*Con las voces de Cristina Yépez Arroyo, María Emilia Analuisa y Daniela Viteri.
Lo que me une a mi abuelito va más allá de cualquier recuerdo, pues falleció cuando yo apenas tenía un año y diez meses. Nuestras vidas se han encontrado a través de la pasión por la lingüística, la academia, los idiomas y sus comunidades culturales, la escritura y los derechos humanos. Son innumerables las facetas de mi abuelito que he descubierto a través de sus poemas y escritos, así como de las historias de quienes lo conocieron en su labor como lingüista, poeta, educador, escritor, traductor e intelectual.
A esto se suma una dimensión de su vida, quizá la que más me ha maravillado y conmovido a lo largo de los años: la de mi abuelito héroe. Fue a través de su lucha y activismo humanitario que mi abuelito, el cónsul José Ignacio Burbano Rosales, salvó más de doscientas vidas y marcó así no solo el futuro de cada una de las personas sobrevivientes y sus familias, sino además la historia del Ecuador en el mundo.
Ha pasado ya una década desde que empecé a investigar, desde mi oficio de antropóloga y desde los afectos de nieta, acerca del tiempo en que mi abuelito se desempeñó como cónsul ecuatoriano en Bremen, Alemania entre 1937 y 1940. En este camino en donde convergen la nieta y la científica social hemos encontrado, hasta el momento, que mi abuelito Cónsul Burbano concedió un total de 213 visados que desafiaban las políticas migratorias de la Cancillería del Ecuador de la época, las cuales específicamente prohibían la migración judía y/o la restringían con una serie de medidas inalcanzables para las poblaciones judías en las circunstancias de extrema violencia, precariedad, persecución y muerte a las que estaban sujetas.
Estas “visas para la vida”, como las hemos llamado, hicieron posible que decenas de familias judías escaparan de los horrores nazis del Holocausto tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial, pudieran salvar su vida y construir un futuro. Su posición contraria al gobierno nazi de Alemania está ilustrada en la correspondencia que hemos podido recopilar gracias al Archivo Nacional en Quito, los archivos de la Comunidad Judía de Quito (incluida la biblioteca del Colegio Alberto Einstein), nuestros archivos familiares y los testimonios de sobrevivientes y/o sus familiares.
Sus acciones no solo fueron oportunas, comprometidas y decisivas sino estratégicas, lo cual permitió el escape de la comunidad judía de la Alemania nazi al Ecuador; también pusieron en peligro su carrera y su vida, ya que se encontraba en el corazón mismo del Tercer Reich, siendo testigo ocular de la noche de los cristales rotos, y de la invasión alemana a Polonia en septiembre de 1939, la que marcó el inicio de la Segunda Guerra Mundial. Como represalia, en 1940 el Gobierno ecuatoriano suspendió de un día a otro a mi abuelito de su cargo en Bremen y lo expulsó a Houston, Texas, de forma inesperada y sin medios económicos para hacerlo.
Mi abuelito ingresó al Servicio Consular en 1925 y fue nombrado cónsul en Perú (Paita), y luego en Colombia (Cali) en 1933. Posteriormente y durante el tiempo que se desempeñó como cónsul en Bremen, entre 1937 y 1940, José Ignacio Burbano Rosales trabajó para salvar la vida de las familias afectadas por el nazismo a pesar de que el Ministerio de Relaciones Exteriores había exigido a los cónsules ecuatorianos —a través de una Comunicación Oficial fechada el 25 de enero de 1938— que se abstuvieran de emitir visas a personas judías. Específicamente, esta circular decía: "por autoridad del Presidente de la República, y ampliando las directrices impartidas sobre este particular, ordenamos a todos los Cónsules se abstengan de otorgar visas a personas pertenecientes a la raza judía que pretendan emigrar al Ecuador" (Circular #1, Dirección General de Comercio y Asuntos Consulares).
El espíritu ético y humanista del cónsul Burbano se ilustra en las palabras de Alfredo Baier y Anita Steinitz, quienes generosamente han brindado su testimonio para la nominación de mi abuelito al Yad Vashem, como “Justo entre las Naciones”.
Hace ochenta y cuatro años, cuando Alfredo Baier solo tenía nueve años y su hermana doce, sus padres Salomón Baier y Elli Waldbaum de Baier se presentaron en el Consulado de Ecuador en Bremen. Buscaban ayuda para escapar de la violencia del Holocausto y esperaban encontrar la posibilidad de emigrar a Ecuador. El cónsul Burbano desobedeció la prohibición antes mencionada y concedió visados a toda la familia. En palabras de Alfredo Baier, en su valioso testimonio: “gracias a la heroica acción de José I. Burbano, a mi familia se le otorga una visa que certificaba que mi padre estaba involucrado en actividades agrícolas, lo cual no era así”. Para otorgar las visas, el procedimiento utilizado por el cónsul fue dar fe de que los solicitantes eran expertos en agricultura o "en una industria permitida por la Oficina de Inmigración en beneficio del Ecuador" (como lo exigía la ley en ese momento).
