Siempre he creído que eres madre desde el momento en que te enteras que estas embarazada. Tu instinto de protección automáticamente se activa y ese órgano muscular que hemos, hasta ese momento, utilizado como hogar de otros amores, se expande infinitamente, de tal forma que pareciera que llegó a su nivel máximo de funcionamiento. Descubres el amor incondicional, el que sabes -con una certeza absoluta- que no va a cambiar nunca y que te hace mejor. Te reconoces tan vulnerable como valiente. Tan fuerte como sensible. Te sientes infinita, capaz y sorprendida de la magia. La vida se hace a fuego en ti y en ese mismo fuego te forjas otra vez. Un bebé se forma y una madre nace.
Cuando te encuentras con la vida que hiciste, al otro lado de la piel, descubres el orden oculto en el caos. Abrazas el balance que viene del desequilibrio, porque comprendes (a veces entre lágrimas, a veces entre risas) que la vida de madres es un ajuste constante y un desafío diario en el que intentas no perderte ni anularte, porque amamos tanto que en nombre del amor lo damos todo: incluso a nosotras mismas. Sin reparo. Sin restricciones. Sin pensar que llegará el día, cuando nos vuelva a sobrar el tiempo, en que deberemos reencontrarnos con la que vemos en el espejo y quizás ese reencuentro no sea fácil. Especialmente cuando has andado sola por el camino del cuidado, la crianza y la coparentalidad.
¿Qué autoestima resiste la embestida del sobre esfuerzo romantizado?
Cuando una madre debe multiplicarse en tiempo, energía, y recursos no busca reconocimientos relacionados con lo increíble que es su capacidad para hacer todo en jornadas agotadoras. Lo que evidencia, y de lo que poco se habla, es que no cuenta con un padre comprometido, en la misma medida, con la responsabilidad que llega con los hijos.
De acuerdo a una investigación de Plan V, la coparentalidad no significa desmerecer o disminuir el papel de la madre con relación a sus hijos, sino que los padres estén pendientes de las necesidades de estos de manera proporcional y que cuenten con el acceso a los niños sin restricciones irracionales e injustificadas. La misma publicación contiene una afirmación que suscribo: “La corresponsabilidad es un mandato constitucional, es necesario un desarrollo legislativo y políticas públicas para proteger a los niños. La puerta de entrada a los derechos de los niños no pueden ser los derechos de los adultos”. El interés superior de los niños es tan prioritario como dejar de normalizar la conducta sobre humana de mujeres que no necesitan la etiqueta de “súper mamá” sino que se visibilice por qué deben hacer todo solas cuando el cuidado y la crianza son tarea de dos.
Un estudio de la Asociación Americana de Sociología muestra que las madres trabajadoras que tienen una actitud de súper madre en el hogar y en el trabajo y que creen que dicha situación puede complementarse con “facilidad”, presentan mayores síntomas de depresión que las madres que logran un equilibrio entre la vida familiar y la laboral. Ese equilibrio que llega, con mayor probabilidad, si la coparentalidad se ejerce equitativamente. Caso contrario, el síndrome de Burnout puede tocar nuestra puerta y quitarnos algo que no pensábamos que era posible perder: la capacidad para disfrutar.
El Síndrome de Burnout es una respuesta del organismo cuando ha estado sometido a un periodo de estrés intenso y prolongado, tanto desde el punto de vista físico como emocional. El Burnout provoca una serie de síntomas que se pueden confundir fácilmente con otras enfermedades. De hecho, causa síntomas psicosomáticos como dolores de cabeza recurrentes, insomnio, fatiga intensa y dificultades gastrointestinales. También se acompaña con algunos síntomas emocionales, como la ansiedad, depresión, irritabilidad y distanciamiento afectivo.
Una “super madre” que padezca el síndrome de Burnout se siente agobiada y cansada constantemente. De hecho, suele experimentar un intenso sentimiento de impotencia y desesperación desde que se levanta. La frustración que todas reconocemos, por ejemplo, cuando no logramos cubrir los gastos a fin de mes o cuando, por más que intentamos, llegamos tarde y los niños se quedaron dormidos sin que podamos verlos. A la larga, si este problema no se trata, terminas sufriendo anhedonia; es decir, pierdes la capacidad para disfrutar.
Ser madre es un trabajo a tiempo completo, las 24 horas del día y los 365 días del año. Ser padre también. Pero si a esto se le suma que muchas mujeres trabajan y llevan la mayor parte del peso de las tareas del hogar o todas, la sensación intensa de frustración e impotencia que les hace cuestionarse el sentido y el valor de lo que están haciendo, se convierte en regla. Un Knock Out a la autoestima y pase directo a esas heridas que cuesta reparar porque nos convencemos de que en nombre del amor todo se vale. Hasta dejar de exigir, dejar de evidenciar una ausencia, cuidar una imagen por los niños. Convertimos el título de SUPER MAMÁ en trofeo y nos vendemos una historia de amor sin pensar en el olvido que seremos.
Mientras escribía este texto, conversé con algunas mujeres responsables del cuidado, crianza y manutención de sus hijos. Las historias, experiencias, dolores y también satisfacciones no dejan de conmoverme y me permitieron reafirmar lo que en el primer párrafo mencioné: en el fuego del vientre gestante nos forjamos otra vez. De nosotras depende que no sea hoguera sino cuna de mejores generaciones. Es del amor propio de donde nacen los demás amores, y ese amor por una empieza a darse cuando comenzamos a ser justas con nosotras mismas. No podemos con todo solas y lo más importante: no debemos lidiar con todo solas porque ese monstruo que estamos creando, con la permisividad o silencio, también lo estamos criando. Y es que nada enseña más que el ejemplo.
Para el día del padre prometo hablar de los súper papás que también pasan por situaciones complejas, pero hoy va por ellas.