A finales de febrero, el video de una ciclista furiosa atravesando las calles de Londres se volvió viral. Las imágenes mostraban a una mujer joven pedaleando por la capital británica mientras era acosada por un hombre que conducía un pequeño camión. Cansada de recibir insultos sexistas, cuando el conductor detuvo su vehículo, la mujer aprovechó para vengarse: arrancó y tiró al piso uno de los espejos retrovisores del camión del acosador y se marchó de la escena dejando al hombre estupefacto.
La persona que grabó la situación se acercó a la ventana del conductor para gritarle: “eso es lo que te mereces, escoria”.
El video se propagó por Internet, después de que miles de personas lo compartieran en redes sociales. El alcance se volvió masivo con la intervención de la prensa. En pocos días, la ciclista furiosa se volvió una heroína de la web. Sin embargo, lo que pocos hicieron fue comprobar la veracidad de la historia.
En menos de una semana se descubrió que, pese a que parecía real y se presentaba como tal, el video no era más que una producción. Tanto la ciclista como el acosador estaban actuando. Se trata de uno de los riesgos de los contenidos virales que, a diario, se encuentran en las redes sociales: sin importar qué tan ciertos parezcan, siempre pueden ser meras escenificaciones intentando hacerse pasar por la realidad.
Es un negocio, advierte Elena Cresci, periodista de The Guardian, quien explica que, usualmente, los videos que se hacen virales son licenciados bajo derechos de reproducción por compañías de comunicación y marketing, que luego los venden a otras organizaciones mediáticas interesadas en no perderse del último contenido popular del momento.
Por eso existen grupos dedicados a la creación de contenidos fraudulentos que esperan ser popularizados como reales sin ser comprobados. Pero incluso cuando no pretenden lograr una venta directa, los creadores de este tipo de contenidos buscan que sus producciones aparezcan en medios tradicionalmente reconocidos.
Los autores buscan ganar credibilidad para sus videos, la que consiguen sobre todo cuando son reproducidos por periódicos nacionales e internacionales, indica un reporte del Centro Tow de Periodismo Digital, de la universidad de Columbia.
“Lo hacen para generar tráfico y para recaudar ganancias por publicidad”, comenta Craig Silverman, autor del informe. Los contenidos virales representan tráfico fácil y cada clic recibido es dinero, comenta el periodista inglés Kevin Rawlinson. “La presión por los clics ha obligado a muchas organizaciones noticiosas a asumir una postura crecientemente laxa a la hora de chequear si una gran historia es inventada”, agrega Jasper Jackson, editor para The Guardian.
Resultan perjudicados los lectores, que a menudo creen las mentiras y contribuyen a su propagación. Durante las elecciones de Estados Unidos, por ejemplo, investigadores de la universidad de Stanford notaron que un poco más de la mitad de las personas que vieron en un medio social información falsa relacionada a la elección la creyó.
Una de las maneras que tienen los internautas para evitar caer en estas trampas es recurrir a sitios especializados en tirar abajo las mentiras que circulan por la red. Snopes. com es uno de ellos. El espacio, según información en su página web, tiene un equipo de investigadores dedicados a investigar y analizar la veracidad de rumores.
Y “a diferencia de la plétora de individuos anónimos que crean y envían contenido sin autoría y sin fuentes”, ellos muestran su trabajo, explican los responsables de Snopes.