El joven nació en Estados Unidos, pero sus padres son migrantes ecuatorianos. Ellos recuerdan que a su hijo le gustaba mucho la música. Aspiraba a convertirse en artista y diseñar ropa, pero no se sentía conforme con su nariz. De hecho, evitaba tomarse fotos de frente.
Desde hace dos años empezó a buscar a los mejores cirujanos plásticos de Ecuador. En Instagram encontró a un doctor, que suele poner el antes y el después de sus pacientes. Jesse se volvió fanático de su trabajo y lo contactó para agendar una consulta.
En agosto del año pasado, el joven arribó a Cuenca junto a su madre para la cita evaluatoria. “Mi hijo no era un niño que iba donde quiera, él quería estar seguro”, relató Elsa Córdova a medios locales.
El médico programó la cita para después de un año porque en ese momento no había disponibilidad. Desde entonces, Jesse se llenó de ilusión y contaba los días para que llegara la fecha de la cirugía.
Walter Sari, padre del fallecido, comentó a Vistazo que su hijo estaba empezando a desenvolverse solo. Él mismo planeaba costearse la cirugía. “No era un muchacho al que le gustaba la vida loca, no tomaba, no fumaba”, recalca.
La operación estaba prevista para el 10 de octubre del 2022, así que el joven llegó unos días antes para realizarse los exámenes correspondientes. Los resultados fueron alentadores, todo estaba bien. “Tú entras caminando y sales caminando”, habría mencionado el cirujano investigado.
A último momento, la intervención se cambió para el martes 11 de octubre. Jesse ingresó a una clínica distinta a la pactada inicialmente. Cerca de las 12:00, el cirujano le dijo a un pariente del chico que todo había salido bien e incluso subió una foto a Instagram del paciente luego de la cirugía, según narra el padre de la víctima.
El doctor salió del quirófano y habría dejado al joven en manos del anestesiólogo, pues en 15 minutos debía recobrar el conocimiento, pero nunca despertó.
Ante la anomalía, el equipo médico llevó al paciente a cuidados intensivos en la clínica donde iba a realizarse la operación en un principio. “Mi hijo sufrió una falla multiorgánica, todos los órganos estaban mal”, señala el padre, quien al enterarse de que su hijo solo tenía el 20% de probabilidades de sobrevivir, entró en desesperación por viajar a Ecuador.
La familia gastó cerca de 12 mil dólares en pintas de sangre, pero no bastaron porque tres días después falleció. A esto se sumó la cuenta de la clínica, que debía cancelarse para sacar el cuerpo, por lo que los padres de Jesse le exigieron al cirujano que se haga cargo de los 14 mil dólares que adeudaban.
A la par, iniciaron una demanda en contra del cirujano plástico, el anestesiólogo y el dueño de la clínica en la que se ejecutó la rinoplastia. Consideran que fue una mala práctica médica.
Walter Sari dijo a Vistazo que no buscan una reparación económica, sino que se haga justicia y prevenir a la gente para que no caigan en engaños de redes sociales. “Sé que, haga lo que haga, no tendré a mi hijo de vuelta”.
Por su parte, Elsa Córdova declaró a medios locales: “Me duele mucho que la persona que mi hijo confío tanto, que puso su vida, lo terminó matándolo. Con él tuvo la entrevista, tenía que ser responsable de su equipo de trabajo”.
La autopsia reveló que el joven sufrió un síndrome de propofol (sedante usado comúnmente para inducir la anestesia general). Al parecer, este fármaco estaba adulterado y provocó estragos en los órganos de la víctima desde el inicio de la cirugía, pero el equipo médico no se habría dado cuenta de ello porque no tenían los equipos necesarios, según indica Walter Sari.
El abogado defensor de la familia, Diego Beltrán, considera que existe responsabilidad de los tres implicados. El cirujano plástico principalmente por ser la cabeza del equipo y con quien se pactó los honorarios de la operación. El anestesiólogo al no haberse cerciorado de la calidad del medicamento y la clínica que proporcionó el fármaco presuntamente adulterado.
Pero hay un detalle más. El cirujano habría señalado en su versión que otros pacientes que fueron intervenidos en la misma clínica y que se les suministró propofol presentaron complicaciones en su salud, aunque no tan fuertes como las de Jesse.
“A petición del mismo cirujano fueron intervenidos en cuidados intensivos en varias clínicas privadas de la ciudad. Entiendo que con gastos cubiertos por el acusado. Por cuanto ya se le generó la alerta, debieron tener la precaución necesaria”, dijo Beltrán.
Mientras Jesse estaba hospitalizado, el dueño de la clínica habría puesto una denuncia contra la persona que le vendió el fármaco y el equipo médico implicado acudió a rendir versión.
Ahora la defensa de la víctima está a la espera del informe de un laboratorio de Quito, hasta donde se enviaron muestras del medicamento.
Los padres del joven ya emprendieron el viaje de retorno a su casa en Danbury, Connecticut, donde sería enterrada la víctima. Dicen que estarán atentos al proceso porque quieren marcar un precedente.
Por su parte, el cirujano acusado mencionó que está seguro de que la causa del fallecimiento de Jesse no tuvo nada que ver con su intervención, sino con la administración de un anestésico intravenoso contaminado.
“Los medicamentos e insumos necesarios para cualquier intervención los suministran los centros médicos y de ninguna manera los médicos”, dice el comunicado.
Agrega que el pasado septiembre, la Organización Mundial de la Salud (OMS) alertó a la comunidad ecuatoriana de que este medicamento llegó a la región falsificado y contaminado.
Por ello, dice que colaborará con la justicia hasta que la verdad surja, al tiempo que exhorta al vendedor de este medicamento para que responda de la misma manera.
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