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Patricia Estupiñan

Corrupción

jueves, 23 mayo 2024 - 17:43
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    Si la historia no tendría nombre y apellido, se pensaría que es una de las tantas mentiras fantásticas que circulan en el país. En Quito, Isabel Alvarado narró a diario El Universo que cuando su madre perdió el conocimiento llamó al 911, para que les envíen una ambulancia. Después de 28 minutos de agónica espera, recibió una llamada de una agencia funeraria para ofrecerles los servicios exequiales. En medio de la angustia optó con sus hermanos por trasladar a la enferma en un vehículo particular y pudo internarla en un dispensario del IESS. A su regreso, en casa le esperaba una vendedora para ofrecer los servicios que fueron rechazados a la misma funeraria. Una cadena invisible entre funerarias, servicios del 911, ambulancias y hospitales públicos y privados acecha a los familiares de quien fallece para vender sus servicios. Basta una llamada inicial para activar a estos buitres modernos. En este caso de la familia Alvarado debió ocurrir desde el 911, donde facilitaron no solo el teléfono de los posibles deudos, sino la dirección para que un agente selle el contrato de venta.

    Agobiados por los ejemplos de corrupción oficial, donde los poderosos pueden evadir las órdenes de prisión por conexiones políticas y judiciales, obtener en un tiempo récord permisos ambientales para construcciones en áreas protegidas y los operadores políticos persiguen a quienes denuncian o judicializan la corrupción, no hay seguimiento a la corrupción del día a día, que escala como en el caso de los servicios funerarios. Todo esto refleja que la sociedad en su conjunto es corrupta y lo más grave es que muchos de los actos de corrupción se asumen como parte normal de la vida. Algunos ejemplos: copiar en los exámenes en la escuela y la secundaria; plagiar en la universidad; sobornar a controladores de tráfico para ahorrarse la multa o para que un trámite que se necesita de urgencia no duerma por meses; exigir un diezmo mensual a quien se le consigue un trabajo, etc. No en vano, desde hace décadas Ecuador está en la escala más alta de la corrupción: ocupa el puesto 115 entre 180, según el índice de Transparencia Internacional y no ha mejorado desde que se hace el registro. La corrupción parece ser el aceite que mueve el sistema.

    Sin embargo, ese aceite es en realidad un virus que enferma y cuesta. A él le debemos la pobreza. Matías Abad, columnista cuencano, escribió en Primicias que Ecuador anualmente pierde 3.500 millones de dólares por corrupción. Según estudios hechos por el Fondo Monetario en países de renta media como lo es Ecuador, cuando se compara la inversión social en educación, salud, protección a los más vulnerables encontraron diferencias cuantitativamente enormes. En aquellos donde no existe corrupción o esta es baja, se asigna hasta un 75 por ciento del PIB para estos sectores, mientras en los países corruptos esto es menos del 25 por ciento. Por ello, el dicho popular: “Que roben, pero que hagan obra” no solo es un atentado contra la ética y la moral pública, sino una mentira. Curar el mal es una tarea de todos, comenzando por el metro cuadrado que nos toca vigilar.

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