Los romanos decían que un pueblo puede sobrevivir a los ambiciosos y los tontos, pero no a los traidores. En Nicaragua, los sandinistas encarcelados por Daniel Ortega deben sentirse así. Doce sandinistas que lo acompañaron en las luchas contra Somoza han sido apresados por Ortega argumentando que han cometido “actos terroristas”.
Supuestamente han incitado a la injerencia extranjera en asuntos internos pues han denunciado sus excesos y corrupción en medios internacionales. Sin embargo, ninguno debe sentirse más dolido que el general Hugo Torres, quien salvó a Ortega de una muerte segura durante la dictadura de Anastasio Somoza Debayle en 1974. Ortega llevaba preso siete años, pero gracias a una acción casi suicida de Torres quedó libre. Un comando dirigido por Torres tomó por asalto el 27 de diciembre la casa de uno de los ministros de Anastasio Somoza, donde se celebraba una fiesta navideña. Para liberarlos exigió la entrega de varios prisioneros entre ellos Ortega, quien tras ser canjeado viajó a La Habana.
Torres, quien llegó a General en el nuevo ejército sandinista, se desencantó con los aires dictatoriales y la traición al movimiento por parte de Ortega; para combatirlo creó un partido político. Antes de ser detenido grabó un video: “Tengo 73 años. Nunca pensé que en esta etapa de mi vida iba a estar luchando de forma cívica y pacífica contra una nueva dictadura”. Son vueltas de la traición política, que le ha caído a Torres, pero no es el único. Otra de las figuras importantes con historia de heroísmo en el movimiento es Dora María Téllez, conocida como la comandante 2.
Téllez era estudiante de Medicina cuando ingresó al Frente Sandinista y estuvo en la toma del Palacio Nacional en 1978 para exigirle a Somoza la liberación de presos políticos. Gabriel García Márquez la inmortalizó en una crónica definiéndola como “una muchacha muy bella, tímida y absorta, con una inteligencia y buen juicio que le habrían servido para cualquier cosa grande en la vida”. Fue ministra de Salud en los primeros años del gobierno sandinista, pero después se distanció, fundando con Torres el partido UNAMOS.
EL NUEVO SOMOZA
Cuando triunfó la Revolución sandinista, Daniel Ortega se convirtió en el presidente de un directorio colectivo en el cual participaban todos aquellos que habían ayudado a derrocar la dictadura de la familia Somoza. Los Somoza habían gobernado Nicaragua entre 1936 y 1979. El primero de la saga fue Anastasio Somoza García, primitivo y brutal, quien fue asesinado. Lo sucedió a su muerte su hijo Luis, el más civilizado de los tres, que falleció de un ataque cardiaco y fue suplantado por Anastasio Somoza Debayle, quien fue el más brutal, apodado “Tachito”. En esas décadas Nicaragua fue feudo de los Somoza: eran dueños de vidas y haciendas. A la muerte del padre, la revista Bohemia consideraba a los Somoza los hombres más ricos de Centroamérica.
En Nicaragua, en camio, sus opositores pagaban su desafío con la vida como fue el caso del general Augusto Sandino, el primero en sublevarse y ser asesinado cuando iba a prisión. Otro fue el dueño del diario La Prensa, Pedro Joaquín Chamorro, quien apareció muerto a tiros en 1974, durante el régimen de Tachito. La muerte de Chamorro fue el principio del fin de la dictadura pues aglutinó a todas las fuerzas en su contra. La esposa de Chamorro, Violeta Barrios, y sus hijos se involucrarían también en la lucha por acabar con esa dictadura. Ortega ha encarcelado ahora a la hija de Barrios, Cristiana.
Cuando en 1979 triunfó la Revolución sandinista, se formó una Junta, cuyos representantes principales correspondían a los grupos que promovieron el derrocamiento. Como Ortega estaba al frente de las fuerzas militares fue nombrado presidente. Ya en el poder Ortega quiso convertir a Nicaragua en una segunda Cuba, pero encontró resistencia en quienes habían sido parte del movimiento para derrocar a Somoza, uno de ellos, Edén Pastora, incluso organizó una resistencia militar conocida como los “contra”. Luego de la firma de los acuerdos de paz de Esquipulas, que pusieron fin a varias guerras civiles en Centroamérica, Ortega tuvo que convocar a elecciones, resultando electa Violeta Barrios de Chamorro. Sin embargo, Ortega nunca se resignó a haber dejado el poder y comenzó a conspirar contra Violeta. “Hizo lo posible por desestabilizar al gobierno de Chamorro. De poco le sirvió. Perdió las siguientes tres elecciones”, sostiene en un artículo en diario El País, Gioconda Belli, conocida novelista.
Después de Chamorro hubo dos regímenes democráticos posteriores. Ortega volvió a la carga en 2007, con el apoyo de los líderes del llamado Socialismo del Siglo XXI. Hizo una alianza doméstica con la Iglesia, algunos empresarios y partidos políticos pensaron que no habría un riesgo democrático. Algunos políticos bromeaban que era una mezcla de “arroz con mango”. Sin embargo, en la mira de Ortega estaba hacer todo para no volver a perder el poder. Le facilitó su popularidad y la lealtad de una base de partidarios. Una subvención anual de 500 millones de dólares que le daba Hugo Chávez fue usada con discreción, creando algunos programas sociales lo cual le facilitó la lealtad de sus bases. Gradualmente fue eliminando a opositores y derruyendo instituciones para consolidar su reelección indefinida y ni siquiera para preocuparse porque el segundo a bordo se convierta en un peligro, puso de vicepresidenta a su mujer Rosario Murillo.
No obstante, el descontento comenzó a sentirse en los últimos tres años, cuan do las subvenciones venezolanas se secaron y el régimen decidió en 2018 una impopular reforma al sistema de seguridad social creando un impuesto del cinco por ciento para financiar las jubilaciones. Se desataron las protestas y Ortega no solo que las reprimió con dureza, sino que impidió que los manifestantes reciban atención en los hospitales públicos. Según Belli: “El país entero se desbordó demandando la renuncia de Rosario y Daniel. En su Operación Limpieza entre mayo, junio y julio 328 personas fueron asesinadas, hubo 2.000 heridos y 100.000 personas optaron por el exilio”. Como las protestas no disminuyeron, Ortega declaró un estado de sitio, que se mantiene hasta hoy.
Entonces, la oposición decidió articularse y tratar de vencerlo en las próximas elecciones de noviembre 7. “Sin el apoyo popular sabía que no podía permitir elecciones libres y observadas y se ha dedicado a segar y encarcelar a quienes en su paranoia considera responsables”, escribe la misma Belli. La “guadaña” no se ha detenido atacando a héroes sandinistas, a periodistas y candidatos presidenciales. En respuesta, el gobierno de Estados Unidos ha impuesto sanciones a 31 altos funcionarios por violaciones a los derechos humanos. En la lista está Rosario Murillo.
Sin embargo, a estas alturas eso poco le importa a Ortega. El curtido combatiente de la guerrilla y la política solo tiene una meta: quedarse en el poder. Es el peor de los traidores para sus compañeros de lucha y para todos se ha convertido en lo que él combatió: un nuevo Somoza.