Kemperi murió el sábado 12 de marzo de 2023. El espíritu del jaguar abandonó su cuerpo mientras dormía en su choza, a pocos metros de la pista de aterrizaje de avionetas que parte en dos a la comunidad wao de Bameno, en el majestuoso y biodiverso Yasuní.
En octubre del año 2021, un equipo de Vistazo pudo entrevistarlo en esa misma choza inundada por el olor de la madera crujiente sobre fuego, una periodista, un fotógrafo y un videográfo, todos sudando rendidos ante la humedad, excepto Kemperi y los waoranis que lo acompañaban. A los hijos de la selva, el bravo clima del bosque lluvioso y las bandadas de insectos que nacen de él, no les inmuta.
Tenía más de 100 años y sin embargo, las arrugas de su rostro eran mucho menores a las de un hombre de ciudad que con dificultad alcanza la misma edad. Sus grandes manos daban cuenta del cazador y su cuerpo aún en firme hablaba del guerrero que luchó en cinco batallas, todas ellas antes del contacto con los hombres de occidente.
Con su lengua wao, que no hace abstracciones, sino que fluye como una esencia primigenia, Kemperi nos narró cómo se convirtió en meñera, que significa “El que posee el espíritu del jaguar”.
“Hace muchos años, cuando estaba enfermo, mi abuelo me hizo bañar con hojas de Ayahuasca y agua tibia, él era también chamán, así fue como me llegó el espíritu. Cuando tenía 60 años yo aún era cazador, y un día me iba de cacería, escuché que un mono gritó, estaba preparando mis flechas para matarlo sin darme cuenta de que dos jaguares se me acercaban. Ellos me hicieron sentar y ahí recordé, pensé dentro mío, por qué mi abuelo me había bañado con hojas de Ayahuasca. Me quedé todo el día sentado con ellos, los jaguares, mucho tiempo. Ahí me llegó el espíritu del jaguar y del puma”.
En la cosmovisión waorani, el jaguar puede recorrer largas distancias, tanto en el mundo natural como en el espiritual, incluso puede saltar por diferentes dimensiones de tiempo. Cuando un “meñera” pasa cerca de un jaguar, el espíritu del felino sale del cuerpo y posee el del chamán.
Además de curar y llevar consigo la ritualidad wao, un chamán debe mantener alejado a los jaguares, los felinos más grandes de América. En una ocasión, el jaguar se le apareció a Kemperi durante una cacería: “encontramos huellas de jaguar, yo le dije a mi hijo que tenga cuidado porque pronto puede venir, me empiezo a sentir mareado, la cabeza daba vueltas, y vi al jaguar caminando hacia mí, se paró junto a mí. Le grité que se vaya a las montañas y se fue. Nosotros regresamos a la casa”.
Unas semanas antes de la entrevista, el jaguar volvió a visitarlo. “La otra semana llegó a visitarme, Miñemo (su esposa) lo vio y me dijo que el jaguar estaba sentado cerca, yo le dije que venía a visitarme a mí, le dije ‘no tengas miedo, déjalo tranquilo que se va ir’ y cuando salí a tomar agua y regresé, ya se había ido”.
Kemperi fue parte de la fundación de Bameno, una de las 25 comunidades wao diseminadas por las provincias de Orellana, Napo y Pastaza. Antes del contacto con la sociedad occidental en los años 50, vivía como la mayoría de waoranis, en una choza con su familia alejado del resto.
“Yo viví solo con mi esposa muchos años, pero mis hijos nos trajeron aquí y me quedé a vivir para siempre. Aquí formé esta comunidad que se llama Bameno, luego llegaron más familiares, ahora tengo a mis hijos y nietos aquí, somos una familia grande, voy a vivir tranquilo aquí hasta que muera”.
Según la autora wao del libro “Saberes Waorani y Parque Nacional Yasuní”, Manuela Omari Ima Omene, antes del contacto los waorani vivían entre las estribaciones de la cordillera oriental y las tierras bajas de la selva amazónica. “Nuestros sitios tradicionales de cacería estaban en la zona del Arajuno, moviéndonos a partir del Napo y Nushiño e inclusive avanzamos al río Curaray, también cazábamos en las áreas del bajo río donde están el Nushiño y Curaray, siguiendo el Rumiyacu, Indillama, Tiputini, Tihuacuno, Cononaco y Yasuní, terminando al norte con el río Napo”. Esa vastedad fue diezmada por el avance de la colonización y de las petroleras.
La selva conserva los misterios más sagrados de la naturaleza terrestre, como un libro de pictogramas que solo puede ser interpretado por quienes han caminado durante siglos sobre su tierra húmeda. Los waoranis y las tribus no contactadas Tagaeri y Taromenane son el mayor tesoro histórico que tiene Ecuador, descendientes de los primeros hombres que caminaban hace más de 5.000 años por la selva, cuando en Egipto se construían pirámides.
Para el investigador español, Miguel Ángel Cavodevilla, quien vivió por casi 30 años con los waoranis, las empresas petroleras, mineras y madereras están liquidando la única biblioteca que queda de la antigua Amazonía, mientras el Ecuador se queda de brazos cruzados.
“Lo increíble de los waorani es cómo relacionan todo con la selva. El conocimiento que ellos tienen de este mundo está fuera de nuestro alcance. Para ellos el mundo de la selva es una cosa absolutamente interrelacionada, las formas de vida dentro de la selva, algo que para nosotros es un jeroglífico sin explicación, ellos lo comprenden perfectamente y tienen una visión complejísima de lo que es la vida en la selva”, dice el también misionero Capuchino autor de “Los Huaorani en la Historia de los pueblos del Oriente”.
En Bameno, el nuevo chamán ha tomado posesión. Se llama Meñewa, fue pupilo y yerno de Kemperi. Se trata de un guerrero wao que durante los primeros años del contacto tuvo que enfrentarse contra petroleros y madereros que invadían con armas su tierra sagrada.
El cuerpo del centenario chamán fue enterrado el mismo día de su partida, lejos de Bameno, para evitar que el jaguar regrese al pueblo. Es la tradición. “A mis hijos les dije, cuando me sepulten y de pronto escuchen al jaguar, tienen que gritar que su papá ya se murió”.