Carlos Rojas Araujo

El próximo aluvión

lunes, 14 febrero 2022 - 16:33
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    La renuncia de Diego Ordóñez a su cargo de asambleísta puede ser un aviso de nuevas tempestades. Por su visión de la política, la estructura de su discurso y la forma en la que entiende cómo ejercer y compartir el poder en el Ecuador de hoy, este abogado quiteño es uno de los personajes más cercanos al presidente Guillermo Lasso.

    Siendo consciente de las debilidades del Régimen en temas como la vocería y el inevitable pugilato para hacerse respetar ante los ‘veto players’, Ordóñez cambia de posición. Es claro que se necesita agarrar músculo y amor propio para enfrentar la próxima borrasca.

    Se siente la fuerza de los vientos. El Primer Mandatario comenzó el año advirtiendo que la reforma laboral quizá vaya a consulta popular para no lanzarla al atolladero en el que se ha convertido la Asamblea, a menos que primero exista una mejor hospitalidad en su pleno para con la Ley de Inversiones. Este proyecto económico le permitiría medir el control efectivo a unas bancadas dispersas y confrontadas, en parte, por obra de Carondelet.

    Hace un par de semanas, la amenaza de las movilizaciones sociales obligó a que un Presidente sobreactuado se despachara contra Leonidas Iza, sin advertir que él no es el principal problema del Ecuador. El mal clima surge en las instituciones donde, por ejemplo, los fallos de la Corte Constitucional erosionan el flanco más fértil del Gobierno: su agenda de recuperación y dinamismo de la economía.

    Está la sentencia que restringe la posibilidad de explotar petróleo en la zona de amortiguamiento del Yasuní, cuando Lasso quiere duplicar la producción de crudo. Y todos esos fallos que en aras de un indiscutible equilibrio ambiental desalentarán el desarrollo minero formal, para que los ilegales martiricen la naturaleza extrayendo, como sea, todo lo que puedan, con o sin consultas ecológicas de por medio.

    Los magistrados constitucionales dirán que lo suyo es la interpretación purista de la Carta Magna y que les tienen sin cuidado los apuros de Lasso para obtener recursos que sostengan el pretendido estado de bienestar que se trazó en Montecristi.

    La renovación parcial de esa Corte quizá la convierta en un templo con una vocación más realista del Derecho, pero hasta que eso se constate, Lasso se comerá las uñas esperando a que no se tumbe la profundamente impopular reforma tributaria o, lo que es peor, que le autorice a la Asamblea hacerlo. ¿Qué ocurrirá cuando estas instancias revisen tratados comerciales como el de México, China o la Alianza del Pacífico?

    El Régimen, inmerso ya en una lucha agotadora y a ratos errática contra el crimen organizado, empezará a sentir que la gobernabilidad se le escurre y que el aluvión, si no lo desafía con firmeza, le puede caer encima y no escapar de él en los próximos tres años.

    ¿Qué opciones quedan? Pensar de nuevo en una muerte cruzada, que por algunos meses le permitirá tomar las riendas del país y emprender reformas profundas y necesarias a riesgo de perder el poder. O admitir con franqueza que es la Constitución de Montecristi la que limita la acción de un gobierno liberal y que ante esa realidad hay que emprender en algo audaz.

    Ordóñez sabe que Lasso no puede terminar como un presidente zombi.

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