Llevaban casi dos meses durmiendo en albergues, colegios o polideportivos hasta que hace unas semanas estrenaron su nueva "casa", un cubículo prefabricado de diez metros cuadrados con dos literas, una mesita, taburetes y un armario con sitio de sobra para albergar los pocos objetos con los que huyeron.
Son 88 familias de las provincias de Donesk, Luganz y Jarkov que, por su especial situación de vulnerabilidad, se han mudado a estas casas construidas en solo dos semanas en el principal parque de la ciudad de Leópolis, al Oeste del país, por donde han pasado en estos dos meses de guerra millones de refugiados.
Además de una cama donde dormir tienen privacidad. En lo que antes era un edificio municipal se ha construido una enorme cocina común: justo al lado de las casas hay váteres y duchas para todos.
El responsable municipal del proyecto explica que la idea es que se queden seis meses, aunque en la cabeza de todos está que la estancia se amplíe al menos un año, hasta que haya capacidad para alojarlos en casas definitivas. La idea es que buena parte de estas personas logren en Leópolis un trabajo. Quizás algunos no vuelvan nunca más a la tierra de donde huyeron.
Están en el parque Stryiskyi, el más grande de la ciudad, entre vecinos que pasean, juegan con sus hijos o se sientan a beber. Hay quien también se acerca a ellos: una señora de pelo blanco con un sombrero y largo abrigo morado les lleva naranjas, y los niños se arremolinan en torno a dos jóvenes que llegan con el coche cargado de útiles de aseo.
Los árboles y estanques del parque fueron testigos de la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Ahora acogen a los desplazados de la guerra que Rusia libra contra Ucrania por el control de los territorios del este y del sur del país. Los militares ucranianos les dan la bienvenida con un concierto aliñado de consignas contra Rusia, el país al que muchos de ellos antes de la guerra se sentían cercanos.
En el Donbás buena parte de la población apostaba por separarse de Ucrania.
Ocho de los desplazados relatan cuál es el objeto más preciado que tomaron cuando abandonaron su hogar.
SERGEI, 65 AÑOS: “SALÍ DE SEVERODONESTK (LUGANSK) CON MI PASAPORTE Y UN ABRIGO”
Sergei estaba desayunando cuando las paredes de su casa temblaron. El segundo estruendo destruyó la pared del salón. Por suerte solo tuvo heridas en una pierna. Cogió el pasaporte y su abrigo y salió de casa. Cigió el tren hacia Leópolis el 3 de marzo.
“No os puedo enseñar nada más que mi pasaporte. Es lo único que cogí, junto a un abrigo”, dice. Habla ruso y no se siente ni totalmente ruso ni totalmente ucraniano. De momento no quiere volver a casa. Planea viajar a la República Checa, donde, según dice, tiene un piso que ahora está alquilado. Quiere emprender un negocio.
JULIA, 52 AÑOS: “MI PERRO SE LLAMA DINA”
Julia tiene 52 años y un perro que se llama Dina y que le ha hecho mucha compañía en los momentos más duros de su vida. “Ha perdido peso por la guerra. Antes era enorme”, dice sobre un animal al que, aún así, se ve bien alimentado. Con él salió de Járkov el 6 de marzo.
Llegó a Leópolis con él, su hijo, su nuera y sus dos nietos. Ya vivían juntos en Járkov, en un noveno piso. Un día salió a fumar un cigarrillo al balcón, vio una bomba caer y después escuchó la denotación. Se fueron inmediatamente a un búnker. “Hasta que un día nos cansamos y vinimos a Leópolis. Solo cogimos a mis nietos y al perro”, dice.
ANDREI, 30 AÑOS: “ESTUVE UN MES BAJO LOS BOMBARDEOS. SALÍ CON MI HIJA”
Andrei tiene 30 años, una hija de dos y una mujer embarazada. Estuvieron viviendo todos un mes en Sloviansk bajo los bombardeos. “Cuando pudimos, cogimos el tren de evacuados y vinimos a Leópolis”, relata.
En Sloviansk trabajaba como ingeniero en una compañía eléctrica; ahora en Leópolis no tiene empleo y ni siquiera ha pensado en buscarlo. Aún no sabe si quiere volver a casa. Cree que su esposa dará a luz aquí.
NATHALIA, 56 AÑOS: “LA VIRGEN ME ACOMPAÑÓ EN LA HUÍDA”
Nathalia tiene 56 años y es de Sloviansk. Salió de casa con su marido y su hija en medio de un paisaje dantesco: las casas de sus vecinos acababan de ser destruidas. El ataque fue rapidísimo y cuando acabó se fueron con lo puesto. Ella trabajaba en un hospital donde solo está funcionando la parte de reanimación.
Ya había tomado consigo la Virgen para sentirse protegida y se la llevó también en su desplazamiento.
NATHALA, 39 AÑOS: "ME TRAJE CONMIGO EL CUENCO DE MEDITACIÓN"
A sus 39 años Natalha vivía en Kiev hasta que al principio de la guerra empezaron a bombardear su barrio. Decidió irse a Leópolis con unos familiares y le dio tiempo a hacer una maleta en la que puso su ropa y el cuenco de meditación que su maestro le preparó en Nepal cuando la luna estaba llena.
Enseña también tres amuletos sagrados para ella que le regaló su hermano, que ahora está en Tailandia porque allí vivía también antes de la guerra.
KATE, 28 AÑOS: “COGÍ EL ÁLBUM DE FOTOS DE MI INFANCIA Y OTRO DE MI HIJA”
Kate, de 28 años, vivía en Járkov con su hija Verónica, de 4 años. Salió de allí el 15 de marzo y su casa estaba en pie pero sus vecinas le han dicho que ahora los bombardeos la han afectado parcialmente. “No tiene ventanas pero se podrá reparar”, dice.
Allí trabajaba en un supermercado y dice que quizás busque un trabajo similar “cuando acabe la guerra”. Se debate entre volver y quedarse.
TATIANA, 33 AÑOS: “NO TENÍA MANOS PARA COGER NADA MÁS QUE A MIS HIJOS”
Tatiana tiene 33 años y está embarazada. Posa en la puerta de su casa con Bogdan (13), Milana (7), Snizhana (10) y el pequeño Elysei (5). Vivía en Gorlivka pero en la guerra de Crimea en 2014 emigró a otra ciudad, Dniproderzynsk, de la que también ahora se ha tenido que ir. Dejó todas sus pertenecias en su piso y vino con sus cuatro niños. En tres meses nacerá su quinto hijo, un niño.
NATHALA, 43 AÑOS: “ME TRAJE EL PAÑO DE BODAS QUE SIMBOLIZA LA UNIÓN CON MI MARIDO”.
El marido de Nathala está en el frente. No pudo escapar con ella y con sus hijas a Leópolis pero ella lo lleva consigo. “Esta es la tela que nos regalaron 22 años atrás cuando nos casamos. Simboliza nuestra unión”, dice esta mujer de 43 años que también acertó en la huida a coger las toallas bordadas con las que envolvió a sus dos hijas al nacer.
No quieren dejar el país y desean volver a casa en cuanto la guerra acabe.