En el caso de Hans Steinitz, padre de Anita Steinitz, el cónsul Burbano también certificó que el solicitante era experto en agricultura, mientras que su campo de especialización era en realidad el derecho. A comienzos de la Segunda Guerra Mundial, tras ser traicionados y denunciados por su padrastro, Hans Steinitz y su madre fueron detenidos durante el Novemberpogrome de 1938, también conocido como Kristallnacht o “Noche de los Cristales Rotos”.
Fueron conducidos al campo de concentración de Sachsenhausen, donde Hans Steinitz permaneció hasta enero de 1939, cuando recibió ayuda de José Ignacio Burbano a través del consulado ecuatoriano. A Hans se le concedió un visado como "hijo político" de otros solicitantes, pero a través de nuestra investigación y el testimonio de su hija, descubrimos que no estuvo casado durante este tiempo y desconocemos la relación que tuvo con las personas que se nombra en su ficha consular. Esto nos hace pensar que el cónsul Burbano también agrupaba estratégicamente a las personas para que no viajen solos, así no hubieran tenido lazos de consanguinidad.
Tras llegar a Ecuador, Hans Steinitz pudo rehacer su vida y se casó con la madre de Anita, la artista checa y también sobreviviente del Holocausto, Trude Sojka. Anita Steinitz ha honrado a su padre y al cónsul Burbano con una exposición permanente en la Casa-Museo Trude Sojka, que pertenece a su familia y está dedicada a rendir homenaje al arte y la vida de su madre y de toda su familia.
Para 1937, cuando José Ignacio Burbano Rosales llegó a Bremen (uno de los puertos más importantes de Alemania) las leyes antisemitas ya se habían intensificado y la nueva normativa permitía que se expropie a las personas judías de sus bienes, privándoles de tener fuentes de ingresos (por ejemplo, a los médicos judíos se les prohibió tratar a no judíos y a los abogados judíos se les retiró la licencia).
Además, ya se producían “deportaciones” a campos de concentración como los de Dachau y Munich. En este contexto, el cónsul Burbano utilizó una serie de estrategias para facilitar la concesión de los visados, tales como mentir sobre la relación de familiaridad entre los miembros del grupo como en el caso de Hans Steinitz para hacer los visados más asequibles, mentir sobre su profesión (como en el caso de los padres de Alfredo Baier), mantener los registros consulares de ciertos solicitantes dada la "urgencia del asunto" como declaró en varias cartas oficiales, y no mencionar su origen judío sino su nacionalidad alemana.
También sabemos que aprovechó visados que había concedido anteriormente para otorgar otros nuevos con el argumento de que "ya tenían familiares establecidos en el país", lo que facilitaba la credibilidad del "buen carácter" de los solicitantes.
Los 324 y 343 (1 de agosto y 14 de septiembre de 1938, respectivamente) enviados por el cónsul Burbano al estado ecuatoriano, denuncian la discriminación de las personas judías en Alemania, abogan por una respuesta más humana para ayudarles a buscar refugio y advierten sobre las intenciones bélicas de Hitler. Sin embargo, recibió una respuesta (Comunicación No. 1413-DC, 29 de septiembre de 1938) en que el ministro de Relaciones Exteriores, Julio Tobar Donoso, dice: "Lamento tener que diferir en este aspecto, ni el Gobierno podría consentir la inmigración judía no calificada, ni es posible hacer odiosas excepciones de las leyes que regulan la materia”.
A pesar de las políticas restrictivas impuestas por el Gobierno ecuatoriano, en las cartas escritas por el cónsul Burbano se aprecia cómo, además de enviar los expedientes consulares y realizar todos los trámites para facilitar la emigración judía desde Alemania hasta Ecuador, se preocupaba por cada caso, por los contextos individuales y familiares de quienes solicitaban huir de la guerra, y por sus historias personales.
En el libro titulado "Wo liegt Ecuador" (traducido al español como "¿Dónde queda el Ecuador? –en referencia a la pregunta que se hacían la mayoría de personas judías cuando conseguían asegurar su viaje hacia este país de Latinoamérica), la autora Maria-Luise Kreuter documenta las acciones poco éticas de ciertos funcionarios públicos ecuatorianos que hicieron un negocio personal cobrando grandes cantidades de dinero a cambio de visados de viaje a Ecuador, en un contexto en que las personas estaban desesperadas por huir.
