La Tamia.
Antes trabajaban cuatro hectáreas de tierra; desde 2016 manejan hasta 15 hectáreas de producción. Su finca combina cultivos con producción pecuaria (vacas, cerdos y gallinas). Es decir, los desperdicios de los animales se convierten en el abono que usan para la producción hortícola; de esa manera cierran el círculo productivo.
Cuando se le pregunta a René sobre qué los ayudó a expandirse, asegura sin pensar que es la calidad del agua que utilizan y su política de abrir las puertas a los consumidores para que los visiten y sepan de dónde proviene lo que están comiendo. “Casi no depende-mos de fuentes externas para la producción porque queremos garantizar la sostenibilidad del cultivo, cosecha y producción”.
Al igual que Finca Orgánica La Tamia, muchos de los bioemprendimientos son usados como la base de los ingresos familiares. Esto provoca que quieran ganar mayor espacio en el mercado. Ese es el caso de Guancavilca’s Treasure, un negocio de cacao y chocolate que nació en la parroquia Colonche, provincia de Santa Elena.
Jenny Peralta y su esposo adquirieron una hacienda para convertirla en un destino familiar de vacaciones. Cuando él perdió su empleo en ingeniería eléctrica, decidieron comenzar con la producción de cacao. “Nos cambió la vida. Siempre decimos que nuestro negocio es de cuatro porque mi esposo cultiva y cosecha, yo me encargo de elaborar los productos como chocolate, polvo o manteca de cacao, y mis hijos hacen la logística y diseño. Nuestro valor agregado es que cosechamos el cacao a la antigua: solo utilizamos agua, sol y machete”.
La evolución de estos negocios no solo juega un papel importante en las comunidades donde se desarrollan. La creación de los bioemprendimientos garantizan el crecimiento económico inclusivo y sostenido de toda una sociedad.
Uno de los Objetivos de Desarrollo Sostenible que plantea las Naciones Unidas es el trabajo decente y crecimiento económico; para lograrlo se necesitan construir caminos donde la producción y el consumo se realicen eficientemente, desvinculando la degradación del medio ambiente.
Si deseas conocer más sobre los bioemprendimientos y apoyar a las comunidades rurales, ingresa a este link: https://www.ppd-ecuador.org/wp-content/uploads/2022/04/catalogo-bioemprendimientos.pdf