Carlos Rojas Araujo

El colapso moral del correísmo

jueves, 21 marzo 2024 - 20:33
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    Esta columna pudiera comenzar con Harrison Salcedo, el abogado que tramitó la libertad del capo “Rasquiña”, en junio de 2020, y que se hizo famoso por defender a Jorge Glas, en el caso Sobornos, enviando a la jueza Daniella Camacho la foto de sus heces para dilatar una audiencia, aludiendo problemas de salud que jamás se supieron si eran del cuerpo o del alma.

    Para el correísmo nunca supuso un dilema ético compartir abogados con los narcos, cuando la prensa preguntaba a figuras como Marcela Aguiñaga sobre estas vergonzosas coincidencias. Salcedo hacia tiktoks con chicas de estética mafiosa, armas, joyas de mal gusto y fajos de billetes. Lo acribillaron en abril de 2021 en Quito. En su camioneta de alta gama recibió varios tiros, igual que “Rasquiña”, cuatro meses atrás.

    Desde entonces, pueden enumerarse los jueces y abogados que han operado para el correísmo y los mafiosos. Emerson Curipallo liberó a Glas y chateaba con Leandro Norero. Pedro Moreira, sacó de la cárcel a Junior Roldán y acompañó al exvicepresidente a su primera presentación en la Corte del Guayas de Fabiola Gallardo y Mayra Salazar, mandaderas de los narcos.

    El problema ético de la Revolución Ciudadana no se queda en la búsqueda repulsiva de juristas especializados en chanchullos para delincuentes peligrosos. Se profundiza porque en sus filas hay personajes que, según la Fiscalía, están en el crimen organizado y deben desvirtuar, por ejemplo, responsabilidades en el asesinato a Fernando Villavicencio.

    Los cargos contra Ronny Aleaga constatan el colapso moral de esta agrupación por tres razones. La primera demuestra que detrás de la política pública del entonces gobierno de Alianza PAÍS, de pacificar las pandillas, hubo complicidad para que en el Estado permearan las agendas criminales.

    Como segundo argumento está la proyección que el correísmo dio a figuras como Aleaga, quien antes de la muerte cruzada de Guillermo Lasso, integraba el CAL y hasta presidió un pleno en la Asamblea. Ese exlegislador no era una simple Esperanza Galván, a la que sacrificaron en mayo de 2015 para proyectar la imagen de lucha contra los corruptos. Aleaga era un delfín de Correa y este lo defendió pese a salir en la foto de los tetones con Xavier Jordán y Leonardo Cortázar. Es comprensible que el correísmo relativice la cercanía de buena parte de su movimiento y las mafias, descubierta en los chats de Metástasis y Purga. Pero está fuera de lugar, y esto como tercer argumento, su falta de contrición ante evidencias tan graves.

    Desde Bélgica o México, el caudillo ha perdido todo sentido de coherencia. Solo insulta y busca el desprestigio de la fiscal Diana Salazar y la prensa, como si el cargamontón de las sabatinas hoy le funcionara. En el fondo, Correa se ha quedado sin argumentos para hablar como un estadista sobre narcopolítica; ni siquiera le ruborizan los vínculos de la alcaldesa Mafer Vargas.

    El movimiento no tiene otra agenda que evitar que sus principales líderes se desplomen para siempre. Y en sus bases progres no se produce el cisma más pequeño por la transparencia y la verdad. Hace rato que el cuento del ‘lawfare’ quedó sepultado por este colapso moral, junto a Salcedo, Glas, Curipallo, Moreira, Aleaga y un ignominioso etcétera

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