Kiara Corozo Borja tenía 15 años cuando se enteró de su embarazo. Era una adolescente que ni siquiera notó los cambios en su cuerpo y que por pedido de una amiga fue al médico; allí le confirmaron que tenía tres meses de gestación.
Le contó a su madre, pero no a su novio, quien tenía 19 años; incluso lo alejó de su vida. Lo hizo cuatro meses después de que naciera su hijo, Sadbiel, y aunque “quería hacerse responsable, finalmente no fue así”, dice Kiara.
Ecuador es el segundo país de la región con más casos de embarazo en menores de edad. Más de 43 mil niñas y adolescentes, entre 10 y 19 años, se convierten en madres cada año, según cifras del INEC.
Mientras el Ministerio de Salud contabiliza 54 nacimientos por cada mil adolescentes de 15 a 19 años; la cifra baja a dos por cada mil niñas de 10 a 14 años. Esto aunque el Código Integral Penal (COIP) señala en el artículo 170 que cualquier relación sexual con una menor de 14 años es considerada una violación.
“Aquí en el Guasmo (sur de Guayaquil) hay muchas situaciones conflictivas, de drogas y mafias, y encima de embarazos adolescentes, de niñas de 13 y 14 años que ya tienen hijos y que viven con una pareja. Los chicos se dañan, comienzan a consumir y a delinquir”, señala Kiara.
La idealización de la maternidad, la curiosidad por la sexualidad y el patrón machista que subsiste en la región están entre las principales causas de esta problemática, explica la psicóloga clínica Sonia Rodríguez.
“Los hombres creen que pueden tener (adueñarse) a chicas jóvenes, una realidad que se fortalece en los sectores más vulnerables”. Dice que las estadísticas demuestran que una niña pobre que queda embarazada aumenta sus probabilidades de ser una mujer pobre y de que sus hijos también lo sean; es decir, el círculo de la pobreza se hereda.
“Entonces, si eres pobre, no tienes estudios ni recursos, no tienes en perspectiva que podrías tener una carrera universitaria o una profesión”, señala.
Los especialistas se refieren a una cultura con construcciones de género muy inequitativas, donde se acepta que hombres mayores convivan con niñas y adolescentes; esto trae como consecuencia una dependencia económica y emocional.
La mayoría ni siquiera considera la posibilidad de desarrollar un proyecto de vida que no sea la maternidad temprana. Kiara, por ejemplo, abandonó los estudios para la gestación y posterior crianza de su hijo. Una decisión de la que se arrepiente.
Ahora, a los 20 años, está en el último año de colegio y espera estudiar Psicopedagogía en la universidad; antes de ser madre soñaba con ser doctora.
Las cifras demuestran que interrumpir la educación incide directamente en la vida laboral futura e incrementa los gastos de cuidado, aumenta la dependencia económica (durante y después del embarazo) y puede ocasionar serios problemas en la salud física de las madres niñas y adolescentes, según el Fondo de Población de las Naciones Unidas.
“Son chicas literalmente con hambre”, indica Rodríguez, quien ha constatado estas situaciones al participar en proyectos de apoyo a madres adolescentes. Se refiere a una situación donde las madres tienen deficiencias nutricionales por los procesos que han atravesado. “Muchas tienen anemia y agotamiento de criar un bebé”, puntualiza.
Por otro lado, según el INEC, en 2022 se registraron más de 18 mil partos de niñas y adolescentes que tenían de 10 a 19 años; de estos 3.000 presentaron problemas (preeclampsia y otras) que impidieron que los niños nazcan. Y quienes nacen, no es que necesariamente estén fuera de peligro.
La última Encuesta Nacional de Desnutrición Infantil muestra que los niños que llegan a un hogar donde la madre tiene un nivel básico de educación (solo hasta primaria) tienen más del doble de probabilidades de tener esta enfermedad en comparación a niños con madres que fueron a la universidad.
