Los avances vertiginosos de la tecnología, marcados por los primeros pasos de la inteligencia artificial, están sacudiendo las estructuras económicas y sociales, generando incertidumbre en muchos. La respuesta instintiva ante esta transformación es el miedo y la resistencia al cambio. No es la primera vez que los seres humanos se enfrentan a este dilema; recordemos a los “luditas” en la Inglaterra de la Revolución Industrial, quienes se opusieron a las máquinas textiles que, según ellos, amenazaban sus empleos. Sin embargo, esta visión equivocada está basada en sesgos costosos que es necesario abordar.
Es frecuente pensar que el objetivo principal de la política pública debería ser la creación de más trabajo. Sin embargo, esto es un error. Imagina un mundo donde se prohibiera el uso de todas las máquinas: las carreteras se construirían con cucharas de té y los periódicos se escribirían con plumas. Si bien habría una abundancia de trabajo, la calidad de vida sería infinitamente más pobre.
Queda claro que no debemos buscar que haya más trabajo, sino que exista más trabajo útil. No es lo mismo ni es igual. Siempre será positivo cuando se expande la inversión y la economía crece creando más trabajos útiles, que generan riqueza y bienestar. Lo negativo es cuando se crea más trabajo debido a la reducción de la productividad laboral, como sucede al prohibir la adopción de tecnologías avanzadas.
Una sociedad más próspera se construye cuando las personas producen más con el mismo esfuerzo, aumentando la relación entre la generación de riqueza y el esfuerzo invertido. Es importante recordar que no nos pagan por el simple acto de trabajar, sino por nuestra capacidad de producir. Nuestros ingresos aumentan cuando somos más productivos adoptando nuevas tecnologías.
La tecnología, incluida la inteligencia artificial, aligera la carga de trabajo liberando recursos para actividades más provechosas. Es inevitable que ciertas ocupaciones se vuelvan obsoletas, como lo experimentaron los herreros con la llegada de los vehículos a combustión, o los telefonistas con la automatización de las centrales telefónicas. Aunque estos cambios generen inquietud, el trabajo liberado es redirigido hacia actividades más beneficiosas, elevando la capacidad de generar riqueza y mejorando el nivel de vida de la población en su conjunto.
La inteligencia artificial no es nuestra enemiga; al contrario, es nuestra aliada en la búsqueda de la prosperidad. En lugar de temerle, debemos aprovechar su potencial para construir un futuro más prometedor para todos.