Ninguna madre debería enterrar a su hijo y cuando aquella muerte llega de forma violenta e inesparada, el dolor puede convertirse en una grávida cruz que se arrastra el resto de la vida. En apenas 4 meses (2022), más de 1.250 muertes violentas se han reportado en Ecuador. Pero las estadísticas se vuelven números fríos que no consiguen retratar el sufrimiento invivible de estas madres sin hijos.
En la ciudad de Guayaquil, Viviana Álava pasó su primer Día de la Madre sin su pequeño Sebastián. El niño de 11 años falleció en octubre del 2021, tras un intercambio de disparos en una heladería del sur de la ciudad.
Sebastián estaba acompañado de sus padres y hermana. Mientras elegían el sabor de los helados, apareció un delincuente y con una pistola empezó a amedrentar a los clientes. La voz de “¡alto! policía” desencadenó una balacera. El padre intentó proteger a sus dos hijos, pero lamentablemente varias balas impactaron al menor, una de ellas en el corazón.
“Yo le tomé una foto unos minutos antes en la mesa donde estábamos, me quedo con esa imagen, con el pico que él me hizo y su mirada de amor. Era un niño tan feliz, su sonrisa contagiaba a todo el mundo. Los que lo conocían saben que era un niño tan tierno. Él debió estar en este momento conmigo”, menciona entre lágrimas Viviana.
Recuerda que el año pasado por el Día de la Madre, Sebastián junto a su padre y hermana le sirvieron el desayuno en la cama. “Me levanté, me abrazó y me dio su cartita”. El 29 de junio, el niño cumpliría 12 años. Ahora estas fechas especiales no son celebraciones, sino tristeza.
Los estragos de la violencia siguen latentes en esta familia. Desde aquel día, no pueden estar en un lugar cerrado porque tienen miedo de que vaya a pasar un suceso similar. Además, Viviana dice sentir miedo al caminar por la calle.
El psicólogo ha ayudado a sobrellevar el duelo, pero saben que el dolor no se irá. “Me arrancaron mi corazón, es como estar muerta en vida y si sigo de pie es por mi hija”.
Viviana sabe que algún día se reunirá con su hijo, mientras tanto pide justicia para todas las víctimas colaterales de la delincuencia. “No soy la única madre que está pasando por este dolor, somos muchas las que pasamos este fin de semana sin nuestros hijos”.
Actualmente, solo se ha formulado cargos en contra del delincuente por tentativa de robo, pese a que la prueba balística determinó que el proyectil que provocó el fallecimiento del menor vino del arma del policía.
Así lo menciona el padre del niño, Tomás Obando, quien narra que siempre supo que la bala era del agente, pero estaba esperando que Fiscalía inicie un proceso contra él, algo que no ha sucedido. Por ello, el pasado viernes acudió a formular cargos en contra del servidor policial.
“La defensa del delincuente le echa toda la culpa al policía porque dicen que el involucrado comenzaba su turno a las 23:00 en un distrito del centro de Guayaquil, pero la heladería estaba al sur de la ciudad. Además, el crimen ocurrió a las cinco de la tarde, entonces estaría fuera de las horas de su trabajo”.
Agrega que también se encontraron casquillos del arma del agente en el local. “El ladrón dispara a lo que sale de la heladería”.
Este año, Sebastián hubiese terminado la escuela. Su padre planeaba mandarlo a estudiar a Estados Unidos, pues siempre vio en él un niño inteligente y curioso. Pero la delincuencia truncó todos los sueños.
“El ladrón tenía antecedentes penales, había robado un día antes en otro restaurante del sur con la misma ropa. En cambio, yo estaba formando a un niño para que sea lo mejor para la patria. Mandarlo a estudiar afuera y que en algún momento sea reconocido, pero viene la delincuencia y te arrebata las posibilidades de tener alguien que aporte al país”, dice Tomás Obando, quien acude todos los domingos al cementerio.
FUE ASESINADO POR UN CELULAR
“Nueve meses sin ti. Aún me sigue pareciendo una pesadilla. Cuánta falta me haces hijo de mi vida”, escribió en redes sociales Verónica Benítez, madre de Luis Cordero, quien fue víctima de un asalto y falleció.
El crimen ocurrió en agosto del 2021, cuando el joven acudió a una reunión de amigos en el sector de la Vaca de Castro, en el norte de Quito. A las 23:50, tomó un taxi rumbo a su casa. En el trayecto lo golpearon y quitaron sus pertenencias. Después fue arrojado en una calle. Ciudadanos reportaron el hecho y fue llevado a un hospital, pero en el camino murió.
Tras realizarse la reconstrucción de los hechos, se determinó que en el auto amarillo se transportaban cuatro personas: dos mujeres (que iban adelante) y dos hombres. Además, se sabe que la chofer tiene antecedentes penales y continúa trabajando en el mismo taxi, pese al proceso en su contra por robo con muerte. Sin embargo, la defensa de la víctima solicitará que el caso sea tratado como un asesinato. Sobre los otros involucrados, hay poca información.
“Mi hijo era un chico bueno, como todo joven salía a una fiesta y tenía que regresar a su casa. Ellos no tenían ningún derecho de hacerle daño. Yo pido la máxima pena para estos criminales”, dice la madre, quien junto a su abogado luchan por conseguir pruebas que esclarezcan lo sucedido.
Debido a su iniciativa, lograron obtener detalles reveladores: la principal sospechosa tiene alrededor de 40 líneas telefónicas. También dieron con los videos de cámaras de seguridad que muestran los últimos momentos de Luis con vida.
La batalla no es solo en los tribunales, sino en el día a día de Verónica, pues ha emprendido un camino de sanación con un psicólogo para sobrellevar el insuperable dolor. “Mi vida ha cambiado bastante, al punto de no querer estar aquí. A veces no le encontraba sentido a la vida. Él era un tipo bueno, no le hacía daño a nadie. Únicamente por robarle el celular es que pasan estas cosas”.
Los recuerdos inundan los pensamientos de esta madre, quien dice vivir una pesadilla. “Parece que ya llega, que ya entra, pero nunca pasa”, menciona entre lágrimas.
Luis estaba a punto de graduarse como arquitecto y comenzar su sueño de ingresar al campo laboral con lo que siempre le gustó: el diseño, el dibujo y la construcción. Su futuro quedó truncado, al igual que la tranquilidad de su familia.
Verónica relata que tiene miedo de subirse a un taxi y siempre que ve uno revisa su placa. Tampoco permite que sus otras hijas suban a este medio de transporte y no confía en nadie.
“El domingo fue fatal para mí porque él era el primero que apenas se despertaba, decía: feliz día mamá y me abrazaba. Yo hubiera dado mi vida por él. Tenía todo un futuro por delante, tan jovencito, no tenían derecho. Dejaron mi corazón hecho mil pedazos”.
Las 1.250 muertes violentas que registra el país desde enero hasta la tercera semana de abril, doblan la cifra del año pasado en el mismo periodo, según datos de la Dinased. Esta estadística la integran decenas de menores que en algunos casos son víctimas colaterales de la imparable delincuencia.