Estuvimos tantos días cuidándonos en casa que cuando todo pasó, empecé a extrañar mucho a mi abuelo. Mis papás estaban muy tristes, casi no hablaban, era como si se les hubiera comido la lengua el ratón.
Después de preguntar y preguntar me dijeron que mi abuelo se había ido al cielo y que un ejército de abuelos se había ido con él. Entonces recordé sus palabras: - “Mi nieto es lo que más amo en este mundo. Todo lo doy por él”.
Corrí a la ventana a buscarlo y pedirle una explicación: - ¿Por qué te fuiste sin despedirte? - ¿Estás en la luna buscando una vacuna? - ¿Dónde estás abuelo porque no te puedo abrazar?
Afuera estaba todo nublado, así que con mucha fuerza pedí un deseo: Abuelo quiero verte, solo un ratito por favor.
Cuando abrí los ojos vi a una estrella con un columpio grandote. Me subí y el viento me llevó a un lugar increíble: El cielo de los abuelos.
En ese cielo las nubes parecían de algodón de azúcar con letreros que decían: - Sin cosquillas no hay helado, prohibido aburrirse, juguemos un ratito, no se aceptan berrinches, solo chocolates, besos y travesuras. Y a lo lejos en otro cartel decía: Bienvenido al planeta de los mejores abuelos del mundo.
Me saqué los zapatos y salté por los colores del arco iris. A lo lejos se oían mariachis, boleros y rock and roll. Las hermosas abuelitas tenían estrellas en el pelo, olían a rosas, a pan con chocolate, y en sus casas tenían muchas fotos nuestras.
Lo mejor es que ahí todos estaban sanos y felices.
- Abuelo, abuelo, abuelooooooo, lo llamé. - Voy a contar hasta tres: a la unaaa, a las dos y a las… tre….
Entonces apareció y con mucha ternura al fin me abrazó.
- Abuelito porque te fuiste sin despedir ¿Estas jugando a las escondidas? Te hemos extrañado muchísimo.
El me miró con sus ojos tiernos, me subió en sus brazos y me explicó:
- Un día el planeta se enfermó y pidieron que las personas más buenas del mundo vinieran en una misión a encontrar un remedio. - Ahhh entiendo, por eso llamaron a muchos abuelos, respondí. - Y a las personas de buen corazón, contestó.
- Pero la cosa se puso muy grave, a las estrellas les dio tos y la luna deliraba con una fiebre muy alta. Nos juntamos muchos abuelos, les dimos un jarabe con miel de abeja, menta y limón, los arrullamos con canciones de cuna y les contamos todas nuestras aventuras, pero el planeta no se aliviaba y para que ustedes no se contagiaran tuvimos que venir a cumplir esta misión que todavía no se acaba.
- Sabes que vivo en tu corazón, los abuelos nunca se van. Además, todas nuestras casas tienen una tecnología especial. ¡Mira!
Y mi abuelo me enseñó algo realmente fantástico:
Que solo en el cielo de los abuelos existe un telescopio poderosísimo para ver a los que amamos, acompañarlos y cuidarlos siempre. Ellos no se han ido ni se irán, están ahí para nosotros.
Lo abracé muy fuerte y le dije: Ya entendí abuelo, eres un héroe, estás haciendo un gran trabajo, el mundo te necesita, pero ¿Cuándo volveré a verte?
El respondió señalando mi corazón: Aquí viviré por siempre.
Mi abuelo me subió al columpio de la estrella, dejando mi corazón tranquilo porque siempre estará conmigo.
Cuando desperté fui corriendo donde mis papás y les conté mi sueño. Ellos me abrazaron y todos entendimos que cuando estemos un poco tristes, debemos recordar siempre lo bueno, porque ellos están bien en el cielo comiendo helados y cumpliendo su misión desde su nube de algodón.
Así que cada noche, antes de dormir me lo imagino contento y despacito le digo: - ¡Abuelo eres mi héroe, eres muy valiente! Y él me contesta: orgulloso estoy yo de tenerte.
Y Colorín Colorado, este cuento ha terminado. Recuerden siempre a sus abuelos, ellos vivirán eternamente.
Fin.