A diferencia de Kiara, algunas chicas deciden abortar. Si bien el Estado garantiza la interrupción del embarazo, de acuerdo con el artículo 150 del Código Penal “(...) en los casos que esté en peligro la vida o la salud de la mujer embarazada y si este peligro no puede ser evitado por otros medios y si el embarazo proviene de una violación cometida en una mujer que padezca de discapacidad mental”, aún hay una serie de prejuicios que lo impiden, lo limitan y no permiten que se cumpla la Ley, dice la psicóloga Rodríguez.
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Por eso algunas mujeres recurren a la clandestinidad, poniendo en peligro sus vidas. “Perdóname cosita, perdóname por lo que hice, perdóname por lo que te hice, pero no podía”. La frase es de Lucía, una adolescente que abortó porque sus sueños y su reciente ingreso a la universidad serían interrumpidos. Además se imaginaba todos los reproches y la desaprobación que recibiría de su entorno. Hasta la actualidad ninguno de sus padres sabe lo que ocurrió; solo lo supieron su pareja y sus amigos cercanos.
Tanto Lucía como Kiara mencionan la frase “La vida se te va” durante sus entrevistas. La primera para recordar todas las crisis emocionales que vinieron después del procedimiento, noches de llanto porque se sentía mal con su cuerpo y con ella misma. Mientras que a Kiara porque fue la frase que más le dijeron sus allegados por ser madre a los 15 años. Ambas dicen que ya sea que una niña o adolescente aborte o decida tenerlo, siempre será juzgada en la sociedad.
El reporte de Análisis Rápido de Género, de la organización CARE, muestra que el 43 por ciento de jóvenes afirma conocer sobre los métodos anticonceptivos, mientras que el 31 por ciento desconoce y el 26 por ciento no sabe o no responde.
Kiara confiesa que no los llegó a entender del todo y que recibió clases de educación sexual en el colegio por charlas del Ministerio de Educación, pero los contenidos impartidos eran más de abuso sexual que una guía de sexualidad responsable.
“No es solo ir a la farmacia de la esquina para ver qué me pueden dar. Hay que saber cuáles son los riesgos o las ventajas de cada método anticonceptivo”, explica el sexólogo Germánico Zambrano. Por eso las jóvenes consultan con sus amigas más grandes o buscan en Internet, y en muchos casos suelen estar más confundidas que orientadas por la información que hallan. La pornografía, por ejemplo, es uno de los factores que influye en la vida sexual de los jóvenes.
Zambrano dice que si los jóvenes no reciben una información oportuna, en la pornografía encontrarán la peor clase de introducción al mundo de la sexualidad, mientras la socióloga Carola Cabrera señala que ésta te “educa” para la violencia.
Kiara vivió la falta de empatía de funcionarios en el centro médico público de su sector, una de las zonas marginales del sector sur de Guayaquil. Cuando se acercaba a alguna doctora para pedir información, recuerda claramente lo que le respondía: “¡Ay, eso no sabes, pero para hacer estas cosas sí estuviste bien!”.
También recuerda los duros comentarios que recibió varias veces cuando pidió atención para su hijo recién nacido.
Es allí donde el apoyo familiar puede resultar clave. Mariuxi Borja, mamá de Kiara, vio el caso de su hija como inspiración para crear el proyecto De Niña a Mujer, un programa de la Fundación Más que vencedores, donde trabaja junto a un grupo de personas para ayudar a niñas y adolescentes con hijos.
Lamentablemente, dicen ambas, es un programa que tiene una fecha de terminación. “Las autoridades (del Gobierno) no han tomado las acciones suficientes, hasta ahora, para prevenir los embarazos adolescentes”.
Mejorar la calidad de las charlas en los colegios sería un camino, al menos inicial, para intentar reducir esta situación. Porque se trata de niñas y adolescentes que quizás no tendrán las mismas oportunidades que otras chicas de su edad para crecer, aprender y convertirse en mujeres que compitan laboralmente y que tengan las herramientas necesarias para decidir más adelante si quieren ser madres o no, y que cualquiera que sea esa decisión, la tomen con conciencia real de lo que esto significa.