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Cultura

Memorias de un Guayaquil de antaño: ¿qué ocurrió con los oficios que marcaron nuestra historia?

Desde el silbido del afilador de cuchillos hasta el grito del soldador ambulante marcaron la rutina de quienes caminaban por el Guayaquil de los 80. Ahora, aquellos oficios son solo un recuerdo.

jueves, 25 julio 2024 - 14:59
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En el callejón de la Plaza San Francisco, Omar Chóez, de 52 años, espera a sus clientes mientras lee el periódico. Frente a él, una silla metálica con una pequeña carpa aguarda para atender cómodamente a sus clientes: oficinistas o transeúntes que buscan darle un mejor aspecto a su calzado. Lleva 24 años como lustrador de zapatos, una labor que, con el tiempo, se volvió cada vez más escasa. El hombre, oriundo de Manabí, llegó a la Perla del Pacífico en los 2000, y desde entonces ha ejercido el mismo oficio.

Recuerda que, hace sólo una década, eran aproximadamente 20 los colegas que trabajaban por la zona, ahora, solo quedan 4. Los peligros de las calles e incluso el reemplazo de los zapatos formales por deportivos para acompañar un traje, se convirtieron en algunos de los factores que hicieron a sus compañeros desistir de realizar aquel trabajo.

$!Foto: Archivo Vistazo

Alberto Ormeño, de 72 años, coincide en que las ventas disminuyeron significativamente desde hace algunos años. En su caso, decidió no establecerse en un lugar, sino recorrer las calles de Guayaquil con una caja de madera en la que guarda los implementos necesarios para ejercer su oficio. Al igual que Chóez, lleva más de dos décadas trabajando como lustrador de zapatos, y según afirma, cada vez es más difícil reunir lo suficiente para sobrevivir.

Si bien antes era común observar a los también llamados betuneros ofreciendo sus servicios en las zonas más transitadas de la ciudad, ahora, encontrar a uno de ellos es casi imposible. Algunos de los oficios de antaño, aquellos que alguna vez formaron parte integral del paisaje, han empezado a desaparecer, otros, ahora solo forman parte de la memoria colectiva de los guayaquileños que, con el tiempo, no dejan más que una imagen borrosa entre los archivos de los recuerdos.

$!Foto: Archivo Vistazo

Una carrera contra el tiempo

Carretas, canastas y algunos artilugios ingeniosos, se habían vuelto las herramientas indispensables para diferentes ciudadanos que buscaban laborar por un futuro próspero. Desde el afilador de cuchillos que caminaba por las calles con un mecanismo curioso para la actualidad pero tradicional para los 80, haciendo sonar un pitillo que lo distinguía ante los oídos de sus comensales, hasta el vendedor de pan que resguardaba su producción en un cesto cubierto por la tela de un saco de harina mientras recorría diversas zonas residenciales, se han vuelto uno con la historia de la ciudad, con lo que algún día fue rutinario y con lo que hoy solo se rememora.

La pérdida de varios oficios tradicionales de la ciudad como el popular ‘sobador’ o el recordado fotógrafo de parque, es el efecto de una nueva configuración urbana, la aparición de la industria y el avance de la tecnología a favor del consumidor, y pendenciera con el prestador de servicios. La labor de los comerciantes de carbón, por ejemplo, fue eclipsada por las empresas que masificaron este producto y lo volvieron de fácil acceso ciudadano, colocándolo en tiendas y supermercados. Algo similar ocurrió con los conocidos ‘sencilleros’, quienes, según el historiador y poeta, Ángel Emilio Hidalgo, también eran conocidos como ‘los turcos’, personas cuyo origen, en realidad, era sirio-libanes, y que se dedicaban a la venta ambulante de telas. Con el tiempo, fue más fácil encontrar aquella mercancía en grandes almacenes.

“¡Hay que soldar, hay que soldar!”: ¿por qué ya no lo escuchamos?

De acuerdo al historiador, la construcción de los centros comerciales desde la década de los 80 fue dando paso a una sectorización mucho más marcada que se concretó en los 90, cuando el cambio urbanístico fue evidente, trayendo consigo tanto beneficios para lo innovador, como un paulatino infortunio para lo clásico.

Correr hacia el carrito de granizado que pasaba frente a los hogares es una actividad que se mantiene en el recuerdo de quienes vivieron su infancia o adolescencia en aquellas épocas. Las horas en las que estos vendedores visitaban determinadas zonas de la ciudad, ya se encontraban marcadas con tinta indeleble en la mente de los infantes que esperaban en los portones de sus casas con una moneda en mano, ansiosos por disfrutar del refrescante postre. Ahora, son las plazas comerciales las que cuentan con islas que ofrecen el también llamado ‘raspado’.

$!Foto: Archivo Vistazo

“¡Hay que soldar, hay que soldar!”, quedó como una frase nostálgica de los que veían el sol en el Guayaquil de antaño. Los antiguos soldadores eran artesanos ambulantes que anunciaban su presencia con su peculiar grito; reparan las ollas y locería del barrio convirtiendo la parte frontal de cualquier morada en un taller improvisado, equipado con tijeras para metal, ácidos, cautines, entre otras herramientas que les permitía curar los daños de cualquier utensilio, generalmente proveniente de la cocina. Sin embargo, los productos plásticos introducidos por la industria dejaron en el pasado las jarras, tazas, lavacaras, entre otras herramientas del hogar fabricadas en metal.

Aquellos nuevos productos que permiten realizar diversas tareas manuales de forma independiente, también figuran entre los motivos por los que varios de los oficios que formaban parte del panorama de hace unas décadas, hayan desaparecido. La herramienta de afilado de cuchillos casera reemplazó a quien caminaba por la ciudad ofreciendo este servicio. Las cocinas eléctricas y a gas se sobrepusieron a los vendedores de carbón que proveían de este combustible a los hogares que preparaban sus comidas en fogones.

En otros casos, fue la contaminación la que dibujó un gran obstáculo para los comerciantes cuyos productos provenían de la naturaleza. Ocurrió con los vendedores de ostiones, caracterizados por empujar una carreta en la que ofrecían un pequeño vaso lleno de estos moluscos, sazonados con limón, sal, y ají para los más arriesgados.

Recordar, una forma de mantener nuestra identidad

Aquellos empleos no solo representaban una forma de vida para quienes los ejercían, sino que, ahora, también son una huella en la memoria de los que desarrollaban su vida en el crepúsculo de una ciudad que aceleraba el paso hacia un cambio. En el bullicio de la vida moderna, pensar en aquellos que buscaban la prosperidad resolviendo los problemas del vecino común, simboliza mantener viva la esencia de esta metrópoli y su habilidad innata de recurrir a la creatividad.

Desde el silbido del afilador de cuchillos, las campanadas del heladero o el grito distintivo del soldador, se quedaron como sonidos que evocan la melancolía de lo que ya no está, la añoranza de los tiempos pasados y la humanidad detrás de los oficios que hoy son parte de la riqueza cultural del guayaquileño.

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