Cuando se escriba la historia, la Fiscal General será recordada como el personaje fundamental de la etapa poscorreísta. Si bien, la ‘traición’ de Lenín Moreno y la determinación de Julio César Trujillo hicieron posible que Diana Salazar asumiera la lucha contra los corruptos, su trabajo le ha permitido sobrevivir en la piscina de pirañas en la que se ha convertido este oscuro Ecuador.
Hace poco más de cinco semanas, la suerte de esta joven ibarreña, afrodescendiente, parecía estar cantada. A la aplanadora correísta solo le faltaban 20 votos para garantizar su destitución, vía juicio político, pues los aliados del PSC y del gobierno de Daniel Noboa le permitieron jugar con los calendarios para adelantar lo que más se pudiera el ‘impeachment’.
Ya a mediados de 2023, Salazar esquivó una comisión alentada por el Cpccs de Alembert Vera, para sacarla de juego bajo la pueril coartada del plagio de su tesis de grado. Fue por esta y otras travesuras que la Corte Constitucional destituyó a Vera y le dio a Salazar un poco más de respiro.
No había manera de que calara en la gente el mote de ser una Fiscal 10/20, con el cual la Revolución Ciudadana buscó invalidar su trabajo desde 2019, tras las investigaciones del caso Sobornos que pusieron a Rafael Correa contra las cuerdas de la justicia. Por lo tanto, la capacidad de destituirla desde la Asamblea debía ejercerse a como diera lugar. Pero Diana Salazar se les adelantó.
La historia sabrá ponderar la detonación del caso Metástasis que por sus revelaciones, nexos y personajes, maniatará, quizás en lo que va de este año, a todos los operadores políticos y judiciales con los cuales el expresidente prófugo en Bélgica quería regresar para convertirse en el Lula ecuatoriano.
Controlado este frente, la Fiscal tiene sobre sus hombros un descomunal desafío que muy pocos personajes de los últimos 45 años han podido cargar. Avanzar en la lucha contra el narcotráfico, las mafias enquistadas en el Estado y el despiadado terrorismo que la acecha, con amenazas reales como la muerte sistemática de fiscales menores, es para quebrar a cualquiera.
Salazar, en todo caso, está dispuesta a seguir adelante aunque su solo esfuerzo no sea suficiente. Buena parte de las cúpulas políticas mezquinas le ha dado la espalda por temporadas. En cambio, la Embajada de EE.UU. ha sido su respaldo institucional y los ciudadanos han aprendido a entender, respetar y admirar su entereza.
En términos políticos, ella es de los últimos referentes que le quedan al anticorreísmo, tan diezmado tras el asesinato a Fernando Villavicencio.
Desde hace varios días, se ha sentido que entre la Fiscal y el presidente Noboa fluye la comunicación y el respaldo a sus agendas. Es probable, también, que a medida en que Carondelet palpe que la agenda de Salazar toma distancia, hasta por puro instinto de supervivencia, de cualquier canto destemplado con tinte electoral, los niveles de confianza se fortalezcan.
Noboa y sus asesores comienzan a entender que su Plan Fénix, sobre todo bajo la perspectiva de la seguridad ciudadana, se agotará y fracasará muy pronto si no se reformula desde las denuncias de todo lo que el caso Metástasis ha descubierto para vergüenza nacional.