Kreuter hace un contraste al referirse al cónsul de Ecuador en Bremen –quien era conocido por los migrantes judíos como "liebenswerter Mensch" (p. 31) que se traduce al español como "persona maravillosa"– él cobraba solo lo establecido por la ley o incluso menos por las visas de viaje, lo que llevó al Gobierno ecuatoriano a removerlo de su cargo. Aunque Kreuter no incluyó el nombre de mi abuelito, el período del que habla corresponde con el tiempo en que se desempeñó como cónsul ecuatoriano en Bremen, por lo que deducimos que la autora se refiere a él y a las heroicas acciones que llevó a cabo en favor de las personas judías.
Todo esto lo hizo mientras estaba lejos de su querida familia, a tres meses de distancia en barco. José Ignacio Burbano Rosales estaba casado con María Genoveva Viteri Guzmán quien en Ibarra cuidó con grandes dificultades y por si misma, a sus seis hijas y dos hijos: Betty, Irene, Bacha, Nelly, Eldy, Amelia, Pepe y Galito, siendo Amelia mi mami, la menor. Mi tía Betty a su vez se casó en Quito con mi tío Federico Adler, sobreviviente judío austriaco del Holocausto. Poco tiempo después se mudaron a los Estados Unidos y mi tía Betty Burbano se convirtió al judaísmo. Junto a mi tío Federico educaron a sus hijas Betty y Maggie Adler. Nunca se imaginaron mis queridos tío y tía el reconocimiento especial que la Congregación judía Adas Israel en Washington D.C. le concedería a mi abuelito José Ignacio Burbano por su heroica y humanitaria actuación.
Lamentablemente, continuar concediendo visas a pesar de haber sido prohibido de hacerlo, le costó a mi abuelito la expulsión a Houston en 1940, a donde llegó sin salario, oficina o medios para integrarse. Con el tiempo trabajó en Chicago, New Orleans, y Kansas City, y se dedicó a la escritura y a la traducción, dado que hablaba latín, griego, francés, italiano, portugués, inglés, alemán y kichwa.
A lo largo de su vida, desde su nacimiento en “el florecido vallecito de Chorlaví” –como él mismo lo describe en su autobiografía— en Ibarra, Ecuador, el 14 de Octubre de 1890 hasta su muerte en Quito en 1973, continuó desarrollando su carácter humanista. Entre otras múltiples contribuciones, José Ignacio Burbano colaboró como columnista en el diario “La Verdad” de Ibarra, fundado por el Monseñor Leonidas Proaño y promovió el mejoramiento de la educación en Ecuador al fundar varias escuelas y colegios en varios puntos del país y dirigir muchos otros institutos educativos como decano, incluyendo la co-fundación de la Escuela Politécnica Nacional.
Su inestimable contribución al avance del conocimiento en Ecuador, así como su pasión por la poesía y la lingüística le otorgaron el honorable título de Miembro de la Academia Ecuatoriana de la Lengua en 1971. A través de sus escritos promovió la construcción de la línea ferroviaria de San Lorenzo y defendió la importancia de una carretera interoceánica. Por todo esto, una calle de Ibarra lleva su nombre en honor al servicio y compromiso que tuvo con su país durante su vida.
Su más reciente reconocimiento como ‘Justo Gentil’ por parte de la Congregación Adas Israel en Washington D.C. me inspira a continuar contando su historia al mundo. Este reconocimiento es otorgado a las personas no-judías que arriesgaron su vida para salvar las vidas de personas judías durante el Holocausto. El nombre de mi abuelo, José Ignacio Burbano Rosales, pasará a formar parte del Jardín de los Justos de la congregación, un programa que desde 1992 ha honrado a personalidades como Irena Sendler y Aristides de Sousa Mendes con el mismo reconocimiento. Este evento se llevó a cabo el 18 de abril de 2023 e incluyó una placa de dedicación y un Menorah inscrito con el nombre de mi abuelito. Contó con la participación de la Embajadora del Ecuador en los Estados Unidos, Ivonne Baki, y Representante Permanente del Ecuador ante la OEA.
En mi reciente visita a Bremen en el verano anterior tuve la suerte de poder recorrer algunos de los pasos de mi abuelito y me percaté de que lo que queda de la ciudad en donde habitó es muy poco, pues fue intensamente bombardeada por Estados Unidos e Inglaterra.
El consulado de Ecuador, que también era su residencia, es ahora una tienda de zapatos en un nuevo edificio construido desde cero. Pese a que ya no queda nada de ese edificio, el legado de generosidad, empatía y justicia social del Cónsul Burbano continúa vigente y late en cada una de las personas que encuentran un camino y una fuente de inspiración en su historia. Como su nieta, su legado se convirtió en una filosofía de vida, la cual continúa intergeneracionalmente de muchas maneras, una de ellas a través de mi hija Simone.