*OPINIÓN
Exiliados o prófugos ya aprovecharon nuestra nostalgia pasillera para armar potentes narrativas de movilización política estando en el extranjero. Correa puede utilizar la misma estrategia y convertirse en el gran ausente.
Algunos ven la prohibición de ser candidatos que implica la condena, como la amputación de una “patología” del sistema político ecuatoriano; pero las cosas no son tan simples y me inclino a pensar que el correísmo sobrevivirá, aún con su líder en Bélgica y sus cuadros presos o huidos.
Subsistirá porque las bases sobre las que construyó su diferenciación populista están ahí y saben cómo usarlo. Exiliados o prófugos, ya aprovecharon nuestra nostalgia pasillera para armar potentes narrativas de movilización política estando en el extranjero. Sobre Velasco Ibarra se construyó el mito de “El ausente” en la época de la radio y periódicos, y Abdalá Bucaram ganó la Presidencia con Perales de banda sonora; luego, sus seguidores gritaban: ‘Déjenlo volver’. Ahora Correa está presente en la ausencia gracias a Internet y las redes sociales hasta el punto de ser el líder de la oposición. La inscripción personalísima de su candidatura vía tablet, aunque curiosa, ilustra el sucedáneo de presencia -cada vez más habitual en el mundo COVID- que podría tener hasta que se ‘arregle’ su situación judicial mediante algún tipo de reforma o amnistía.
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La Ciencia Política indica que los ciudadanos no votamos solo con la cabeza sino desde lo subjetivo, sobre todo. Emociones, valores o prejuicios llevan más allá de la razón la relación votante, líder e ideología. Así, la pregunta sobre la supervivencia del correísmo se vincula con la posibilidad de que se mantengan esos lazos y creo que es posible que así sea. Son una máquina de movilización y creación de narrativas perfeccionada durante 10 años que, si bien ahora no controla el Estado, aún sabe cómo hacerlo. Su fortaleza estriba en al menos el 20 por ciento de “voto duro” que, como demostró Paolo Moncagatta, se distribuye en todos los estratos sociodemográficos e ideológicos. Con ese caudal de base estaría en segunda vuelta, según las encuestas.
No deben pensarse las posibilidades de supervivencia desde quienes nunca votaron o votarían por Correa, sino desde quienes lo hicieron o lo harían. Él tiene a su favor ser la cara visible de los 10 años de mayor bonanza económica, estabilidad y bienestar del país; mientras, su responsabilidad sobre la crisis actual ha sido difuminada por un ejército de economistas que cuentan medias verdades o culpan al FMI.
La corrupción como flanco de ataque perdió fuerza por los errores del gobierno de Moreno y por la eficiente campaña nacional e internacional que lo victimiza como perseguido: tiro directo a nuestra piedad católica solidaria con el “pobrecito”. La percepción sobre la corrupción no sanciona a los políticos, es un mecanismo de movilización o desmovilización de electorados, y en un escenario de “todos roban”, Correa sale ganando. El autoritarismo y la restricción de libertades, otro asunto cuestionable de su gobierno, es algo que no preocupa a la mayor parte de un electorado que pide más bien mano dura y orden, y como justiciero a él no hay quién le gane.
La continuidad del correísmo ya se está dando con el “dedazo” a Andrés Arauz, un candidato no esperado que puede revertir el desconocimiento en ventaja al no tener los electores una opinión favorable ni desfavorable sobré él. Lo primero se soluciona con la campaña electoral, para lo cual son muy buenos, mientras lo segundo, que afectaría más de ser Correa candidato, tiene difícil solución.
Sin duda es una estrategia muy meditada. En TeleSur, Correa lo comparó con el Roldós candidatizado en lugar del proscrito Don Buca, a la vez que lo “vendía” como brillante tecnócrata y académico. Esta cuestionable descripción que la opinión pública ya ha incorporado y repite muestra el éxito del correísmo para colocar mensaje y posicionar su discurso.
¿De importar tanto los estudios de los candidatos, por qué nadie habla de la tesis doctoral premiada en la New School de Nueva York de César Montúfar? Arauz no es doctor, su tesis de maestría sobre el mercado de valores no dice mucho y su trayectoria política es la de un parche de confianza del entonces presidente Correa, que recorrió cargos desde Cultura hasta el Banco Central. Será el Pedro sobre el que se edificará el correísmo mientras transmite energía, positivismo y ofrece reproducir los éxitos de líder.
Al mito Rafael Correa lo mejor que le pudo pasar es no poder ser candidato. Sabe que los cuatro años venideros serán duros y de difícil gestión sin el dinero del boom petrolero. Para qué perder su aura si puede regresar como ya lo hizo “El Profeta”. Nunca olvidemos que Velasco Ibarra llegó al poder en 1934 y salió definitivamente en 1972, y que los argentinos llevan más de 70 años de peronismo.